Afroamericanos... afrosajones... afrofranceses... ¿afroporteños? Simplifico mi vocabulario y digo afrodescendientes para designar a un grupo heterogéneo de personas y de personajes sistemáticamente subalternizados, esclavizados, segregados y asesinados sencillamente por su color de piel.
Vimos Lovecraft Country, serie basada en la novela homónima de Matt Ruff. Todos los personajes principales son afrodescendientes, pero los asuntos en los que se ven involucrados (disparatadamente paranormales, en una mescolanza indigesta de brujería, realidades alternativas y viajes en el tiempo) no carecen de instrumentos de verosimilización histórica. Uno de los capítulos retrotrae la anécdota a la Masacre de Tulsa (Oklahoma) de 1921, cuando la población blanca atacó (por tierra y por aire) el distrito de Greenwood, conocido como Black Wall Street, porque vivían allí afrodescendientes de posición acomodada. Alrededor de 10.000 personas quedaron sin hogar pero que esperar hasta 2001 para que el Estado aprobara un programa de reparaciones para los descendientes de las víctimas. Hasta entonces todo había sido silencio cómplice. Sino por otro mérito, Lovecraft Country puede jactarse de haber fijado su atención en ese episodio de violencia racial incomparable, en un país que tiene muchos episodios semejantes en su haber.
Pero hay otras producciones que abordan con mayor cinismo la visibilización de los conflictos raciales. Particularmente odiosas son las películas y series que introducen personajes desempeñados por actores afrodescendientes en contextos históricos donde esas apariciones resultan completamente imposibles, salvo un alto grado de falsificación.
La leyenda de Tarzán (2016) incorporó a Samuel Jackson como el personaje (histórico) de George Washington Williams, uno de los primeros historiadores de la cultura negra en los Estados Unidos (The History of the Negro Race in America 1619-1880). Cómo el ilustre denunciante de las atrocidades cometidas en el Congo por el estado belga llegó a asociarse con el personaje de ficción de Edgar Rice Borroughs es un triunfo de la voluntad antes que de la inteligencia.
En The Spanish Princess, Catalina de Aragón, la hija menor de Isabel la Católica, tiene una dama de compañía afrodescendiente (tanto da si su origen es morisco o subsahariano, para la ficción pasatista esos matices son intrascendentes), como si la obsesión de su madre para desembarazarse de los moros a ella no hubiera podido alcanzarla. En ese séquito probablemente hubo personas “de color”, pero con certeza en posiciones mucho más subalternas.
Bridgerton lleva el asunto racial al colmo del disparate y la falsificación. Carlota, la Reina de Inglaterra es afrodescendiente y con ella los más altos puestos de la nobleza anglosajona se tiñe de colores, empezando por el protagonista, Regé-Jean Page, quien presta su piel mestiza al duque de Hastings.
Falsificar la historia para brindar entretenimientos coloridos a las masas del siglo XXI no parece ser la mejor manera, al menos para mí, para que se comprendan los procesos por los cuales podemos decir lo que decimos, hacer lo que hacemos y ver lo que vemos. El archivo es, como bien se ha subrayado, aquello que dice las condiciones de posibilidad de lo enunciable y lo visible.
Yo imagino a mi nieta viendo dentro de algunos años estas producciones pasatistas y completamente intrascendentes. Y después leyendo alguna noticia en la que un George Floyd es asesinado sin misericordia por las fuerzas del orden. ¿Será capaz de entender los límites entre la ficción y la realidad? ¿O pensará con desdén que, después de todo, los afrodescendientes han representado un papel más que notable en la historia, tal como lo prueban los canales de streaming y que, por lo tanto, puede haber algún exceso policial sin que eso comprometa la integridad de un sistema esencialmente justo e igualitario?
A todos nos gustaría que la esclavitud no hubiera existido y que la Matanza de Tulsa no hubiera sucedido. Pero lo que pasó es inevitable y porque lo es nos sirve para que hoy podemos aspirar a un futuro alternativo. El color de piel no debería convertirse en mercancía.