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Pérdidas de protagonismo

Alberto Fernández Mauricio Macri abrazo asunción
Alberto Fernández y Mauricio Macri. | Hugo Villalobos / NA.

El poder es un fetiche fantástico de las ciencias sociales y quien quiere simular análisis político o sociológico puede jugar a producir explicaciones que aparentan comprender las lógicas de tensión de un espacio de gobierno o del mundo en general. Además se ofrece para todos los gustos, porque se puede hacer mención a Foucault o Althusser para explicaciones del capitalismo entre amigos “progres”, a Weber para aparentar neutralidad conceptual en los diarios, a Schmitt para provocar o a Maquiavelo en cualquier dirección, porque con el concepto de poder todos juegan. Incluso sin ser expertos, quienes poco conocen de teorías sociales consumen y reproducen ideas de poderes subyacentes y genéricos con abruptas influencias en todos nosotros. Así, aparecen los Estados Unidos, el sionismo internacional, China, los medios de comunicación, el tano Angelici o la masonería, como ilusiones de intenciones que moldean el mundo y que necesitan ser denunciadas. Pero a todos estos poderes o ejercicios de análisis se los piensa en general en su vida activa, como una influencia presente, y lo que ocurre en el momento que alguno de ellos se apaga suele no tener igual intención de ser tratado. Es tal vez tiempo en Argentina de hacer ese ejercicio.

Mientras la desesperación electoral se iba apagando, la imaginación sobre los debates del poder fue en aumento. Para ambos terrenos políticos, el centro de la cuestión se trató en relación con el modo en que los liderazgos se lograrían sostener o implicarían alguna modificación. En el ejercicio de gobierno todo eso se corporizó en el seguimiento de las definiciones del nuevo gabinete y en la influencia de Cristina Kirchner en promover o vetar nombres. En la oposición, sin la urgencia de la gestión, y luego de una derrota, sus tiempos fueron seguidos con mayor tranquilidad, aunque también con la pregunta insistente sobre si Macri lograría seguir siendo o no el líder de su partido. Para ambos casos, los análisis supusieron la intencionalidad activa de ambos líderes de participar, como mínimo, en el sostenimiento de sus roles. Con algunas semanas ya recorridas, ni en un caso ni en el otro esa acción presente queda realmente clara. Aunque resulte extraño, ambos articuladores de la política reciente parecen de a poco lejanos.

No es tan necesario recurrir a teorías complejas. La dinámica propia de la gestión diaria ocupa, por lo menos al inicio, a quien toma el gobierno. Las horas interminables en comprender de qué se tratan las necesidades urgentes de la gestión, en producir decretos, nombramientos y decisiones administrativas hacen que nadie más que los mismos ejecutantes puedan estar realmente al tanto de cada detalle de las acciones. Cristina no está en el segundo a segundo, y es posible que una manera productiva de alejarla de la chance de control sea trabajar sin pausa para garantizar su ausencia. Su lejanía se garantiza con mayor productividad en la gestión.

En Kicillof no queda claro todavía de qué se tratará su experiencia de gestión, pero es probable que, a diferencia de Alberto Fernández, sea él mismo quien participe a la vicepresidenta de los pasos y las demandas de la Gobernación. Su oratoria tiene los rasgos y detalles del conflicto abierto que hace regresar los tiempos de Cristina en el poder en formato de batalla constante. Así, utilizando la imagen de Stalin, se podría proclamar el kirchnerismo “en un solo país”, siendo la provincia de Buenos Aires el espacio para simular eso. Acaba de fracasar en lograr la salida de una ley impositiva, sin acuerdo con la oposición y con fuertes declaraciones públicas, una semana después de que el Ejecutivo nacional pudiera generar acuerdos para su equivalente en la Nación. Kicillof busca la aprobación de Cristina; Alberto, la de las leyes.

Macri es quien también queda lejos y ausente. No se lo nombra. Se escucha hablar del “gobierno anterior”, los “últimos cuatro años”, pero nadie lo referencia. Sus redes están prácticamente inactivas mientras sus bloques en las Legislaturas activamente interactúan con el oficialismo. Nunca parece haber estado demasiado en la gestión, con excepción de la gestión de su imagen para planes electorales, y es posible que la realidad del país y el debate en el Congreso sean temas que también lo alejan.

El país se ofrece al futuro con un recambio que finalmente podría explicarse más por la cotidianidad de la vida diaria que por grandes estrategias. Puede que eso resulte en algo más productivo para el devenir de la Argentina, que finalmente los problemas sean tantos y tan serios, que no quede otra opción que ocuparse de resolverlos.

 

*Sociólogo.