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CóRDOBA
Narraciones o realidad

El mito de la Córdoba federal y sus recelosos guardianes

Sin darnos cuenta, la historia a menudo adquiere cierta tesitura mitológica al volver familiar lo extraño.

Juan Bautista Bustos
REIVINDICACIÓN HISTÓRICA. Schiaretti inauguró monumentos de Juan Bautista Bustos en Córdoba y Villa María, y le puso el nombre del primer gobernador cordobés al Centro Cívico, la Autopista, el Centro de Convenciones, un puente, un parque y un cuerpo especial de gendarmes. | CEDOC PERFIL

Los mitos, en tanto narraciones que no pueden ser valoradas bajo la divisoria falsedad/mentira, poseen la función pragmática de explicar aspectos complejos de la realidad. Sin darnos cuenta, la historia a menudo adquiere cierta tesitura mitológica al volver familiar lo extraño.

Con frecuencia, el equivalente a dioses, semidioses o héroes, son las personalidades políticas dotadas de cualidades extraordinarias, con valores e ideales prístinos, engendrándose de tal manera identidades y sentidos de pertenencia. Muy pocas veces somos conscientes de que habitamos sobre este suelo alegórico.

Desde hace varias décadas, la provincia de Córdoba ha usufructuado diversas mitologías. Conforman manantiales que alimentan el imaginario popular: la “Córdoba docta”, la “Córdoba rebelde” y la “Isla”. Podría agregarse, también, el mito de la “Córdoba federal” patentado recientemente por el gobierno justicialista de Juan Schiaretti.

Con anterioridad, otras figuras ya habían apelado a este lugar común. Una vez que los gobernadores percibían amenazados sus intereses, sobre todo frente a las intervenciones federales y el reparto de la coparticipación, no dudaron en invocar emblemas o símbolos históricos. Este fue el caso de Ricardo Obregón Cano, el primer impulsor del proyecto para traer los restos del caudillo federal Juan Bautista Bustos desde Santa Fe y erigirle un monumento, movimientos truncos debido al estallido del “Navarrazo”.

Incluso durante el “Proceso de Reorganización Nacional”, el militar y gobernador de facto Carlos Bernardo Chasseing renunció en 1979 tras discrepancias con los fondos coparticipables. Posteriormente, Eduardo César Angeloz, perfilándose para la campaña presidencial, fundaría la “Línea Córdoba” y reivindicaría el federalismo de Domingo Faustino Sarmiento como brújula moral de la República.

Desde luego, ningún gobernador se ha tomado tan en serio la reivindicación histórica del federalismo como en el caso de Schiaretti. En el año 2008, a sólo un año de asumir su primer mandato, el paro agropecuario conocido como “Conflicto del Campo” ofreció un escenario de disputas en donde distintos sectores apelaron a usos del pasado.

Posicionándose como opositor al gobierno de Cristina Fernández, Schiaretti propició un despliegue público de reivindicaciones sobre la figura de Bustos: organizó una comitiva de expertos a fin de traer sus presuntos restos y depositarlos en la Catedral, le concedió un monumento soberbio e instaló la leyenda bustista de “primera democracia” en la opinión pública.

Al mismo tiempo, se creó una bandera con los colores del federalismo, realzando los símbolos autóctonos frente a los nacionales y se reforzó en los diseños curriculares escolares la historia y geografía en clave localista. De igual modo, muchos gobernadores repudiaron la política fiscal del kirchnerismo. Criticando primero el “autoritarismo oficialista” y después el papel económico “asfixiante” del Estado, comenzaron a resistir lo que imaginaban como el foco agresivo ubicado en Buenos Aires.

En Córdoba, se ha arraigado tan fervorosamente este mito que cualquier tentativa de discutirlo resulta sospechosa, “contrario a Córdoba” y hasta “filoporteña” (!). Tal enceguecimiento permite comprender por qué muchos cordobeses son incapaces de: 1) reconocer el daño simbólico que ha provocado esta política al sentimiento común de Nación (en la Terminal de Ómnibus, la bandera de Córdoba es de un tamaño significativamente superior a la nacional); 2) no ha hecho otra cosa más que exacerbar el faccionalismo localista el cual, por sí mismo, es incapaz de construir un proyecto para el común de los argentinos (la rivalidad Estado/Provincia puede derivar en consecuencias lamentables); 3) evade el problema real de fondo –el desfasaje institucional entre el sistema federal provisto por la Constitución Nacional y las estructuras socioeconómicas incapaces de traducirlo a realidades autosustentables–; y 4) el caos tributario que implica el federalismo argentino (célebre en el mundo por su deficiencia y no por su virtuosismo).

En definitiva, el mito de la Córdoba federal estimula la lucha política, canaliza muchos descontentos y reclamos históricos, pero arraiga como secuela lamentable cierto conservadurismo que conduce al debilitamiento de la República Argentina. Para resolver los problemas más urgentes no es necesario acudir al pasado y su “mala mitología”. Quizás deberíamos dejar de interrogarnos inmaduramente por qué los intereses de Buenos Aires hicieron naufragar el “espíritu federal” y, en cambio, empezar a plantearnos con lucidez cuáles son las razones por las que el federalismo argentino siempre ha tenido serias dificultades para exteriorizarse aún bajo los escenarios más alentadores.

(*) Doctor en Historia (UNC).