Es un chino contarlo tal como sucedió, pero vale el intento. En la ochava de Moreno y Perú, frente a la Manzana de las Luces, se lee “supermercado” sobre el arco de una entrada sombría. Entrevisto solo por la luz que le llega desde la calle, se insinúa un chino flaco de unos ¿cuarenta años? En la penumbra resalta la camisa blanca. Se adelanta y asoma cuando por alguna razón la barrida que hace el faro-radar a través de la rendija de sus ojos no detecta al chinito.
El chinito tiene ¿tres años?, zapatillas blancas, jogging gris, bucito azul con una estampa de colores impresa en el pecho. Se sienta en el umbral junto a la pared. Juega con un camioncito de plástico amarillo. El día del que hablo, la llovizna temprana había ablandado la argamasa entre los adoquines de la calle frente a la entrada del local. El chinito la sacaba con una cuchara de metal y hacía un montoncito a un lado.
Antes de cruzar la calle, mientras dejaba pasar autos y personas como si no supiera muy bien qué hacer ni adónde ir, me quedé absorto en su tarea. A la vez, sin que pueda todavía entender por qué, comencé a repasar imágenes de actualidad. Funcionarios públicos acusados de graves delitos de corrupción en la sala donde se los juzga. Las caras de quienes esperaban afuera del tribunal (Sabbatella, Teresa Parodi, Parrilli, Diana Conti, entre otros). Los videos de Alberto Fernández tratando de explicar que no era el títere que él mismo dijo que sería cualquiera que fuera designado por Cristina. Hugo Moyano aclarando que los peronistas pueden permitirse decir un día una cosa y otro día otra. Dady Brieva reclamando la libertad de los “presos políticos”. Un grupo de radicales insultando a Macri. Un tal Valdés, Grabois, Elisa Carrió, el papa Francisco.
No puedo explicar la relación de unas cosas con otras. Pasa, supongo, cuando ves jugar a un pibe, que la mochila de adulto tira para atrás por todo lo que se lleva acumulado sin poder descargar nada en el camino. En ese momento me sentí el chino padre del chinito allá, andá a saber dónde, decidiendo qué hacer, eligiendo el lugar del mundo adónde ir a parar, despidiéndome de los parientes en el momento de partir. Rotos todos, disimulando el dolor de un desgarro que sabemos irreparable.
Somos ellos, pensé. Somos eso. Incesantes hijos, nietos de inmigrantes que continuamos llegando, capaces siempre de dar amparo y cobijo a quien nos sigue. Peruanos, bolivianos, paraguayos, chinos errantes, buscas senegaleses, venezolanos espantados. Aun con lo que nos cuesta después colocar uno a uno los adoquines de una convivencia posible. La pena humedece la mezcla. Una runfla de punteros, barras, matones, ladrones, trepadores de la política, empresarios corruptos, sindicalistas mafiosos, vividores de toda calaña se atribuyen la representación del “pueblo”, “la patria”, “los trabajadores”, “los pobres”, “el ser nacional”. La disputa de poder estimula las reacciones xenófobas y los comportamientos fascistas.
Dialéctica del amo y el esclavo
Confuso, desorientado, seguía inmóvil ahí cuando el chinito me miró y estiró sus brazos como si fuera parte de una hinchada que cantara: “Vení/ vení/ Hablá conmigo/ Que un amigo/ vas a encontrar”. Se dio una sinapsis extraña, un enlace misterioso entre ambos. Tan vívido fue el contacto que me pareció oírle decir dulces palabras en chino. Daba para sentarse en el umbral junto a él, escuchar su historia y contarle sobre las cosas que estaba pensando. Le habría inoculado nombres como vacunas para prevenirlo de graves consecuencias. Leopoldo Moreau, Santiago Cúneo, Pino Solanas, Guillermo Moreno, Aníbal Fernández, De Mendiguren, los Moyano, Scioli, Barrionuevo, Felipe Solá.
De pronto, bostezó. Hizo un gesto con la mano que entendí como si fuera a la vez de incomprensión y descarte. “Ustedes sí que son un chino”, le escuché murmurar. No agregó nada más. Y ahí me quedé, detenido en el tiempo, desconcertado, esperando quién sabe qué, dejando pasar autos y personas como si no supiera muy bien qué hacer ni cómo seguir.
*Periodista.