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CóRDOBA
HISTORIAS ASOMBROSAS DE CÓRDOBA

Cuando De Gaulle conoció e hizo famosos los cabritos de Quilino

4-7-2021-De Gaulle
De Gaulle, con el entonces presidente, Arturo Illia. | CEDOC PERFIL

“De Gaulle está furioso” tituló el diario Le Monde, en su tapa, refiriéndose a la gira que en Argentina hacía el expresidente de Francia. El hombre era un gigante, no solo por su estatura, de casi dos metros. Cuando en 1940 los alemanes invadieron Francia, en pocas semanas tomaron París, con ese sistema de guerra relámpago, la blitzkrieg, cuyo lema era atacar, atacar y atacar.

Así fue como, mientras él desde Londres anunciaba por la BBC que toda Francia no se rendía, pidiendo que los franceses se le unieran, pudo ver una imagen que lo obsesionaría: las tropas de Hitler desfilando con el Arco de Triunfo de telón de fondo. Encima, con esa música cuyo recuerdo siempre lo perseguiría. Se llamaba Marcha de San Lorenzo y la había compuesto el jefe de la banda de música de un pueblo llamado Venado Tuerto, en la lejana Argentina.

Cuando en 1964 fue a visitar ese país, las cosas no anduvieron bien. En la Universidad de Buenos Aires quiso hablarles a sus estudiantes y no encontró a ninguno. Su público, en la llamada Aula Magna, tenía entre 50 y 80 años, ya que a los jóvenes no los dejaron entrar para evitar posibles disturbios.

Pero a los disturbios los tuvo en Córdoba. Ese otro general, Perón, desde España, había lanzado como orden que De Gaulle fuera recibido como si fuera él mismo. “De Gaulle y Perón, un solo corazón” fue la consigna en carteles, pancartas y cantos.

Mientras Arturo Illia, ese médico tan honesto que desde Cruz del Eje, en la Córdoba profunda, llegó a ser presidente, lo acompañaba, visitó la fábrica (automotriz) en barrio Santa Isabel.

Y se sorprendió con el sabor increíble de los legendarios cabritos de Quilino, del norte cordobés, dorados a la parrilla, durante una comida en su honor. Fue en el Salón de los Pasos Perdidos, en el Palacio de Tribunales, en calle Duarte Quirós.

Y tan impactado quedó, que hablaría de esos cabritos dorados en muchos reportajes, haciéndolos conocer a nivel mundial, como se lo merecían. 

Pero afuera, mientras ese agasajo iba terminando, a pocos metros de allí la violencia se desató. La policía montada cargó contra los manifestantes que esperaban la salida del líder francés. Lucharon en plena calle y hubo tantos heridos y detenidos que hasta el presidente Illia sufrió cortes cuando le rompieron los vidrios del auto presidencial en el que, raudamente, debió abandonar el lugar.

Fue el final de una gira que no podía terminar bien. Es que ya había empezado mal, cuando bajó del avión el viejo héroe de guerra, en Buenos Aires. Allí, para homenajearlo, la banda militar comenzó a hacer sonar, entusiasmada, sin notar que De Gaulle se ponía rojo de la furia, unos acordes que, minutos después, causarían un grave conflicto diplomático.

Mientras el mayor héroe francés después de Napoleón buscaba la forma de irse de allí, atronaba, impiadosa, perfecta, una de las más famosas composiciones militares: la Marcha de San Lorenzo...

*Autor de cinco novelas históricas bestsellers llamadas saga África