Junto al duelo, viene lo habitual: la discusión por la plata. Unos más apremiados que otros para el reparto del botín, también llamado herencia. La primera reyerta, luego del mutis por el foro de Cristina de Kirchner en materia de candidaturas, se registró en la provincia de Buenos Aires: Axel Kicillof insiste en repetirse como gobernador mientras Martin Insaurralde lo seduce para que aspire a la Casa Rosada el año próximo como el mejor candidato del kirchnerismo. Y, por supuesto, reemplazarlo él mismo en la casa de Gobierno platense.
Como se sabe, la alternativa de alcanzar la gobernación con votos, cualquiera sea el postulante, es más fácil que la de Presidente. De ahí la negación de Axel al traslado, no soy un indio que persuaden con espejitos de colores, debe decir. Y la batalla entre los dos personajes, miembros de una misma administración recién comienza. Suele ocurrir.
Al mismo tiempo, Sergio Massa ya le reclamó a la Vice que lo habilite para postularse en el 2023 a la Casa Rosada. “Hacé lo que quieras”, le respondió mustia como máximo favor, tal vez ni se acuerda que hace 4 meses consintió esa posibilidad siempre que Massa pudiera revertir las penosas condiciones económicas del gobierno, la eventualidad de caer en el abismo. El “elegido” de la crisis cree que cumplió, dice que hasta ahora no hubo estallido, default ni corridas.
Pero, descubrió en ese ejercicio que su reticencia a proclamarse candidato —“bueno, no sé, tengo que hablar con mi familia, no todos están de acuerdo”, musita con gestos de picardía y como si se tratara de ir el domingo a un partido de fútbol— le empiezan a complicar su propia gestión al frente del ministerio. Si bien los titilantes mercados parecen acompañarlo y hubo cierta baja en el riesgo país, se le exige una definición más concreta de su protagonismo gubernamental, cierta garantía de presunta continuidad en el futuro. No les alcanza con la dimisión de Cristina a cargos que no ejercía. Para que todos puedan dormir en paz, reiteran.
Tal vez la viuda de Kirchner ofrezca más precisiones sobre su retiro a futuros cargos, la nueva fase del “renunciamiento a lo Evita” como quieren compararlo sus fieles seguidores. Ingenuos elementales que solo han visto desmejorar sus salarios, al revés de lo que ocurría con Evita. Antes de que se pase para marzo de 2023, se esperaba que el foro de Puebla resultase un escenario oportuno para reivindicar viejas pasiones setentistas de la dama, mezclándose con caudillos populistas del continente y repudios a las derechas en cada país.
Esa tradición oral no asusta, se comprende en los diversos y pragmáticos “círculos rojos” empresarios, en aquellos que al mismo tiempo pretenden que Cristina ponga por escrito su apartamiento futuro, si es con un escribano mejor. Para preservar esa ambigua formula del matrimonio con Massa en camas separadas, adherir al FMI y al mismo tiempo rechazarlo. O sea, documentar la fuga de la Vice como una cobertura para poner plata en la Argentina, dicen, esos escaldados que creen en una recuperación violenta en el 2024 o 2025 y consideran que el exangüe precio hoy de sus activos constituye una desviación del mercado. Como si lo que se paga por ellos no es el precio de lo que vale. También hay cándidos en ese rubro de los privilegiados “círculos rojos”.
El temor a convertirse en “primerizo”, en la precocidad del despertar, quizás desaliente el lanzamiento de Massa. Muchos creen que la carrera será larga, extenuante, y lo mejor sería confirmar en marzo, a más tardar abril. Sin embargo, como él debió anticipar el sistema de Precios “Justos” contra su voluntad —en rigor, lo pensaba difundir más cerca de las elecciones y ante una posible disparada de precios—, no sería improbable anticipar también su propósito electoral. Más si la emergencia del abatimiento de la viuda de Kirchner se confirma y se extiende la orfandad del vacío.
Lo cierto es que nunca estuvieron tan juntos los dos, al menos sus intereses. Si hasta ella puede creer que la capacidad de gestión de Massa podría beneficiarla en sus temas personales. Hay antecedentes, mejor obviarlos. Una ventana para una mujer con mal humor que hasta se subleva con “los pibes para la revolución”, a quienes les dio poder, plata, cargos y nunca pudieron anularle lo que ella llama la “persecución judicial”. Tampoco lograron impedir la realización de las PASO en la provincia de Buenos Aires —hubiera sido clave para asegurar el triunfo partidario— y fatigan rabia por su incapacidad para intervenir el gobierno de Alberto Fernández con la instalación de una “mesa política”. Deben ser bastante inútiles para trabarse en la desvencijada puerta del Presidente con esa demanda femenina.
Más urgente que lo de Massa se torna clarificar otra interna en la provincia de Buenos Aires: emerge Insaurralde acompañado por Máximo Kirchner dentro del mismo gobierno de Kicillof y pretende, con apoyo de otros intendentes, ser el ansiado candidato bonaerense del peronismo luego de que lo fuera Eduardo Duhalde el siglo pasado. Ya transcurrieron extraños capitalinos como Ruckauf, Solá, Scioli, la Vidal y el mismo Axel. Así reza la campaña en barbecho de quien un día fue candidato de Cristina al mismo puesto y, por falta de empatía, ella misma lo abandonó.
Insaurralde le pide al gobernador, como hace la Iglesia, que se promueva para Presidente. Y, de paso, que se remueva. La Cámpora apoya a Insaurralde —con Kicillof nunca se llevaron bien, al que consideran un porteño presumido como sus colaboradores—, aunque ese respaldo tampoco entusiasma a los jefes municipales más peronistas. Desconfían de la logia. Hoy los dos aspirantes a la gobernación se niegan a otra alternativa, ni a la segura y tentadora senaduría por la provincia, cargo a obtener ganando o perdiendo. Con seguridad. Ambos están por todo, como siempre dijo la doctora, quien ausente o no dirimirá seguramente. Tiene en su cartera más temas a resolver, inclinarse por uno o por otro, como en el caso de Massa. Y rumia con desdén: justo cuando pretende evadirse de instancias judiciales que amenazan a su propia hija, de nuevo la complican en la política. No alcanza con el renunciamiento que nadie sabe aún en qué termina. Más quiero salirme de los problemas, más me meten en los problemas. Podría firmar la conclusión Mario Puzo.