Dentro del clima mortuorio que rodea a Cristina, y a Ella misma, del recuerdo de las burlas siniestras que le propinaba al helicóptero de De la Rúa o a la deserción inapelable de Menem de participar en una segunda vuelta, ahora se vuelven en contra. No es lo único: otras catástrofes se reservan. Pero antes corresponde una observacion: el rescate de alguien que casi anticipó el resultado de ayer y al cual nadie avaló. Aunque, por momentos, Macri actuó como si ese vaticinio fuera cierta. El respeto entonces a Jaime Duran Barba, ese engolado ecuatoriano que alguna vez dijo mimetizarse en el estagirita Aristóteles. Pero la política y sus sorpresas, como la de ayer, habilita ese tipo de comparaciones que él mismo se atribuyó.
No hubo un solo encuestador en todo el país que se aproximara o admitiera el pronóstico de Duran Barba y su equipo, constituido por otros dos colaboradores (Nieto y Zapata).
En resumen, el ecuatoriano sostenía –con fuertes resistencias en el mismo PRO– que el país políticamente se encaminaba a un cambio radical y que esa transformación suponia separarse de cualquier vínculo peronista, que esa tendencia constituía una suerte de mancha venenosa. O sea, vulgarmente, pintarse de amarillo, evitar sociedades con otras fracciones de ese corte, casi promovía un paradigmo étnico. Planteaba que en esas condiciones se llegaba a la segunda vuelta, distanciado Macri en segundo término de Scioli, pero creciendo luego para ganar en la final.
Osada la teoría, al ingeniero lo tentó en principio aunque luego se apartó debido a ciertas señales contrarias y terminó contrariando sus propias opiniones y arropándose con Hugo Moyano y el Momo Venegas –entre otros desvíos– estrenando un monumento a Perón. Casi un despropósito con el ideario propuesto por Duran Barba. Aun asi, cambiando como el nombre de su propio emblema, el boquense más de una vez debe haber pensado sobre su futuro destino individual, lejos de una eventual presidencia, lo mismo que hoy debe estar meditando Scioli. Le ocurre a los elegidos: el estrellato o la cochería.
Quizás, obra de los focus group (reuniones y análisis con ciudadanos de todos los niveles, sectores y orígenes), Duran Barba observó mejor que nadie el continente revulsivo y opositor que se gestaba contra Cristina Kirchner y su dominio arbitrario, el que nadie imaginaba modificarse con el candidato sciolista, tan pertinaz en su devoción a la Casa Rosada.
Doble atrevimiento del ecuatoriano del Liceo estagirita, ya que en su fuero interno mantiene admiración por la jactancia y la veneración de Ella por el poder. Cierta humildad comprensible lo debe haber inhibido para entender del todo que la gente, como en la tele, quería nominarla para que se fuera de la casa. Aun así, fue el único que se arriesgó a tanto.
Tampoco, como nadie, pudo sospechar el turbión político que se avecina sobre el oficialismo kirchnerista, el tobogán repentino que arroja juntos en la caída a alguien que se va y a alguien que parece no puede llegar. No solo ellos se equivocaron, una multitud alelada los acompaña, quienes se sentían mayoría abrumadora y hoy –hasta el próximo 22 de noviembre– empiezan a padecer el infierno de ser menos. Ya no importan los números renidos de ayer, el terremoto está instalado y las aspiraciones personales en la pirámide política ya se jugaron en los cargos que la gente eligió. Hay otro interés. O desinterés.
Sólo resta el amor para acompañar a Scioli y a Cristina en la próxima elección, pero cuesta demandar ese cariño cuando no existe entre ellos, diría seguramente Jaime Duran Barba.