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PANORAMA / ESTRATEGIAS

La sociedad del pesimismo

Fortalezas y debilidades de Cambiemos en la campaña electoral. Factor económico, Vidal y el peso bonaerense.

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CAJITA SORPRESA | IMAGEN: PABLO TEMES

Cuál es el mayor activo que tiene el Gobierno de cara a la sociedad en el año electoral que comienza? Un planteo simple y efectivo: convencer de que no existe alternativa, de que no hay otra opción a la política económica que la que lleva adelante la administración de Mauricio Macri. Desde este planteo, no hay vida por fuera del ajuste.

Mensajes bíblicos. El segundo mensaje que Cambiemos presentará será complementario de aquel: en estos años se hicieron muchos sacrificios, restricciones y esfuerzos. Si vuelve el populismo todos los sacrificios habrán sido en vano. Desde esta óptica la vuelta del kirchnerismo sería equivalente al caos económico, un retorno inmediato a 2001, a la irresponsabilidad del no pago de la deuda; ya no hay tiempo ni recursos para una vuelta a los subsidios. Es un mensaje bíblico que se espera llegue a los sectores medios desencantados, muchos de ellos desesperados ya no por mantener el nivel de vida, sino por poder pagar las tarifas de los servicios públicos.  

El gran problema que tiene Cambiemos es sobreponerse al pesimismo que encapsula a gran parte de la sociedad argentina, un pesimismo que tiene dos rostros, dos temporalidades. El primero de características estructurales y otro de condición coyuntural. "Este país no tiene arreglo" debe ser una de las frases más repetidas por los argentinos, que habla de una derrota ontológica inexplicable. “¿Cuándo se jodió la Argentina?” fue una inusual pregunta que lanzó un portal a diferentes referentes para encontrar el momento justo de una rotura irreparable y casi irreversible.

A mediados de los años 60 Umberto Eco publicaba su libro Apocalípticos e integrados para analizar el rol de los medios de comunicación que irrumpían junto con la masificación de la televisión. Sin embargo, aquella dicotomía que planteaba el italiano puede ser reinterpretada en la Argentina actual como dos caras de la misma moneda. Los argentinos se han trasformado en apocalípticos en torno al futuro del país que habitan: “es un crisol de razas”, “tiene los cuatro climas”, “tiene capacidades para darle de comer al continente”, recitan con pulcritud escolar, “pero está destinado al fracaso” completan con resignación.

Los candidatos de la oposición no van a dudar en ofrecer el paraíso, o al menos la experiencia de establecer un camino para salir del infierno. Esto último sería el diferencial de una potencial candidatura de Roberto Lavagna, quien tendría para ofrecer un know-how para poner en marcha una transición sin reelección.

Esta idea de falta de destino común y ausencia de proyecto de nación explica la desaparición del sentimiento de comunidad y da lugar a un sujeto hiperindividualizado: sobrevivir a como dé lugar, pero con la imperiosa necesidad de seguir integrado a un sistema que lejos de incorporar, expulsa. Es el mensaje que dan esos padres que fueron noticia por ir a golpear a los maestros cuando sus hijos eran reprobados en los exámenes. Los maestros que en otra Argentina ocupaban el lugar de la “iluminación”, de la abnegación y del ejemplo  se han trasformado simplemente en un obstáculo para esta subjetividad abrumada.

El abismo es el otro. Así como el pesimismo macro convence a los argentinos de que viven en un país estancado, también gana un lugar destacado en lo micro del día a día. Esto genera en el comando electoral dirigido por Marcos Peña un desafío con pocos precedentes victoriosos: ¿se pueden ganar las elecciones con una economía en recesión y con una sociedad deprimida? La respuesta arranca temprano en este 2019 y tendrá muchas facetas. Una idea, que corre en estos días, es generar el riesgo-Cristina, es decir, vincular la suba del riesgo país con la amenaza de que la ex presidenta gane las elecciones. Si bien técnicamente el riesgo país es un cálculo que indica la tasa mínima esperada en una inversión en un bono local comparada con la rentabilidad de los bonos de la Reserva Federal de los Estados Unidos (considerada la inversión más segura del mundo), la idea del riesgo tiene el poder simbólico para configurar un abismo que se articula perfectamente con la incertidumbre que abre el proceso electoral. En 2017, en los días previos a las elecciones de medio término se insinuó un dólar-Cristina, esto es, la amenaza de una devaluación de la moneda frente a una posible derrota electoral del Gobierno en la provincia de Buenos Aires. La realidad marcaría que el verdadero problema fueron los capitales golondrina que a partir de abril de 2018 tomaron la decisión de retirarse del país con cierta sincronización. Si en aquel mes el dólar cotizaba a poco más de 20 pesos, a mediados de septiembre ya había duplicado su valor.

Más allá del horizonte. Más allá de todas las tácticas electorales, para sobreponerse al pesimismo reinante el Gobierno está obligado a establecer un horizonte, una temporalidad donde la situación económica puede mejorar, un lugar donde los sectores medios puedan sacar la cabeza del agua para tomar aire. No alcanza con el deseo navideño que pronunció Mauricio Macri: el inespecífico “vamos a estar mejor”, combinado con “el camino más extenso”. En este sentido, la decisión del oficialismo de no dar proyecciones porque hasta ahora todas resultaron fallidas seguramente va a ser revisada por el peligro de que el pesimismo cobre estatura política para transformarse en bronca, y que impulse a muchos a decidir caminos alternativos para votar en primera vuelta. Los candidatos de la oposición no van a dudar en ofrecer el paraíso, o al menos la experiencia de establecer un camino para salir del infierno. Esto último sería el diferencial de una potencial candidatura de Roberto Lavagna, quien tendría para ofrecer un know-how para poner en marcha una transición sin reelección. Esta alternativa ya fue indirectamente rechazada por Juan Manuel Urtubey, quien declaró su decisión de competir por las presidenciales, lo que implica al menos un paso más en la dispersión de la plataforma opositora. Sin embargo, la posibilidad de que Lavagna se integre en una fórmula con Cristina quita la respiración a más de uno.

Finalmente hay que considerar el factor de riesgo que incorpora el interés mostrado por María Eugenia Vidal para separar la elección de la provincia de Buenos Aires de la nacional. Todo cambio en los sistemas electorales trae consecuencias inesperadas; aquí en particular se quitaría el elemento de tracción que implica la figura de la gobernadora sobre la boleta presidencial, pero también obliga a la oposición a tener que disponer de figuras de relieve para competir en el territorio que conjuga el 38% del padrón electoral a fin de evitar un triunfo de Vidal por mucha diferencia. Son muchas las cartas que se irán jugando conforme avance el verano en el marco de una sociedad que va agotando sus recursos y su paciencia.

*Sociólogo (@cfdeangelis).