Fueron dos declaraciones de guerra que, tal vez, por la distracción del virus, cayeron al vacío. O no hubo respuesta por la previsora contabilidad de los agredidos, que acumulan agravios como si fueran deudas a cobrar en un futuro. Nadie crea que pasaron inadvertidas, la devolución vendrá con atraso. Primero, Horacio Rodríguez Larreta se despachó con la confesión de que “no hay un líder” en el espacio político que lo contiene. Rara admisión en quien siempre giró como una servicial libélula de Mauricio Macri en el circo del PRO.
La alusión al anisóptero no es casual: se los reconoce como metáforas del cambio, de la madurez mental. Al jefe de Gobierno le llegó el momento de fijar distancia social, como ordenan los epidemiólogos. El ingeniero boquense no le contestó al desobediente: aún en Suiza, ayer estaba atento a cuestiones primordiales, festejar tal vez que su causa por espionaje pase de un juzgado de Lomas de Zamora a Comodoro Py. Ya tendrá tiempo de otras represalias, si corresponden.
El segundo desafío bélico provino de Vilma Ibarra, el otro yo jurídico de Alberto Fernández, quien reconoció que el mandatario no compartía la idea de incrementar el número de miembros de la Corte. Le faltaba admitir: fue un capricho de Cristina y, como el Ejecutivo es un poder bifronte, no nos quedó otra alternativa que acompañar el proyecto de una comisión asesora cuyo resultado favorable ya se conoce antes de que se reúna (por otra parte, parece que el primer encuentro de estos divos del derecho se estropeó por exigencias formales de cada uno de ellos, majestad de acá, señor conde de allá, sin saber cuándo empiezan ni cuándo terminan las sesiones, mucho menos sin constituir una agenda: hasta tuvieron que convocar a un coordinador para que le masajee el ego a cada prima donna).
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Tampoco Cristina replicó el mandoble de una dama que, hace tiempo, goza desde su austeridad zaherir a la viuda de Kirchner. Cuitas mal resueltas entre ambas, pormenores de la porfía reservados para los medios de la tarde. Parece que la ex mandataria, en lugar de litigios menores, se concentra en su múltiple ofensiva judicial que apareció sacudida como un junco por la manifestación callejera del pasado 17 de agosto: algunos diputados que estaban en el bolsillo se quedan en otro pantalón, Sergio Massa opone resistencias a pesar de su oficialismo, el juez Rafecas se niega a que lo promuevan a procurador por medio de una excepcionalidad y, para agregar picante, la dama hizo incluir en el dictamen del Senado una cláusula que afecta al ejercicio periodístico, al que se puede denunciar por una perversa presión sobre los jueces.
Cuestión a saldar por el Consejo de la Magistratura, organismo que no goza de mayor respeto que el cuerpo de los medios de comunicación. Típico de la Argentina. Si alguien cree que Alberto Fernández nunca fue digerido por Cristina, habrá que pensar que él también se indigesta con el menú de la dama –a pesar de que el cocinero oficial, para conservar el cargo, dice que “lo cuida con comidas livianas más que a su propia madre”– y, en más de una oportunidad, admitió la conveniencia de que el poder excesivo de ella finalmente se observara como un abuso y quedaran expuestos sus actos de vendetta, apresurados, incomodando la adhesión de sus propios seguidores.
Si hasta se puede pensar que la muchachada legislativa parece prevenida al respecto, ya que Máximo ha dicho más de una vez que él es más Néstor que Cristina. Y muchos camporistas quejosos le endilgan a ella el mismo sobrenombre que al Perón de los últimos tiempos, en forma menos cariñosa, como si fuera una intrusión cultural del gorilismo entre los cuarentones militantes.
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Pero Alberto y Cristina, además de mantener el connubio por razones electorales, afrontan el dilema del volumen opositor que empezó a manifestarse en las calles. Gente que, tal vez, se angustia más por temor propio (salud, economía, inseguridad, propiedad privada) que por voluntad de protesta. No es solo tampoco el ex futbolista Ruggeri aplicándole un sosiégate a Grabois. Puede haber otros más intemperantes. De ahí que, expertos en organizar multitudes, varios hombres del Gobierno revuelven la idea de promover un gran acto para el próximo l7 de octubre, hacer la simbiosis Cristina y Alberto, gracias a la memoria de Perón.
Pesan enormes dudas por esa eventual convocatoria (sería ir contra la propia cuarentena de la Casa Rosada), graciosa además porque la vocera de Alberto, Vilma, ha dicho que su jefe no es peronista sino socialdemócrata y, en más de una oportunidad, la misma Cristina reveló su desprecio sanguíneo por Perón para enaltecer en cambio a Evita, como si no conociera las grabaciones que el periodista Tomás Eloy Martínez obtuvo del general y en las cuales hablaba de aquella abanderada de los pobres como un “producto” de su inteligencia política.
La otra curiosidad, de llamar a una movilización para emparejar la calle, es el lenguaje y la cuestión de género imperantes para cantar la marcha. Sería una sorpresa que la gente de la CGT y los Moyano, por ejemplo, entonaran “les muchaches peronistas, todes unides triunfaremos”, según una desopilante versión de un voluntario de las redes.
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Si uno enlaza las dos declaraciones de guerra señaladas al principio habrá de concordar que tanto el jefe de Estado como su colega del gobierno porteño pugnan por ir de la mano en la carretera del centro, casi socios para deshacerse de los extremos, simbolizados en los ahora silenciosos Cristina y Macri. De ahí la “amistad” entre ellos que tanto indignó el corazón de ella y forzó algun epíteto del ingeniero contra su ex solícito álter ego. Si bien pueden entenderse los actos de autonomía de los dos personajes, una pareja despareja por cierto, cuesta imaginar su masa crítica electoral aunque más de un observador pueda iluminar hacia el futuro una fórmula común, producto del diálogo y los pactos, de unidad, para contribuir a sacar al país de la emergencia.
Todo expresado entre comillas, claro, para que nadie piense que es una inferencia del cronista. Y, además, en una fértil tierra nublada por la gresca personal entre dos ex presidentes rencorosos que padecen dificultades judiciales, en apariencia interminables. Sería una forma de “albertismo” siempre por nacer y cada vez más abortado y una integración más horizontal de Cambiemos.
Por ahora, nadie responde. Si hasta Carrió, para no quedar descolgada, terció en el juego: cuestionó a Macri y su jefatura, ya un muñeco de kermesse al que todos le pegan, pero casi nadie tampoco atendió la rebeldía de la solitaria en Exaltación de la Cruz. Es que parece la República de San Telmo interviniendo en la disputa entre EE.UU. y China.