Una medianoche de enero de 1960 orinaba yo bajo estrellas patagónicas, tras cenar en un restaurante de Caleta Olivia, sobre el Atlántico. Sitio poético como pocos. Su lema, un flor de verso impreso en la adición: "Aquí no se come a gusto del cliente sino a gusto del mar". Durante un mes, tres cronistas porteños (yo, por Clarín) peinábamos la nueva geografía petrolera que un Frondizi impetuoso soñaba ampliar.
Orinaba yo, como cuento y fue, cuando advertí que lo hacía en una piscina de 50 metros rebosante de inmóvil petróleo ocioso. Eran restos de "oro negro" expulsados en el instante del destape inicial y endicados en piletas para otros servicios. Entre ellos (“¿por qué no?”, pensé) a la imaginación. Al menos, esa noche sentí que lo prestaba a la mía. La conjunción cielo austral, mar próximo, amigos, vino y vejiga cómplice, propiciaron el éxtasis. Qué duende actuó no sé, pero de súbito, la poco mística escena industrial sublimó en epifanía. Ni era cronista yo. Ni petróleo las espesas láminas de millones de años atrás. La poesía abría su nuez. Lo que sucedía era la mezcla (y reunión) de mis fluidos de primate del siglo 20 con los de algún dinosaurio que el tiempo disolvió.
Desde el más obvio punto de vista la cosa era así. Y siéndolo, ¿por qué no, entonces, sentirlo más veraz que la imbecilidad parlante que reinó en el Senado durante el más reciente y galimático debate de la vida nacional? Ante tal abuso de tapaderas, promesas, conjeturas y chicanas contrafácticas, ¿no resulta más higiénico y estimable que exponga yo la relación mágica y además real y sobre todo ¡soberana! de un anónimo dinosaurio originario y mi diáfana y argentina orina de la modernidad?
"¿Y si nos sale tonto tenemos que cargar con un Jefe de Estado tonto?". Así disparó estos teatrales días un twittero íbero a propósito de un pifie del Rey y las once únicas palabras que pronunció para zafar. Es que no dijo, por ejemplo, "Perdón por el elefante que amasijé y por haber ido con mi amante", sino un "Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir". Aunque, dentro de todo, inclinó su borbona testa sobre la bandeja de la prensa para que le dispararan a placer. ¿Y aquí? ¿Confesó su "equivocación" al menos uno de la Banda de los Varios? ¿Vio alguien huir en helicóptero a De Vido, Cameron, Eskenazi, Baratta, Jaime...? Claro que no. Es que a aquí, al revés de España, nos salen "vivos" y lo más triste es que aquí nos place, hay tendencia a cargar y aguantar funcionarios y presidentes "vivos". Y más fósiles de cuerpo y alma que el anónimo Big Dino que descubrí en mi noche patagónica.
Aquel recuerdo reincidió durante la tarde del dictamen y fue otra vez la insólita orina la que motivó otra revelación. Esta vez, limitada a la actuación del que sentí su mejor expositor: Axel Kicillof. Rescato un instante de muestra. Tras salir unos minutos y haber perdido las primeras y sólidas preguntas de Estenssoro, el jovencísimo Robespierre K lo resolvió con la naturalidad de un niño. Corrió la silla, sentóse, miró a la bella boliviana, y se excusó diciéndole "Responderé sobre lo que escuche de aquí en más, pues tuve que ir al baño" (sic)
A mí me sonó como la frase más sincera e histórica que se haya escuchado en el recinto en décadas. Me olvidé de qué insólita galera del Poder había sido eyectado Axel para airear (aunque sólo un poquito) la sentina sobre la que se alzó el Cuento Petrolero de la Ultima Década. Encendido, analítico, disimuló con jeta neutra "el trago de los sapos" que subyacían en su exposición, mientras los capitostes se "orinaban" en sus escaños. Pero Axel fue piola, no temerario. Por tres horas, despellejó impiadoso los mega chanchullos de Repsol y respondió solvente cuestiones de más áreas que la propia.
Por fin, un descamisado que promete combatir al capital. Y sumado a ello la alegría de verlo cuajado, radiante y capaz. No podía ser de otra manera tratándose de aquel que, con sólo 20 años, y yo 62, me enseñó en casa las primeras clases de computación. Doy fe que lo hizo bien. Y que reíamos mucho. Depende de él ahora mantener la buena salud de aquella risa. Bastará con que suplante el capitalismo de 40 amigotes por uno de 40 millones de amigos. Y que pueda evitar se lo lleven puesto los fatales pingüinos mutantes que supimos conseguir.