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Un día como la gente

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Ciclos. De qué otoño, si hace nada en verano también se olía a tiempo muerto. | shutterstock

A solas con las palabras, mirando por la ventana, cada mañana da la sensación de que los días de hoy son de ayer. A simple vista parecen frescos. No hay razón para desconfiar de ellos. Acaban de amanecer, están recién hechos, vienen con otro nombre. Nadie diría hoy que este sábado de abril fue un lunes de agosto. Sin embargo, al palpar el desánimo a distintas horas, se los nota pasados, ya vividos. Inflación, inflamación, miseria, miserables, dólar, dolor. Será que la media pila del sol de otoño nos les carga la energía suficiente.

¿De qué otoño, si hace qué, nada, cuando el verano asolaba a cuarenta grados, las calles también olían a tiempo muerto? Es el moho, el sabor rancio de los días, el que en cada trago, al beberlos, provoca el déjà vu. Para comprobar que son inéditos, flamantes, a estrenar, habría que apagar todo. Los gastados no resisten sin celular, radio, tele, programas de noticias, alarmas, sirenas, voces de la casa, del chino, del bar. Uno nuevo, de buena calidad, en modo silencio, aguanta útil las horas que hagan falta.

Una vez rellenadas las orejas con algodón, selladas las puertas con burletes para evitar el zumbido del viento, colocado el doble vidrio en las ventanas, bajadas las persianas, corridas las pesadas cortinas, tirados los ruidos sobrantes de la casa a la basura, ¿qué hacer con los sonidos internos? El resquemor impotente, el runrún bronco, la furia ciega que provoca el relato del Gobierno. ¿Cómo bajar el volumen de la ira que se acumula, crece, atraganta, se desboca, si no podés liberarla con una formidable puteada?

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Esa es la tarea. El arte sano. Fabricar a mano, uno a uno, días decentes. Honestos, que den orgullo. Cada noche se recogen los restos de los días de ayer que puedan ser útiles mañana. Si se los repasa, antes de descartarlos, siempre hay algo valioso. Un café, la conversación con un amigo, el último beso antes de dejar a los chicos en la escuela, el inesperado mensaje amoroso de alguien que te quiere, todo suma. Así, escrito, parece poco, pero hay mucho de eso inadvertido entre tantas horas supuestamente perdidas. Esas imágenes, aplicadas como linimento entre pecho y espalda, con masajes suaves, antes de dormir bajan la mufa, desintoxican, alivian el malestar, rebajan el rechinar de la burla cotidiana que hace el destino.

Muertos de miedo

La parte más dura del trabajo para adecentar los días por venir consiste en recordar cuándo, cómo, por qué, quiénes pudrieron los anteriores. Cada uno tiene su método nemotécnico. Algunos apuntan hechos. Ejemplo: no olvidar que se quedaron con los ahorros durante el corralito. Duhalde dijo: el que depositó dólares recibirá dólares. Si, además, ponele, sos un tipo capaz de ver lo evidente, de preguntarte cómo es que los Báez, los Kirchner, hicieron semejantes fortunas, la memoria te salva de los días que vienen ya fallados, rayados por la cólera.    

Es mejor reducir el registro de lo que han hecho a nombres para aprovechar el espacio en el disco rígido. “Menem”, “Yoma”, “Yabrán” te resumen la década del 90, cuando detonó la corrupción. “Aníbal Fernández”, “Duhalde”, “Ruckauf” evocan a la vez los saqueos de 2001, el corralito, el asesinato de Kosteki y Santillán, el triple crimen, el crecimiento del narcotráfico. “Daniel Scioli”, los muertos que ocultó después de la inundación de La Plata, cuando era gobernador de la provincia de Buenos Aires. “Macri”, “Alberto”, “Cristina”, “Massa” todo lo que todavía estás sufriendo.

La lista de responsables de arruinar miles de días a millones de personas puede ser interminable. Al toque nomás, sin demasiado esfuerzo, en una mesa de café, como si te diera la formación de un equipo de fútbol, cualquiera te tira once condenados: “Milagro Sala”, “Felisa Miceli”, “María Julia Alsogaray”, “Ricardo Jaime”, “Boudou”, “De Vido”, “Schiavi”, “Cristina”, “Lázaro Báez”, “José López”, “Sergio Urribarri”. Ni hablar si le da por nombrar a todos los planteles de la liga estatal que hicieron fortunas desde los años 80 para acá, los “Recalde”, “De Mendiguren”, “Moyano”, “Cavalieri” y cientos más.

Pero solo así, sin negar, sin olvidar, se puede llegar a tener alguna vez un día como la gente.

*Periodista.