Lilita está loca. Desvaría, rompe y anuda. Está en lo de Mirtha, está en Twitter, en la tele y en el diario. Lilita dice la verdad, pero es inestable. Lilita dice que todo era una broma, que no nos preocupemos. Lilita se ríe.
La opinión del público puede equivocarse, pero es irrefutable que la doctora Elisa María Avelina Carrió nos anima a repensar los límites de la cordura política. Hasta en la última “mezasa” de la interminable diva de los almuerzos, animó a indicar con frescura: “Estoy harta de que me digan que Cristina no tiene que ir presa para poder ganar las elecciones”. Difícil. Al menos para aquellos que no comprenden los juegos del lenguaje.
Porque si hay algo que no es Lilita, es loca. Todo lo contrario. Su currículum denota un remarcable apego por el método, la lógica y la investigación. Ejemplo de esto es su eterno informe de 1.500 páginas del año 2001, donde denunció una estructura de banqueros, políticos y funcionarios que desviaba a Panamá y Montevideo miles de millones de dólares durante
la presidencia de Carlos Menem. En todo su trayecto, Carrió acuñó la idea de erradicar toda “matriz de saqueo que anteponga el negociado personal desde la estructura del Estado al interés de la Nación”. Suena razonable.
De lo que Lilita sufre es de otra cosa: tiene la enfermedad de la comunicación. Goza de una perfecta administración de los ritmos mediáticos. Cuando tiene que reír, ríe; cuando tiene que enojarse, lo sabe. Y también entiende cuándo invocar a un poder superior, con crucifijo en mano. Tira y afloja, hace caras. Pero siempre se nota cómoda frente a la cámara: es una potencia natural en ella.
Todo lo contrario parece suceder con Mauricio Macri. Al Presidente no le gusta hablar a los medios. Respeta su importancia, pero, aun cuando está relajado, no transmite la idea de disfrutar con la mirada del otro. Su gestualidad, producto del media coaching, no luce fluida. Como si nos dijera: prefiero hacer, no decir. Nadie duda del valor de ello. Pero si recordamos a Aristóteles y su retórica, “más vale un imposible verosímil que un inverosímil posible”.
En 1922, Ludwig Von Wittgenstein, ingeniero industrial y filósofo austríaco, intentó encontrar una fórmula matemática para dominar los significados en la sociedad. No lo logró. Por eso, dos décadas después, en sus Investigaciones filosóficas, concluyó: el lenguaje es algo lúdico, es un juego que no se puede controlar del todo.
La construcción del sentido positivo en la esfera pública exige dominar ese juego: el de crear mensajes que puedan explicar en forma simple y a la vez persuasiva, el orden de los acontecimientos. El ciudadano necesita que le expliquen, comprender. El exceso de información digital no colabora y así, el rol comunicador de los políticos es fundamental: no dominar el arte del lenguaje y sus juegos es una desventaja.
En el laberinto de la comunicación, Lilita disfruta de perderse en sus pasillos y parece encontrar siempre la salida. Nada mal para alguien que se presume insano.
*Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación y de la Comunicación Social de la Universidad del Salvador.