COLUMNISTAS
LO QUE VIENE

Manejo de expectativas

Hay otra transición que va de la ilusión electoral a la realidad de gobernar. Luna de miel y aumento de tarifas.

En banda.
| Dibujo: Pablo Temes

En el altar no hay divorcios: todo es sonrisas, las fotos salen fantásticas y existe la extraña ilusión de que las promesas hechas durante el noviazgo se convertirán en poco tiempo en una realidad tangible y duradera. La realidad es siempre más dura, inasible y compleja. Macri iniciará el 10 de diciembre la convivencia con lo que fuera su objeto de seducción, pasión y conquista hasta poco tiempo antes: la escasa mayoría de argentinos que votó por Cambiemos.
En la campaña abundaron las palabras de amor, pero la discusión sobre los temas de fondo, inevitables a la hora de encarar un programa de estabilización, fue abordada con superficialidad. Incluso durante el debate presidencial, la devaluación, la suba de las tasas de interés o el aumento de tarifas apenas aparecieron como parte de la inocua táctica de miedo que desplegó, con menos suerte que convicción,  Scioli (más incómodo en su papel de candidato duro y confrontador que el irreconocible Balanta marcando rivales).

El hecho paradójico es que, dadas las características de las coaliciones electorales en este embrionario bipartidismo imperfecto que votamos en 2015, por motivos políticos o prácticos, los votantes de Macri, fundamentalmente los sectores medios urbanos, pagarán un porcentaje más alto del ajuste que quienes no lo votaron. En CABA, por ejemplo, una población enorme y subsidiada será de los primeros grupos de argentinos en sentir los efectos de las correcciones macroeconómicas de la nueva gestión: llegó la hora de pagar lo que valen los servicios públicos, como la luz, el gas y el transporte.
Doce años de populismo vetusto y autoritario dejaron como legado un déficit fiscal superior al 7% del PBI, motor de una inflación incompatible con cualquier bosquejo de una sociedad normal, estable y solidaria. ¿Están los aliviados y sonrientes votantes de Cambiemos conscientes y advertidos del suculento aumento tarifario que les espera? Inquietan sobre todo las reacciones de aquellos que deberán abonar mucho más por un servicio deficiente: como de costumbre, los cortes de luz (como los mosquitos) serán una parte fundamental de nuestro fogoso paisaje estival.

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Lo mismo ocurre con los actores del mercado, tan optimistas respecto del horizonte que se abre aquí, en especial dadas las complicaciones de Brasil (donde los escándalos de corrupción contagian a la crema del establishment), y el desaliento que produce el giro “estatista” en Chile. Muchos observadores calificados coinciden en que el ciclo populista latinoamericano se está agotando (Sanguinetti dixit), en consonancia con la corrección en el precio de los bienes primarios. Y si bien es cierto que en el largo plazo, si la administración Macri es exitosa, habrá una mejora del clima de negocios, en lo inmediato es poco lo que se puede hacer: a lo sumo, empezar a corregir las megadistorsiones que deja CFK, profundizadas por el reciente (y tardío) fallo de la Corte sobre los reclamos de recursos previsionales por parte de Córdoba, Santa Fe y San Luis (obviamente, provincias no K). Las metas de mediano y largo plazo (mejorar la seguridad jurídica, el funcionamiento de la burocracia, el acceso al financiamiento, la infraestructura) podrán estar bien promocionadas, pero no sucederán ya mismo.
Fue un candidato exitoso y un jefe de Gobierno reconocido por porteños y foráneos, pero el líder del PRO debe agregar a sus talentos una capacidad adicional y para nada sencilla: la de administrar expectativas. Incluyendo tal vez su propia desilusión cuando corrobore que todo es más complejo de lo que imaginaba. Como le pasó a Sebastián Piñera, al propio Vicente Fox o a tantos otros que suponían que luego de tanta mala praxis era posible mejorarle la vida a la gente con buena gestión y sentido común. Hace falta también mucha política, y de la buena. Escaso recurso por estos lares, desde siempre.

Es un gabinete sin figuras estelares pero con un nivel de excelencia y una reputación que entusiasma a muchos y estimula a otros. ¿Se viene acaso una ola de profesionalización en la política pública? Más vale tarde que nunca: se acaba una etapa de curanderos y arribistas, también de chupamedias y de ese setentismo tardío encarnado en una militancia tal vez romántica e idealista aunque seducida por el lumpenaje y la runfla.
Es probable que exista una paciencia inicial en el electorado, pero no será eterna (como Cristina). El manejo de frustraciones por parte del nuevo gobierno cobra así un rol tan importante como el diseño de las políticas para la génesis de un nuevo proyecto transformador y modernizante que no tiene muchos antecedentes en esta Argentina en la que hasta los militares (sobre todo ellos) fueron populistas.
Este Macri deberá también readaptar con premura su discurso y sus gestos: no es más candidato, ahora todos los detalles cuentan. Una de sus primeras incursiones en el contexto regional generó escozor en importantes círculos diplomáticos: no había necesidad de pedir la expulsión de Venezuela del Mercosur. Existe un menú muy diversificado de opciones intermedias para diferenciarse del gobierno saliente y de la mayoría de los países de la región, contemplativos con los absurdos abusos contra los derechos humanos que ocurren allí. Entre el todo y la nada, la buena diplomacia siempre encuentra matices graduales para influir sin generar demasiados enconos.

Ocurre que Brasil le vende a Venezuela más de US$ 80 mil millones al año. Cualquier sanción extrema puede poner en riesgo esos negocios, con una economía que se encamina a tener dos años de crecimiento negativo por primera vez desde la Gran
Depresión.
Los valores y los ideales son un componente loable e imprescindible de todo liderazgo político; determinan e influyen en las prioridades y programas de política pública y en los instrumentos seleccionados para implementarlas. Pero los intereses estratégicos, los propios y los ajenos, incluyendo los materiales, no pueden ignorarse ni aun menospreciarse.
Hacer lo correcto, lo justo y lo necesario, como fórmula inicial, no parece errado; sólo que debe mixturarse con otros atributos: hacer también lo posible, lo más útil, lo conducente para lograr el impacto buscado de forma sencilla y con sentido común. Tener en cuenta las formas, no sólo los contenidos. Lo simbólico es tanto o más importante que lo material.
Venimos de un período caracterizado por un exceso de improvisación, con hiperconcentración de facultades, de protagonismo exclusivo y excluyente por parte del presidente de la Nación. Predominaron actitudes desafiantes y confrontativas y, sobre todo, una enorme cuota de soberbia y falta de humildad.

¿Cambiamos?