COLUMNISTAS
Voyerismo y bullying

Mirar la violencia: de testigo a cómplice

Tanto en la vida cotidiana como en el mundo online, los espectadores son la clave para sostener o frenar las situaciones de violencia. Los agresores suelen continuar con su maltrato siempre y cuando exista alguien más que los apoye. El ámbito escolar es un espacio propicio para estas dinámicas de grupo. Especialistas analizan el hate y a los testigos que, con su silencio, se convierten en cómplices.

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Tanto en la vida cotidiana como en el mundo online, los espectadores son la clave para sostener o frenar las situaciones de violencia. | cedoc

Existe una dinámica popular –donde se le muestra a un grupo una fotografía–, en la que se ve a una sola persona en una situación límite. En guerras, en el Holocausto, o siendo maltratada de alguna forma. Al grupo se le pregunta: ¿cuántas personas hay en la foto? Todos responden, evidentemente, que solo hay una.

Respuesta equivocada. En la foto hay tres personas. Uno: el protagonista que sufre. Dos: también está, aunque implícito, el fotógrafo que tomó aquella imagen. Y tres: alguien más, necesario, y hasta fundamental, para el momento capturado: esa persona es uno mismo, el que ve la foto.

En ocasiones se olvida a los testigos como claves en las situaciones de agresión. Los que presencian los conflictos tienen en sus manos un poder enorme: detener la situación o perpetuarla con su silencio. 

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El agresor requiere, en las dinámicas de grupo (no entran aquí, por ejemplo, los casos de violencia de género que ocurren en la intimidad), de testigos que aplaudan su maltrato. No hay que olvidar que las grandes masacres del mundo han ocurrido con miles arengando. Quien escucha un testimonio se convierte en testigo, dijo el escritor Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto.

Bullying. El bullying es un caso clásico en el que el maltrato se puede perpetuar con la complicidad de los pares.

La dinámica del acoso escolar se suele pensar bajo dos personajes: los agresores y las víctimas. Sin embargo, existen los testigos, que presencian el acoso o tienen conocimiento de la situación. La actitud que tomen los espectadores puede tener un rol clave, incluso en la prevención. Como ocurre en otras áreas de la sociedad, los actos abusivos cobran fuerza cuando tiene la aprobación o permisividad del entorno, explica la licenciada en psicología Sofía Machinandiarena.

Los agresores del bullying suelen necesitar un público que los avale para ganar poder. Sin testigos, la dinámica cae. Los espectadores refuerzan el maltrato del acoso escolar. El bullying tiende a desaparecer cuando el entorno está en contra del acto de acoso; esto incluye no solo la actitud de los jóvenes espectadores, sino también la de los padres y profesores. Pese a no estar de acuerdo con lo que acontece, en ocasiones, los testigos se unen a los agresores. No necesariamente participan activamente, pero se involucran con comentarios o risas que pueden dar a entender su aceptación, dice. 

Es raro que el bullying se haga de manera individual. Se hace de forma grupal, porque en la grupalidad, la autoría se vuelve anónima; nadie se siente responsable de la agresión. Este fenómeno que hace que la dinámica grupal se des-responsabilice porque nadie se siente individualmente responsable, explica Juan Eduardo Tesone, médico, psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). El agresor requiere hacerse invisible y esconderse detrás del grupo para vehicular sus pulsiones sádicas, su violencia y su agresión, indica. 

Campaña. Al respecto, Unicef y Telefe lanzaron la campaña #ElSilencioSeSienteHate que busca frenar los discursos de odio y empoderar a los testigos de hateo para que se involucren. Todo sirve, menos la indiferencia, aseguran.

Los haters son personas que utilizan internet para atacar, burlarse o tratar de generar un impacto negativo en la persona que eligen como víctima. No es lo mismo hatear que no intervenir, pero la no intervención puede leerse como una señal de apoyo a la persona que maltrata. Por eso decimos que el silencio se vuelve hate, porque se siente cómplice, explica Natalia Calisti, especialista en Comunicación de Unicef Argentina. 

“Muchas veces las personas no intervienen, porque no saben cómo hacerlo, no dimensionan la gravedad de lo que está pasando o tienen miedo de ser atacados. Pero no hacerle frente al maltrato, apoyar con un me gusta o replicar los discursos de odio en nuestras propias redes son maneras de fortalecer al hater. Las cuentas abusivas suelen perder interés cuando se dan cuenta de que no obtendrán una respuesta. Por eso es tan importante no sumarse a la agresión”, señala Calisti.

Están los que observan en silencio para evitar toda posibilidad de ser una posible víctima. Y también los que expresan su desacuerdo y enfrentan la situación. Los síntomas que pueden presentar los testigos son similares a los de la víctima directa, como miedos, ansiedad o bajar su rendimiento académico, si están en la escuela. Ocupar el lugar víctima puede ser un terror frecuente, ya que si bien el acoso está dirigido a otra persona, no se descarta que en futuro sea dirigido al testigo, articula la psicóloga Machinandiarena. 

“Existe un abanico de motivos que hace que los testigos no hablen, como no querer quedar como delatores ante sus compañeros y no sentirse contenidos en los adultos que los rodean. Se preguntan cuál será la actitud de los padres y de la institución al conocer el problema. Es necesario dimensionar la importancia de romper el silencio”, concluye. 

Mundo online. Según un estudio de Unicef cada vez son más los adolescentes expuestos a violencia online: desde discriminación, hasta cyberbullying, o exposición a pornografía. En una encuesta realizada a casi ochocientos jóvenes, nueve de cada diez afirmaron haber sido testigo de un ataque hacia una persona en redes sociales. El 30% reconoció haber tenido una actitud de odio al publicar, responder un comentario, o difundir una agresión. El 74% no conoce herramientas para lidiar con estos casos.  

“Esta es la regla básica de la comunicación digital: si querés ser respetado o decir algo no te escondas en el anonimato. Es de troll agredir libremente detrás de un avatar, afirma el divulgador tecnológico Joan Cwaik. Hay una supresión de la presencia física cada vez mayor y creemos que la suplimos simulándola con los medios digitales. Cuando el cuerpo está en escena, todo cambia. Si no, la impunidad que viene con las tecnologías emergentes es absoluta y cobra, cada vez, mayor protagonismo”, indica el autor. 

“El anonimato, la no copresencia física, induce a algunas personas a decir cualquier cosa. Total no hay consecuencias físicas. Pero los efectos emocionales pueden ser devastadores”, señala Silvia Ramírez Gelbes, doctora en Lingüística y profesora de Letras en la UBA. “Lo real y lo virtual duelen por igual. Al encontrarte con una publicación violenta, reflexioná sobre cómo actuarías si te tocara presenciar esa agresión en persona, aconseja Unicef. El problema con la palabra escrita en redes o en WhatsApp es que no lleva tono y puede ser malentendida. Esta es una de las razones por las cuales se usan los emojis. En persona, se suman los gestos”, agrega Ramírez Gelbes. 

No todo vale en el mundo online. Las amenazas, calumnias, difamaciones y mensajes de odio pueden ser constitutivos de delitos. “Las plataformas cuentan con políticas de uso. Muchas veces vemos, en redes sociales, contenidos que promueve? la discriminación, la hostilidad, la violencia y tienen el objetivo de ser graciosos”, relata Calisti de Unicef. 

“No ser hater implica mucho más que no emitir un discurso de odio: es importante no dar un me gusta, compartir o comentar en publicaciones agresivas. Y si somos testigos de una situación de odio hay que dejar un mensaje de apoyo a la persona agredida y denunciar a la que agrede”, explica. Se pueden usar las redes para concientizar y desarticular la viralización de los discursos de odio. Proteger la privacidad de los perfiles, dejar de seguir a los agresores, silenciar, reportar y bloquear a quien hace comentarios abusivos, son algunos de los consejos de la representante de Unicef. 

Testigos adolescentes. Si bien en los contextos escolares los compañeros son los testigos de los malos tratos, aquí aparece otro espectador fundamental: la escuela. La adolescencia es un momento en el que los chicos son especialmente vulnerables al bullying. En esta etapa, los jóvenes construyen su identidad, su independencia y dan un paso importante hacia la adultez. Aquí es cuando, más que nunca, la mirada del otro es fundamental.

En el bullying, más allá de la responsabilidad de los chicos que lo ejercen y de los padres de ellos, la escuela es un testigo privilegiado de lo que está ocurriendo. Muchas veces lo que sucede es una continuidad de la escuela. La institución escolar no puede desresponsabilizarse cuando los actores del bullying son alumnos de la institución, afirma el psicoanalista Juan Eduardo Tesone.

El profesional menciona la reciente confirmación de un fallo de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Mar del Plata en el que se condena a un colegio a indemnizar con 6,5 millones de pesos a una alumna víctima de bullying. El fallo sienta jurisprudencia: es uno de los primeros en sancionar a una escuela en la que no se detuvo el amedrentamiento constante.

“Las personas adultas tenemos un rol fundamental. El primer paso es acompañar, sin juzgar: no dejarlos en soledad con esa preocupación. Crear una red de contención para que las personas agredidas se sientan acompañadas y con menos miedo. Hay que pensar en el impacto que puede tener un contenido antes de publicarlo en internet, o incluso dar un me gusta o comentar. Los adolescentes no siempre dimensionan el alcance que pueden tener estas interacciones por fuera de las redes”, afirma Calisti, la especialista de Unicef.

Entre las recomendaciones de la organización se encuentra una dedicada especialmente a los menores: “Hablá con personas adultas de confianza: contale a tu papá, tu mamá, algún profe o a persona adulta en quien confíes lo que te pasa. La Línea 102 está disponible para llamar y conversar. Es un servicio gratuito y confidencial de atención especializada en los derechos de niñas, niños y adolescentes”. 

El testigo desde una mirada psicoanalítica. “Desde una perspectiva se podría decir que siempre hay un otro. Que todo lo que hacemos es para otro. Teniendo presente que la noción de otro es compleja y hasta enigmática. Estamos constituidos a partir de un otro que nos ha sostenido. ¿Quién es el otro para ese sujeto? Resulta difícil generalizar sin tener presente la situación personal de ese sujeto. Siempre va a depender del caso por caso. Pero podemos tener la sospecha de que hay otro a quien va dirigida la escena”, afirma el psicoanalista, licenciado en Psicología por la UBA, Christian Lopardo. 

“La escuela es parte de un entramado social y representa uno de los primeros objetos externos que un niño inviste. Allí, los niños escenifican conflictos y diversos modos de la violencia pueden presentarse. La escuela es un escenario propicio para que las escenas interiores, para que esos otros interiores, se desplieguen. Y al desplegarse se tiene una posibilidad de intervención”, explica el analista en formación de la APA.

“En la escuela suelen haber bandas de grupos homogéneos que tienen una identidad compartida. Atacan al diferente para fortalecer su propia identidad. La agresividad sirve para fortalecerse como grupo y, normalmente, suele ser el macho alfa el que dirige la hostilidad y el resto es el que la potencia”, indica el psicoanalista y psiquiatra Harry Campos Cervera.

“Esto también se ve en las barras bravas, que tienen una identidad y atacan a los de otro grupo, potenciando la agresividad. Tal vez, individualmente no harían lo que hacen estando a nivel de barra. Si el grupo no es una banda, si son heterogéneos, los miembros pueden actuar como un freno”, señala. 

“El lugar del testigo es uno central en lo que tiene que ver con la violencia, en cualquiera de sus expresiones. Esta tercera persona es la que puede abrir la dimensión de encierro que se da entre los dos involucrados en el acto de violencia”, afirma Jorge E. Catelli, psicoanalista, miembro de APA y profesor e Investigador de la UBA.

“Lo que muchas veces ocurre son pactos narcisistas y pactos de silencio, que se pueden producir, justamente, porque no hay testigos. El tercero puede darle validación y legitimación al padecer que está sufriendo la persona agredida. Para el agresor que haya un testigo es algo que le da presencia al sufrimiento de la persona que es violentada”, dice. 

“La figura del testigo tiene una doble cara: el que se queda en silencio, pasa de ser testigo a ser cómplice. Porque el agresor, sin testigos, es aquel que puede seguir adelante con sus actos sádicos”, concluye.