Cuentan que en el frente de su casa en Cloud Hills, sobre la puerta de entrada, había escrito: “¿Para qué?”. Una duda personal, persecutoria, en una de las leyendas más atractivas y fascinantes del siglo pasado, un alma galesa torturada, quizás sobre el pasado de su propia vida. Protagonista: Thomas Edward Lawrence, a quien el cine convirtiera en el mítico Lawrence de Arabia, arqueólogo, espía, guerrillero, militar, factótum en la destrucción del poderoso Imperio Otomano durante la Primera Guerra, constructor de una confederación árabe que su Inglaterra no permitió y escritor de los “Siete pilares de la sabiduría”.
Sin duda una exageración periodística presentar ese pensamiento titubeante, casi metafísico, con el prosaico ¿Para qué? que Mauricio Macri formula para la coalición opositora que integra y no sabe si preside. Una sencilla pregunta: ¿para qué queremos ganar? Porque, según dice, ganar puede ser lo de menos o lo inevitable, pero lo importante en cambio será saber para qué se quiere gobernar y cómo se piensa aplicar un proyecto, la voluntad y determinación según su propia experiencia en la Casa Rosada.
La paradoja de Cristina y Macri
Por ahora, obtiene mínimas respuestas de sus interlocutores en el bloque, a diario en llamadas con Rodríguez Larreta —para despejar suspicacias de incomunicación—, o con la titilante Patricia Bullrich, su favorito Miguel Pichetto, los ahora ascendentes en su consideración, María Eugenia Vidal y Cristian Ritondo.
Tampoco le aportan radicales amigos (pocos) y ni pensar en la doctora Carrió que, como buena cristiana, se escandaliza con una posible violencia venidera, el mal del mundo o la desaparición del agua en manos del enemigo, y la pérdida de delegados propios en los próximos comicios, ya que la Coalición difícilmente le renueve el vulgar poder representativo que le otorgó en las últimas elecciones. Logró demasiado premio para tan escasa contribución.
Antes del dilema de Lawrence, Mauricio Macri —quien vuelve de sus vacaciones en el Sur— debe resolver con su compañía política otro intríngulis: la ausencia opositora ante la crisis, solo cubierta con objetores de conciencia en sus propios programas de tv. Ni una instrucción o consenso por si ocurriese algún episodio no deseado.
Por ejemplo, falta una preventiva resolución ante un eventual adelantamiento electoral, como vaticinan ciertas fuentes, hoy una emergencia de ese tipo podría dejar a la oposición en la intemperie, ser arrastrada por la corriente, sin diferencias partidarias ni permanecer como alternativa. Como el famoso: Que se vayan todos.
Se repite en el núcleo un reclamo: basta de mirar cómo se hunde el gobierno de los Fernández, tal vez hay que considerar la habilitación de fórmulas como mecanismo precautorio para difundir la idea de que hay un equipo de reemplazo. Y proceder a las internas. No parece que esa válvula de escape lo atrape al ex mandatario, quien piensa que el transcurso del tiempo lo favorece para ganar adhesiones. Pérdidas o contrarias. Al revés de las reflexiones de una buena parte de su espectro partidario.
Arguye Macri, como ejemplo, que debe aguardarse a la conducta de los gobernadores, ya que —razona— más de uno podría enlazarse en el futuro con el frente Cambiemos, como en sus tiempos de mandatario. Respuesta a esa posición: nunca ocurrirá ese fenómeno mientras Cristina disponga de la caja, nadie dejará de permanecer en el oficialismo mientras haya suministro de oxígeno dinerario para obras publica y adyacencias. No olvidar, lo perforan, que después que dejaste el poder ninguno de aquellos amigos del interior luego se quedó con vos.
Segundo tiempo: Mauricio Macri ha instalado "la revancha"
La urgencia por figurar también destaca al círculo Macri. Por ejemplo, la Bullrich busca más opiniones económicas que las que pueda proveer el cuarteto de Franco Moccia, compuesto por Sandleris, Dujovne, Lacunza y su privilegiado Laspina. También incorporó en sus consultas a Pablo Guidotti, Orlando Ferreres y Fausto Spotorno mientras le cedió el ordenamiento de estas consultas al ex titular del Banco Ciudad, Javier Ortiz Batalla.
Cada aspirante del Pro en la interna desarrolla estrategia propia por si se aceleran los tiempos, por si los últimos cambios en el gobierno son el balazo final de la Administración. Lo que obliga a una pregunta forzada sobre la duración del efecto del tiro, sobre todo si no acierta. Macri comparte la naturaleza y velocidad del caos, pero no está convencido de las perentorias demandas de sus cercanos, amigos o no. Quizás porque lo inquieta más el “para qué” de lo que hará el gobierno una vez que su frente alcance el poder. Si es que esto llega a ocurrir, proceso del cual no quiere ser prescindente. Por el contrario, desea ser máximo protagonista.
A su vez, lo asedia otro compromiso yacente. Han sido más que firmes y declaradas (dos veces por Cristina en público) la novedad de un acuerdo básico entre oficialismo y oposición para atravesar la debacle actual en lo político, económico y social. No se conocen los términos de ese convenio, pero muchos suponen que está implícito algún tipo de garantía por las acciones judiciales en curso contra la Vicepresidente y, tal vez, en el futuro sobre el mismo Macri.
A él no parece afectarlo por ahora esa posible situación personal. Pero quizás admita que, al margen de las odiosas diferencias que conserva con la dama, el edificio argentina no puede derrumbarse —como ocurre actualmente— por la inestabilidad que genera la primera figura política y femenina del país. Algo más que el dilema de Lawrence ya que su entorno y el contingente de votos que lo sigue no podría acompañar ningún tipo de amnistía. Como diría alguno de los noventa: Quedan pocos Menem en la política.