“En la lucha de uno contra el mundo, hay que estar de parte del mundo.” De ‘Consideraciones acerca del pecado’, Franz Kafka (1883-1924)
Como en el enamoramiento, cualquier revolución, un parto o la buena poesía, en Racing la felicidad duele. Hay dolor en casi todo. En la explosión de júbilo, en la bronca acumulada, en la sensación de que sólo una fuerza perversa y atroz podría atreverse a desafiar tanto insensato amor, en la entrega sin razón ni pausa. Es el mundo contra Racing, siempre. Todos contra el club más melancólico que jamás haya existido.
El viernes pudo ser drama pero terminó, oh sorpresa, en fiesta incontrolada. No es algo desconocido para el iniciado académico. Ocurre, de tanto en tanto. Caprichos de un destino exótico que se empeña en desmentir cualquier presunción. El mismísimo equipo de José de 1966, nada menos, arrancó como un vulgar rejuntado y llegó a campeón del mundo. Wow. Nunca se sabe con ellos. El infinito laberinto borgeano es el jardincito de este club de dementes. Y su noble corazón, El Aleph. Dios mío, ¡amo a esos tipos!
Lanús parecía Racing y se llevó todas las palmas en los Mufa Awards. Al minuto, se le lesionó uno y después, ¡el que entró para reemplazarlo! Too much. Podían haber quedado dos goles arriba con un arquero rival menos inspirado y más suerte, pero el cabezazo de Martínez terminó adentro y… Chau. Roja para dos, goleada en contra. Gio por fin la embocó de penal después de haberse erigido en un peligro para las palomas de Avellaneda. Después fue un abuso. Gol de Hauche y otro de… ¡Cahais! ¡Eeeh...! Me dio pena por ellos. Faltaba el de Lugüercio, pero no. ¡No todo es posible en la Dimensión Desconocida!
No me odien, amados académicos, pero les ruego que –es inútil pero lo haré y ésa es la máxima utopía del club que duele– moderemos nuestro súbito entusiasmo. Suena ridículo pedirlo después de un 4-0, pero… Lo mismo escribí aquí después del 3-1 de la Argentina maradoniana a México en Sudáfrica y antes del 0-4, glup, contra Alemania. Ojo.
Les recuerdo que cuando hubo partido, Racing perdía las divididas, De Olivera salvó pelotas imposibles y Lugüercio, insólitamente parado como pivote, ni cosquillas hizo. El equipo seguía (¿sigue?) siendo el mismo: acelerado, previsible y tan rígido que, cuando toca hacia los costados parece España. Sí, sí… ¡La España de Franco!
Racing, con o sin goleada, sigue siendo pura incertidumbre. Si lo que es es, santo Parménides: ¿qué será Lugüercio, entonces? ¿Delantero, volante, pianista, héroe popular? ¿Y Licht, curioso habitante de la medianía por izquierda, como tantos? ¿No habrá un acomodador que acompañe a su butaca al desorientado Toranzo? Giovanni Moreno, ¿será delantero, enganche, mediapunta o malabarista de semáforo? Cáceres, ¿es o se hace el 4? ¿Por qué los goles importantes los hacen los defensores? ¿Extrañará Bieler la altura de Quito? ¿Quién habrá evangelizado al Demonio Hauche? ¿3-4-3, 4-3-3, 4-4-2, 4-3-1-2, 4-4-1-1, 4-3-2-1 o 3-5-2? Los jugadores ¿ahora sí entenderán el mensaje? ¿Habrá mensaje? ¿Y mensajero? ¿Es de verdad la impecable dentadura de Russo? Dudas.
Ay. Esta adicción a Racing es un virus. Que a mí se me suele manifestar como una erupción, digamos, y en las circunstancias más inesperadas. Por ejemplo, leyendo el ensayo Los Bárbaros, del escritor italiano Alessandro Baricco, que cita a Goffredo Parise en su capítulo Libros 3. “Pirovene, como Montale y Moravia, al contrario de nosotros, había vivido un cierto número de años en los que la palabra escrita fue expresión, mucho antes que comunicación”, dice que decía. O sea –completa Baricco–: la palabra desplazó su centro de gravedad desde la voz que la pronunciaba hasta el oído que la escuchaba. Mmm… ¡Claro!
Tranquilos. No se me pierdan. Ya me explico. O al menos, eso intentaré. Ahí va.
Rodolfo Molina es un señor gordito, aparentemente tímido, de tono amable y medido, abogado, empresario de profesión y presidente en ejercicio. No parece muy futbolero y según su eficiencia en el métier, no debe serlo, nomás. Pero es hincha, claro. Muy bien: convertida su palabra en mera “comunicación”, teledirigió su reclamo desde los medios hacia el oído de Giovanni y declaró, sin anestesia: “Espero que empiece a rendir más, para el bien de todos”, o algo así. ¡Ops! El firuletero king size se sintió ofendido: “¿Por qué no dijo lo mismo cuando le ganamos a Boca?”, preguntó para no ser respondido. Buen punto.
Y ahora sí llegan Baricco, Parise y tutti i fiocchi. Porque yo, queridísimo Gio –y me disculpo por estas espantosas mayúsculas que tanto le gustaban a Neustadt–, SI lo dije después del triunfo contra Boca, sin intención de “comunicar” nada. Lo escribí porque sí, por pulsión: por deseo, por ganas de “expresarme”. De gil que soy, nomás. Dije que me parecías hábil pero lento y demasiado livianito para este fútbol. Y, sí. Lo dije y lo rescato ahora, en tu mejor partido. Y ya cebado, hago mía la idea del pobre Molina que tanto te molestó: es hora de que arranques de verdad, pibe, porque la verdad es que todavía estamos en el horno, ¿capisce? Cambio y fuera. ¡Perfumo o Muerte!