COLUMNISTAS
inflación

Medidas retrógradas

Sergio Massa debió ceder y aplicó un nuevo control de precios a pedido de Cristina Kirchner.

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Justito, justito, Sergio Massa. | Pablo Temes

Sergio Massa, quien admitió tiempo atrás que se sentía como “el plomero del Titanic”, no da abasto. Siguiendo con esa metáfora, la Argentina es un barco demasiado grande y su casco tiene agujeros por todos lados. La línea de flotación del oficialismo sigue en riesgo y el fuego amigo no le permite trabajar con la independencia que al ministro le gustaría. El programa denominado Precios Justos para alimentos, higiene y productos asociados a la canasta básica no es otra cosa que la misma vieja receta que el kirchnerismo adora porque le permite intervenir en la microeconomía –señalando a buenos y malos– y desarrollar su afán de control con cierto sesgo autoritario.

El ministro y líder del Frente Renovador sabe que, una vez más, le han torcido el brazo. Ha tenido que negociar con Cristina Fernández de Kirchner vía Axel Kicillof y aceptar una medida retrógrada que no es de su agrado.

Los controles de precios nunca dieron resultado, pero son fundamentales para el relato de omnipotencia del kirchnerismo, que se empecina en repetirlos una y otra vez con distinto nombre como si los ciudadanos no se dieran cuenta de que los espera el mismo calvario: un resultado efímero con faltantes en las góndolas, envases más chicos y largas caminatas para conseguir precio y producto como si no tuvieran que trabajar y ocuparse de los avatares que dominan su vida por estos tiempos. Mientras Massa intenta reparar con curitas y torniquetes las fisuras de este Titanic con rumbo de iceberg, la gente sigue padeciendo las consecuencias de la impericia del oficialismo. Pasamos del plan “vamos viendo” al plan “aguantar como sea”. No hay destino de crecimiento, todo el Gobierno está desmembrado y minado por sus propias desavenencias internas. Distintos tipos de dólar, inflación cerca de los tres dígitos, ausencia de reservas en el Banco Central y un débil control de precios como solución inmediata. Todo esto no hace sino confirmar el anacronismo que representa el kirchnerismo. Es un déjà vu permanente que no hace otra cosa que agravar los serios problemas socioeconómicos que padece nuestro país.

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Chicanas sin ideas

El propio Gabriel Rubinstein, virtual viceministro de Economía –que tuvo que pedir perdón a la vicepresidenta por sus tuits críticos contra su excelentísima persona y contra todo el kirchnerismo para poder asumir–, resumió lo que piensa en un hilo de Twitter: “Precios Justos es solo un paso. Solo una pieza pero bien importante del andamiaje que nos permitirá mejoras ulteriores”. Una justificación débil de alguien que parecería estar intentando convencerse a sí mismo. La respuesta de los usuarios de la red no tardó en llegar con capturas de pantalla de los tiempos en los que el propio Rubinstein denostaba el plan de Precios Cuidados y otras ilusiones kirchneristas. El viceministro no es el único que tiene problemas para resistir el archivo. El mismísimo Sergio Massa reconoció públicamente en el programa A dos voces ante la pregunta de Edgardo Alfano sobre la posibilidad de suspender las PASO: “A mí me condena Google con ese tema”. Eso es una verdad a medias. El buscador más famoso de la web no condena a nadie, sino que expone las contradicciones y vaivenes constantes de las personas sin palabra que generan falta de credibilidad.

Gabriela Cerruti volvió a ser noticia por su impericia y falta de tacto. Cuando la portavoz presidencial recibió a la ministra de Igualdad de España, Irene Montero, la invitó a recorrer la Casa Rosada y se refirió al homenaje que familiares de las víctimas del covid habían hecho a sus fallecidos como “las piedras que puso la derecha”. La pandemia dejó más de 130 mil muertos –de manera oficial–. Más de 130 mil familias perdieron a sus seres queridos –muchas de ellas no han podido siquiera darle un último adiós–. Cerruti debería recordar al menos dos cosas: en primer lugar, que su gobierno fue y es responsable por el mal manejo de la pandemia con cuarentenas eternas, violaciones flagrantes a los derechos humanos –como en el caso de Formosa– vacunatorios vip y fiestas en Olivos organizadas por la primera dama con la presencia del propio Presidente. En segundo lugar, debería saber que el trabajo de portavoz es una tarea sumamente importante que implica respeto por sus colegas, veracidad o, al menos, verosimilitud, para representar la voz oficial ante temas de interés público. Cerruti viene haciendo de su penoso alarde de arrogancia una religión, del maltrato un estilo, del absurdo una constante y de la verborragia incontenible una patología que no cesa. “El pez por la boca muere”, reza el dicho popular. Por su ofensa a las víctimas de la pandemia y sus familias y por su inoperancia y falta de capacidad profesional, la portavoz debería tener algo de dignidad y presentar la renuncia a su cargo. Los fanáticos hacen daño dondequiera que se desempeñen.

Bombas que explotan

La oposición también es parte del problema en el cual está inmersa la Argentina. Después de varios días turbulentos, en el PRO ataron con alambres la calma necesaria para no descarrilar de nuevo. La coalición no se va a romper. Saben que si lo hicieran, sus aspiraciones de reconquistar el poder serían nulas. Por eso –y a modo de anuncio o reiteración – se dijo que María Eugenia Vidal –hoy completamente desangelada–, Horacio Rodríguez Larreta –devenido en equilibrista– y Patricia Bullrich –la temperamental– son los candidatos del espacio. Pero todos vuelven a mirar con desconfianza a Mauricio Macri, que sigue escondiendo las cartas para conservar su cuota de poder y posicionarse como la opción necesaria para zanjar todas las diferencias o, más bien, todo lo contrario.

La oposición se comporta como si ya hubiese ganado las elecciones, algo que los manuales elementales de política desaconsejan. Con el eslogan “La gente ya cambió” creen que será suficiente para lograr los cambios profundos que harán falta para reganar el sendero del crecimiento genuino. Tamaña sobresimplificación de la realidad no deja de sorprender.