El llamado ocurrió hace unos días. “Disculpame –dijo el funcionario al hombre de negocios, que escuchaba en silencio–, pero por orden de la Presidenta tengo que salir a cruzarte por tus dichos”. El funcionario era el ministro de Planificación e Infraestructura, Julio De Vido; el hombre de negocios, el titular del Banco Macro, Jorge Brito, quien por haber deslizado algunas mínimas críticas hacia el Gobierno fue sujeto de la furia de Cristina Fernández de Kirchner. Esta práctica de funcionarios que en público son obligados a decir una cosa por la que después en privado piden disculpas ya viene de la época de Néstor Kirchner.
El impacto de las PASO se siente con fuerza creciente en el oficialismo. Casi todos los días hay una declaración o una decisión política que contradice algunos de los postulados que, durante la llamada “década ganada”, el kirchnerismo esgrimió como banderas, lo que marca el desconcierto dentro de sus filas. El más resonante en estas horas es el de la inseguridad. El asunto que según el “relato” era presentado como una “sensación” y como “un invento de los medios” y otros disparates ha pasado a ser ahora una prioridad. A Francisco de Narváez lo crucificaron cuando habló de bajar la edad de imputabilidad a 14 años. A Juan Carlos Blumberg también. Pero ahora esas medidas son progresistas porque las “propone” Martín Insaurralde. Lo de Daniel Scioli, con la designación de Alejandro Granados al frente del Ministerio de Seguridad, inquietó a muchos. Las definiciones del intendente de Ezeiza parecieron salidas del tiempo del apogeo de la “maldita policía”, además de ir a contramano de algunas de las políticas del gobernador. Recuérdese que Scioli propone el desarme y que Granados dijo que todo el mundo debería estar armado.
Lo más grave de todo esto no es la contradicción sino la falta de una política de Estado consensuada y previsible, que es la única que servirá para combatir un problema complejo y de difícil solución. Era hora de que el Gobierno reconociera un problema que a lo largo de sus diez años de gestión se empeñó en negar. Lo malo es que todas estas medidas orientadas a producir un golpe de efecto no son otra cosa que un nuevo manotazo de ahogado. Todo es desprolijo. Véase si no lo que está pasando con los gendarmes, a los que se traslada en condiciones de notable precariedad. Scioli ha perdido una gran oportunidad para realizar una convocatoria amplia a fin de debatir y acordar políticas de Estado. Eso es típico del kirchnerismo. En eso, la simbiosis del gobernador con el estilo K no pudo haber sido mayor.
Estos avatares no tienen otra consecuencia que la de hacerle las cosas mucho más cómodas y fáciles a Sergio Massa. Al final, la agenda del Gobierno es la que terminó imponiéndole el intendente de Tigre. Las encuestas confiables indican que ninguna de las iniciativas tomadas por la Presidenta ha tenido impacto positivo hasta ahora. Lo que se conoce, en cambio, es que el drenaje de votantes desde la filas del denarvaísmo hacia el massismo es incesante y que los dirigentes del kirchnerismo bonaerense que llaman para hablar con Massa son cada vez más numerosos. Al paso que van las cosas, uno de los asuntos que comienzan a discutirse dentro del Frente Renovador es cómo manejar un crecimiento que viene superando sus expectativas.
Las “resonantes” declaraciones de Mauricio Macri en el reportaje que le concedió a Jorge Fontevecchia en la edición de PERFIL del domingo pasado deben entenderse como una respuesta a ese crecimiento. Es decir, el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires teme que gente que podría estar con él comience a evaluar la posibilidad de dejar las aguas del PRO y recalar en las del massismo. Su críptica figura del “círculo rojo” fue, desde ese punto de vista, un verdadero hallazgo de comunicación política. Los tuits de la Presidenta, con su interpretación conspirativa y destituyente –presagios que viene haciendo desde 2008 y que la realidad ha desmentido– de lo que para ella son el “círculo rojo” y el “círculo negro”, le dieron a Macri un protagonismo opositor casi estelar, del cual depende su proyecto presidencial. Y el problema que tiene ahora es que debe disputar ese espacio con un Massa en ascenso. Hablando de destitución, es conveniente recordar que el único que quiso hacer renunciar a la Presidenta fue su difunto esposo tras el voto “no positivo” de Julio Cobos en 2008.
Un tema de inquietud creciente en el Gobierno es el de la corrupción. En la última emisión de El juego limpio, Roberto Lavagna declaró: “Lo que está pasando en Vialidad Nacional es tremendo, tanto en términos de contratos como en pseudodemandas en la Justicia, donde Vialidad se allana todo”. El ex ministro sabe bien de lo que habla. El 23 de noviembre de 2005, en un recordado discurso ante la Cámara de la Construcción, señaló en forma contundente: “Hay algunas áreas, particularmente la que tiene que ver con la obra pública, donde existe cierto grado de cartelización, y eso implica sobrecostos”. En esos días, el Banco Mundial había suspendido la licitación de caminos financiada por el programa Crema debido al descubrimiento en diez licitaciones de sobreprecios del 25%. A los seis días, Kirchner lo echó.
Amado Boudou no tuvo una buena semana. En la causa de la ex Ciccone, el fiscal Javier Di Luca emitió un dictamen que complica al vicepresidente, a quien el Gobierno trata de ocultar lo más que puede. Di Luca falló a favor de rechazar un pedido del abogado de Alejandro Vandenbroele para decretar la nulidad de la declaración de su ex esposa, Laura Muñoz. Dato no menor: Di Luca es directivo de la asociación civil Justicia Legítima, de afinidad con el Gobierno. Como dice la canción de Joan Manuel Serrat, “Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio”.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.