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Rompecabezas de lo nuevo

Si ese ensayo es central, lo es a causa de lo que bien podríamos llamar su posición vanguardista.

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Como un rompecabezas que se va armando lentamente, con los años, voy leyendo los escritos de Arnold Schoenberg. Hace un tiempo fue Journal de Berlin, en la edición francesa de Christian Bourgois, en la colección que dirigía entre otros Philippe Lacoue-Labarthe, que narra en forma de diario la experiencia en esa ciudad entre 1912 y 1915, que va a desembocar en sus Canciones de cabaret. Luego, también en francés, el anteúltimo en ser leído fue su Correspondance 1010-1951 (J.C.Lattès, París, 1983, que retoma la edición original de 1958), seleccionadas por Erwin Stein, amigo y discípulo, entre las que se destacan las esperables cartas a Webern y Berg, pero también otras de gran agudeza, como las dirigidas a Kandinksy, acerca de De lo espiritual en el arte. Y finalmente en estos días llegó a mis manos El estilo y la idea (Taurus, colección Ser y tiempo, Madrid, 1963, traducido no del alemán sino del inglés, idioma en el que sin embargo escribió una parte importante de los ensayos que forman el libro).

Entre esos artículos hay uno clave: “Nueva música, música anticuada, el estilo y la idea”. Si ese ensayo es central, lo es a causa de lo que bien podríamos llamar su posición vanguardista o la forma específica en que piensa la vanguardia, una forma paradójica: Schoenberg es un vanguardista historicista. El suyo es un historicismo de vanguardia. A diferencia del vanguardista que piensa a la historia como un corte, como el año cero (inaugurado por su “ismo”), Schoenberg piensa a la historia como un sistema de reformulaciones y quiebres, como un conjunto de epistemes (por lo tanto, casi de modo estructuralista) en la que en cada época existe un estilo (una “idea”) revolucionaria. En su época es la música atonal, pero antes fueron sus admirados Mahler, Mozart y Bach: “Mientras que hasta 1750 J.S. Bach había escrito innumerables obras cuya originalidad aún es causa de nuestro asombro cuando más estudiamos su música”. Y luego: “La novedad del arte de Bach solo puede entenderse comparándolo con el estilo de la Escuela de los Países Bajos, por una parte, y con el arte de Händel, por la otra”. Es decir que la novedad surge en un contexto dado, y por lo tanto, el trabajo del compositor de vanguardia consiste en tomar nota del contexto, reconstruirlo y ponerlo en cuestión. Más tarde de Bach da una definición típica de la vanguardia: “Mientras que Bach –en la forma antes referida– producía obra tras obra con un nuevo estilo, sus contemporáneos no hicieron otra cosa que ignorarlo”. El artista de vanguardia está siempre solo en su época. La expresa como negación. Anacrónico y mesiánico a la vez, el presente es el horizonte final de su obra.

Por supuesto llega Arnold Schoenberg a su época, a la toma de conciencia de la novedad de su música, de su carácter de vanguardia historicista: “Sin embargo –y tampoco en esto soy Bach–, yo creo que la composición en doce sonidos y la que muchos llaman erróneamente ‘música atonal’, no es el final de un viejo período, sino el comienzo de uno nuevo. Una vez más, como hace dos siglos, hay algo a lo que se llama anticuado; y una vez más, no se trata de ninguna obra en particular, ni de varias obras de determinado compositor; de nuevo, no es la mayor o menor maestría de tal compositor, sino que otra vez (…) vuelve a darse a sí misma la denominación de Nueva Música”.

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