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Tradiciones fronterizas

Nunca entiendo si Losier es una francesa que nació en Estados Unidos o viceversa. Es como si estuviera a caballo de dos culturas.

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Es martes y llego al Festival de Mar del Plata. Elijo una película porque me suena la directora. Se llama Marie Losier, la conocí en el Bafici hace unos años y es una de las mujeres con menor peso y altura que yo haya visto. Gran cineasta, sin embargo. En Buenos Aires, había visto su primer largometraje, The Ballad of Genesis and Lady Jane, documental sobre Genesis P-Orridge, artista británica transexual que nació hombre y se convirtió en mujer lesbiana. Losier también es rara: aunque no sé nada de sus preferencias sexuales, nunca entiendo si es una francesa que nació en Estados Unidos o viceversa. Es como si estuviera a caballo de dos culturas.

Tal vez por eso haya elegido como tema de su segunda película a Saúl Armendáriz, cuyo nombre en el ring es Cassandro el Exótico (así se llama la película). Un exótico, en la tradición de la lucha libre mexicana, era el personaje que hacía de gay en la troupe, de debilucho del que todos se burlaban. A veces, incluso, los exóticos no eran siquiera homosexuales. Pero Armendáriz sí, y reivindicó para los exóticos la capacidad de ser luchadores hechos y derechos. Ganó títulos mundiales en esa especie de deporte que forma parte importante de la cultura popular mexicana, en particular de su cine. Cassandro, personaje altamente carismático, presentó la película en el Auditorio de Mar del Plata ataviado como esa combinación entre luchador y drag queen con la que se hizo conocido. Trabajo difícil el suyo: a las múltiples horas de entrenamiento hay que sumarle otras tantas de maquillaje, depilación y vestido.

Ese vivir entre dos mundos (y ese es uno de los méritos de la película de Losier) es paralelo a otro cruce cultural: el que une y separa las localidades del El Paso en Texas y Ciudad Juárez en el estado de Chihuahua, territorios mutuamente polinizados desde épocas muy anteriores a los delirios chauvinistas de Donald Trump. Como Losier, Cassandro es completamente bilingüe (aunque entre el español y el inglés), pero también habla japonés, como muchos luchadores, ya que Japón es otro país donde la disciplina tiene muchos aficionados. Entre ellos no figura la Argentina: aunque Karadagian y su espectáculo fueron inmensamente populares entre los chicos de varias generaciones, algo evitó que el tipo de felicidad que provoca la lucha se aceptara como aceptable para un adulto.

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Pero el film de Losier transmite esa felicidad con inteligente candidez, haciéndose cargo de su ajenidad a ese mundo. En una fantástica broma involuntaria, Losier le desea éxito a Cassandro antes de una pelea mediante la expresión “Merde”. Enseguida la traduce a “break a leg”, el equivalente en el mundo del teatro americano. Cassandro, que ha padecido un sinnúmero de lesiones, se queda perplejo y le responde: “No está bueno desearle a un luchador que se rompa una pierna. Nosotros decimos ‘buena suerte’”. Además de la porosidad de las fronteras, hay una nostalgia en la película que es la de los luchadores en sí, cuyos días parecen contados frente a la omnipresencia del fútbol. Aunque Casandro es un representante de todas las causas contemporáneas contra la discriminación (subió al escenario agitando el pañuelo verde), es el producto de un mundo irrepetible e infinitamente más rico, en el que todavía era posible tener sueños locales.