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Una tarde apacible

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En Honduras y Gascón hay una librería muy rara a la que entré por primera vez hace unos días. Ya el nombre es raro, Librosref, como es raro también el nombre de la pequeña editorial asociada con ella: Descierto. De aspecto elegante, con una gran ventana a la calle, Librosref no es un despacho de libros, ni una librería de viejo ni un lugar de encuentro del mundillo cultural como su vecina Eterna Cadencia. Se parece más bien a una mansión cuyo dueño se dedica a vender sus libros. Ese dueño es muy joven, se llama Fernando Gioia y no me hace acordar a ninguno de los libreros que yo haya conocido. No es escritor ni profesor, ni erudito ni empresario, y se conforma con que en el local entren diez clientes por día.

A Gioia le interesan la poesía y el ensayo, y desdeña la narrativa. Según cuenta, un día entró en Librosref un prestigioso escritor y aprovechó para decirle que su obra no le despertaba ninguna admiración, pero en cambio era devoto de su mujer, que es poeta y mucho menos conocida. Lo curioso es que cuenta estas cosas sin la intención de impresionar, sino desde una especie de juvenil inocencia. Las excentricidades de Gioia no se agotan en su negativa al cholulismo: se viene negando a que la librería se use para organizar eventos que le darían más prensa y visibilidad. Aunque parece una persona perfectamente sociable, su comunicación con el exterior pasa por fuera de las redes que vinculan el mundo literario, como si sospechara que su participación en ellas le haría perder libertad y paz de espíritu. Y algo de eso hay: una agenda basada en la circulación de novedades, en la búsqueda de una mención en suplementos culturales, en la nutrida actividad social basada en presentaciones, encuentros y festivales es una gimnasia que puede arrebatarle el alma a cualquiera.

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El catálogo de Descierto sigue esa tendencia a la lejanía del aparato de marketing cultural; parece más bien una colección de botellas lanzadas al mar con la confianza de que algún día serán abiertas por lectores desconocidos. Por ejemplo, Ideorrealidades, un libro enigmático de Saint-Pol-Roux (1861-1940), antecesor del surrealismo que se recluyó en Bretaña, justamente para aislarse del medio literario. Es una edición bilingüe, al igual que la dedicada a los poemas de e.e. cummings. Hay también una edición muy bella de Romance del vértigo perfecto, de Jacobo Fijman, que incluye facsímiles de los poemas y dibujos del poeta loco. Hay también un libro titulado Ensayos sobre la traducción, del poeta Jorge Santiago Perednik, un vecino de la librería que murió en 2011. Es un librito notable, que sostiene la teoría de que no hay teoría posible sobre la traducción. El capítulo sobre Nabokov es particularmente brillante.

Después de pasar con Flavia unas horas mágicas en la librería, nos llevamos unos libros de regalo, pero también compré La vida asesina, de Félix Vallotton, pintor suizo que escribió ese único libro y además retrató a Saint-Pol-Roux. También compré Taller literario, de Facundo R. Soto. Al hojearlo, advierto que se ocupa de la vida literaria porteña, de sus costumbres, de sus lugares, de sus referentes, de sus instituciones, de sus personajes. Es decir, de las redes de las que huían Roux y nuestro nuevo amigo Gioia. No sé si Taller literario es bueno o malo, pero me abruma.