“Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la victoria alcanzada”. Salvador Allende no logró imponer la revolución sin armas que se había propuesto para Chile, pero marcó una impronta. Es que aquellas palabras, pronunciadas a fines de 1970, cuando el mítico líder del Partido Socialista ganó una elección histórica, acaban de ser ahora retomadas.
“Los invito, como se invitara hace muchos años, a que vayan a sus casas con la alegría sana de la victoria alcanzada”, dijo a fines del año pasado Gabriel Boric, cuando en diciembre triunfó en los comicios que le permitieron convertirse en el nuevo primer mandatario de Chile, que acaba de asumir esta semana.
El ingreso al Palacio de la Moneda de este licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, que con solo 36 años, se convirtió en el presidente más joven de la historia chilena, promete cambiar algunas estructuras políticas y económicas de su país y también, casi sin proponérselo, amenaza con revolucionar a la izquierda regional.
“Si Chile fue la cuna del neoliberalismo en Latinoamérica, también será su tumba”, solía repetir Boric durante la campaña electoral. Si lo logra, serán muchas cosas las que nacerán con su gobierno.
El ex dirigente estudiantil tiene como referentes políticos al fundador del Frente Amplio uruguayo José Mujica, al creador del PT brasileño Lula da Silva y a los armadores del Podemos español, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Se trata de nombres que dan muestra del tipo de liderazgo que Boric aspira a encarnar.
En el plano intelectual, se inspira en pensadores que mantienen un legado tradicional en la izquierda, pero que también buscan innovar en esas ideas. Tal es el caso de Álvaro García Linera, sociólogo boliviano y ex vicepresidente de su país, y Chantal Mouffe, filósofa belga y viuda del argentino Ernesto Laclau.
Gabriel Boric critica a Nicolás Maduro, a Daniel Noriega y a Vladimir Putin.
Con la renovación que propone Boric, la izquierda regional empieza a reformularse. “Venezuela es una experiencia que ha fracasado y la principal demostración de su fracaso son los seis millones de venezolanos en diáspora”, acusó recientemente el nuevo líder trasandino. Nicolás Maduro, que no fue invitado a celebrar el inicio del gobierno de Boric, respondió sosteniendo que el chileno representa “una izquierda fracasada y cobarde frente al imperialismo y las oligarquías”.
Por otra parte, durante su campaña, el entonces candidato chileno solicitó varias veces a sus compañeros de alianza que se “retracten” de su apoyo al nicaragüense Daniel Ortega y calificó de “fraudulentas” las elecciones en ese país centroamericano. “En nuestro gobierno el compromiso con la democracia y los derechos humanos será total, sin respaldos de ningún tipo a dictaduras y autocracias, moleste a quien moleste. Nicaragua necesita democracia, no elecciones fraudulentas ni persecución a opositores”, expresó. Ortega tampoco estuvo esta semana en Santiago.
Y, a diferencia de las cavilaciones que se produjeron en muchos líderes de la izquierda regional, y también en el gobierno argentino, Boric no dudo en pronunciarse por estos días en contra de Vladimir Putin. “Como futuro presidente de Chile recomiendo encarecidamente se tomen nueve minutos para ver este discurso del presidente de Ucrania Zelensky al pueblo de Rusia. Desde América del Sur vaya nuestro abrazo y solidaridad al pueblo ucraniano ante la inaceptable guerra de agresión de Putin”, sostuvo la semana pasasa.
La impronta del nuevo gobierno chileno puede impactar en la izquierda regional.
La irrupción de Boric en el escenario político chileno rompe con un status quo evidenciado desde la década del noventa, cuando se produjo el final de la dictadura. Desde entonces, dos grandes bloques políticos se alternaron en el poder, asumiendo una mirada diferente sobre el pasado reciente de Chile, pero sin ofrecer grandes disputas sobre el futuro de ese país.
Por un lado, la alianza de centroizquierda, representado por la Concertación, de los ex presidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, y por otro lado, el bloque de centroderecha, comandado por Sebastián Piñera. A pesar de tener miradas contrapuestas sobre el pinochetismo, ambas coaliciones fueron muy similares en cuanto al ordenamiento económico que diseñaron, algo que no se modificó desde el retorno de la democracia.
Boric discrepa rotundamente con esa alternancia vacía y así se erige como la cara de una transformacion generacional que promete reformar varias estructuras chilenas. Su espacio político, Apruebo Dignidad, surge de la unión del Frente Amplio, integrado por jóvenes dirigentes formados en la izquierda universitaria.
Son líderes de izquierda que comparten tradiciones ideológicas con sus antecesores pero que impulsan una agenda nueva y diferente a los estándares tradicionales conocidos durante la Guerra Fría, particularmente, en relación a la economía, a los derechos humanos, al cambio climático, al feminismo y a los pueblos originarios.
El gobierno chileno que acaba de iniciarse propone un modelo de Estado de bienestar inspirado en los estándares europeos, que se sostendrá a través de un nuevo esquema basado en dos pilares: una ambiciosa reforma tributaria, para recaudar en cuatro años hasta el 5% del PIB, y un reformado plan de jubilaciones que reemplace al sitema actual, de capitalización individual y heredado de la dictadura.
Para tener una idea del programa que se propone Boric, es importante reparar en algunos de los nombres que eligió para conformar su gabinete “joven y femenino”: 14 de los 24 ministerios serán liderados por mujeres y el promedio de edad de los funcionarios y funcionarias es de 49 años.
Los flamantes ministros y ministras más destacados son: Mario Marcel, ex presidente del Banco Central y un luchador acérrimo contra el déficit fiscal, al frente de Hacienda; Antonia Urrejola, ex presidenta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y crítica feroz de los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba, en Cancillería; y Maya Fernández Allende, la nueva ministra de Defensa, que comandará a las Fuerzas Armadas que derrocaron a su abuelo cuando ella aún no había cumplido los dos años.
Boric defenderá los derechos humanos sin importar la ideología que los vulnere.
Boric también encarna la irrupción que se vivió en Chile en los últimos dos años, cuando jóvenes, estudiantes y trabajadores de clase media inundaron las calles de Santiago para exigir la transformación de un modelo económico que se desarrollaba sin grandes cambios desde los tiempos de Augusto Pinochet.
En La gran ruptura, entre política y sociedad, el sociólogo chileno Manuel Garretón advirtió sobre este fenómeno. Docente de la Universidad de Chile, Garretón sostiene que Chile experimenta una crisis de representación que las protestas pusieron de manifiesto pero que el sistema político todavía no ha podido procesar en términos institucionales. Ese será el mayor desafío de de Boric.
Y ya ha tomado nota de esa prioridad. “El país necesita crecer para compartir de manera justa los frutos de este crecimiento –advirtió el viernes en su acto inaugural–. Porque cuando no hay distribución de la riqueza, cuando la riqueza se concentra solo en unos pocos, la paz es muy difícil. Necesitamos redistribuir la riqueza que producen los chilenos y chilenas”.
Durante su discurso de asunción también se esmeró en remarcar la continuidad que representa con la izquierda tradicional: “Como pronosticara hace cincuanta años Salvador Allende, aquí estamos de nuevo compatriotas, abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre y la mujer libre para construir una sociedad mejor. Seguimos”. A la vez que tuvo tiempo en ese primer pronuciamiento como nuevo presidente, de marcar un punto de inflexión con algunos líderes progresitas de la actualidad: “Chile defenderá los derechos humanos sin importar la ideología que los vulnere”.
Para presentarse en sus redes sociales, el flamante presidente eligió una frase de Albert Camus. La sentencia del filósofo francés también sirve para sintetizar la nueva hora que comienza en Chile: “La duda debe seguir a la convicción como una sombra”.
Se inicia una nueva era para la izquierda: una izquierda con convicciones, que se permite dudar.