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discordias femeninas

Round entre mujeres

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Bullrich. Se suma a la pelea con la vice, en su caso por el despliegue o no de las FF.AA. en la lucha contra el narcotráfico. | cedoc

Como si fuera el comandante tropical, Javier Milei mandó parar: ordenó suspender el conflicto público con su segunda, Victoria Villarruel, quien –ofendida por sentirse postergada en el Gobierno– provocó una tensión inesperada con dolidas declaraciones televisivas. En apenas tres meses de gobierno, casi sin antecedentes, el fenómeno concurrente de la rabia y la ambición: ocurre que no solo el mandatario vive a máxima velocidad, acelerando a fondo, igual sus acompañantes. Karina Milei, la también llamada “comandante”, suscribió la decisión del silencio de su hermano, guarda en sus entrañas –momentáneamente– la furia por ese reportaje de la tele con las confesiones de una vicepresidenta que la retrató como una feroz contrincante en el poder. Casi del mismo peso, en igualdad.

Entre ellas reina un espíritu de venganza inocultable, una deliciosa porfía, expuesta la noche del triunfo electoral, cuando a Victoria la subieron al palco con la misma categoría que a la hermana (y a Fátima Florez). Desde entonces, entre las dos protagonistas se mantiene un inconcluso y latente litigio que estalló a horas del recuerdo del golpe del 24 de marzo de 1976, cuando trascendían medidas de todos los colores para hoy domingo. Fecha rara para discutir internas, cuando se renueva la ira de quienes se manifiestan contra la violación de los derechos humanos por parte de los militares y se niegan a compartir, a la inversa, otras violaciones de la misma época, criterio imperante en el Gobierno para ser resucitado. Pero, en apariencia, se contuvo la idea de igualar dolores con reglamentaciones, recalculó la Casa Rosada en sus medidas, como dice el GPS ante un desvío equivocado. Por otro lado, la idea de un indulto para que los militares condenados y procesados vuelvan a sus hogares hasta desconcierta a sus familiares: se alegrarían, claro, pero hace varias décadas que los presos viven otra vida, están en la cárcel, en su mayoría enfermos, octogenarios, acomodarlos a una nueva casa hasta resulta una complicación.

A Karina Milei la enfureció que en un reportaje la vice se equiparara en poder con ella

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Hay aplazamiento, no epílogo, en la abierta puja entre los Milei y Villarruel. Y otras escaramuzas en marcha: una dama en la pedana, Patricia Bullrich, convoca a la riña o a la discusión con la vicepresidenta bajo la excusa de la participación o no de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico. Se contemplan desde hace rato desde los rincones, con intención de refriega, hay palabras tangueras en off de Villarruel, que describen el cuadro eléctrico entre ambas cuando admitió entre un llanto y una queja: “Yo no soy la vicepresidenta, la vicepresidenta es Patricia Bullrich”. Hace apenas un mes. Cargada de rabia por la exclusión de la Casa Rosada, ella igual integra ese equipo del cual Milei presume: “Tengo el gobierno con la mayor cantidad de mujeres”. Al mismo tiempo, padece ese orgullo. Le han provocado inconvenientes, pero ninguna lo dañó tanto como esta semana Victoria al colgarle el inofensivo mote de “jamoncito”, término que lo acompañará de por vida (como el de “ventajita” a Sergio Massa), una menudencia barrial al lado de los debates sobre institucionalidad. Ella debe saber que los ahora enmudecidos trolls, innominados y aun sin cargo, habrán de insistir en algún momento para golpearla luego de haber cruzado una raya cuando le colgaron videos y tuits sobre una presunta voluntad conspirativa y hasta sobre su sexualidad. Ese aluvión de insultos pareció calmarse al reunirse con el mandatario, pero ella misma luego sacudió el sosiego al hablar de que no temía ser presidenta en el caso de que se produjera una vacante. Demasiado cruda su reflexión a 90 días de instalado el Gobierno.

El paquete femenino de Milei, impetuoso y atrevido, le ha generado más de un disturbio: la canciller, Diana Mondino, tuvo varios tropiezos con la política exterior (de Gran Bretaña a la visita próxima a Japón sin viajar antes a China) y nadie olvida su recomendación a los industriales –cuando no hay plata– para que compraran generadores eléctricos porque iba a haber muchos cortes. No hubo interrupción del sistema, alcanzó con la cobertura que dejaron los Fernández y, encima, el gasto fue inútil para los privados en tiempos de recesión. Siempre los empresarios se lo recuerdan al Gobierno. Por su lado, Sandra Pettovello –bien estimada por Milei– se descolgó lagrimeando en una reunión de gabinete contra Nicolás Posse porque le atribuía la observación secreta de sus actos, como si la espiaran. Tal vez tenía razón, pero no suele ocurrir que haya escenas a lo Melato en una reunión de directorio.

El equipo femenino de Milei, impetuoso y atrevido, le ha generado más de un disturbio

Si la discordia siempre caracteriza la relación entre el presidente y el vice, en este caso se vuelve prematura y casi escandalosa. Frondizi despachó a Alejandro Gómez, Raúl Alfonsín desconfiaba de un pyme partidario como Víctor Martínez, Carlos Menem jibarizó a Eduardo Duhalde y, en pocos meses, Néstor Kirchner se aburrió de humillar a Daniel Scioli: lo echó de la Casa Rosada (en ocasiones, ocupaba un simbólico despacho que tuvo Eva Perón), lo martirizó con sus canes y medios para denunciarlo a él y a su mujer, Karina Rabollini, por negocios espurios en el Banco Provincia, se burlaba en público de su persona y se jactaba de no saludarlo en ningún lado.

Desacuerdos, traiciones, egos en pugna, caracterizan a los binomios en ejercicio, es eterno. Con razones ciertas o nimias, la Villarruel descolocó a Milei, produjo un episodio inesperado, fue una confesión cinematográfica propia de gran estrella de Hollywood. Harta tal vez del apartamiento o de creer que no le conceden lo que merece. Empieza el desamor, si es que alguna vez hubo amor. Y más temprano que tarde empezará un nuevo round entre mujeres, semejante al que una vez iniciaron sin retorno Hilda “Chiche” Duhalde y Cristina Fernández de Kirchner, batalla que calificó entonces el ministro Aníbal Fernández como una pelea de peluquería o de un conventillo del siglo pasado, como fotografiara un menos conocido Discépolo aunque de más densidad: Armando.