Tras la sustitución del deslenguado Darío al frente del Ministerio de Cultura de la Ciudad, las redes sociales ardieron en bromas y críticas a la designación de Angel Pititto, conocido por la sustitución aspiracional de su incómodo apellido por el de Mahler. Que Wikipedia prefiera a Gustav en al menos las tres primeras páginas no fuerza a pensar que la elección de Horacio Rodríguez Larreta es un gesto de vanguardia. El jefe de Gobierno de la Ciudad habrá atendido a los 500 mil espectadores que tuvieron sus arreglos para Drácula, el musical, más que a las composiciones del difunto marido de Alma, para consolidar su elección estética. Las pérfidas almas de Facebook se refocilaron con viejas declaraciones de Manolo Juárez, que se burló de su ex alumno cuando eligió su seudónimo artístico, preguntándole si a él mismo le quedaría bonito convertirse en Manolo Beethoven. Desconozco los méritos o la capacidad de este Angel caído del cielo para ocuparse de asuntos ministeriales, aunque el éxito comercial parece ser un valor supremo en este gobierno de Ceos. Lo que llama la atención es cómo
Angel Mahler restituyó su apellido borrado en la sociedad comercial con el régisseur José Rafael Cibrián, hijo de José Cibrián, quien tomó el seudónimo de su padre, Pepe, y para diferenciarse de éste y a la vez filiarse adoptó el diminutivo “Pepito”. Donde un socio borra, el otro restituye achicando lo suyo y agrandando lo del primero. Los significantes todavía siguen diciendo algo, aunque no sepamos bien qué.