La hegemonía cultural es un concepto similar a lo que el sociólogo Pierre Bourdieu llama “violencia simbólica”. Es la dominación social por la clase dominante, en la que su visión se convierte en aceptada, dominante, válida y universal. La hegemonía cultural justifica el status quo social, político y económico como natural, inevitable, perpetuo y beneficioso para todos.
Se trata de un término de Antonio Gramsci (1891-1937), al analizar las clases sociales y la superestructura marxista. Sostuvo que las normas culturales vigentes de una sociedad, impuestas por la clase dominante (burguesía) no deberían percibirse como inevitables, sino vistas como una construcción artificial e instrumento de dominación de clase. Esta práctica sería indispensable para una liberación política e intelectual del proletariado, creando su propia cultura de clase.
La teoría gramsciana se relaciona con la de la “maldad estructural” de Walter Wink y contradice la teoría marxista de clases. Sostiene que habría idealmente bases de contacto entre el ejercicio de la dirección política e intelectual. Lo importante sería avanzar, sumando alianzas (interclasistas), con el fin de armar un modelo cultural y contraponerse al hegemónico. Se lograría así superar el desequilibrio entre la opresión y la moral histórica.
El evolucionismo de Herbert Spencer fue fundamental a la hora de dotar de un esquema a los proyectos que iban contra el liberalismo, como el comunismo. Bajo ese influjo, en el cual cayeron los marxistas, la teoría de la hegemonía cultural se cumplía: en el Estado social, el “progreso” se mantiene.
Autores actuales han desarrollado el concepto gramsciano de hegemonía. Íñigo Errejón ha considerado que el concepto es central en el análisis político, al definir la hegemonía como el poder político que construye una relación en la que un actor es capaz de generar en torno a sí un consenso, incluyendo a otros grupos subordinados. Es decir, un actor concreto es hegemónico cuando es capaz de generar una idea universal que interpela y reúne a la inmensa mayoría de su comunidad y que además fija las condiciones sobre las cuales puede ser desafiado. Por lo tanto, no se trata solo de ejercer un poder político, sino hacerlo con una capacidad, incluyendo algunas de las reivindicaciones de grupos subordinados, despojándolos de su capacidad de cuestionar el orden hegemónico. Señala Errejón que no se debe asociar la hegemonía con cualquier tipo de liderazgo, ya que esto implicaría quitarle su legitimidad explicativa.
En la globalización el problema se radicalizará: el mercado adopta un sitial dominante y profundiza la manera en que el capitalismo se transforma en la única manera de entender el desarrollo humano. Para contemporáneos que tratan el tema (Chomsky, Ramonet, Amín), la globalización extiende el control de la minoría contra la mayoría subordinada y se anexa el pensamiento desregulado de mercado (proyecto cultural hegemónico global).
Jürgen Habermas (nacido en el año del crack, 1929) cuestiona la idea de opinión pública “de atrás”. Sostiene que la cultura es un poderoso inmovilizador de la capacidad inventiva de los pueblos y es la manera en que todo orden burgués se perpetúa. Sin embargo, él mismo declara no trabajar en ese sentido y declina abandonar la cultura burguesa en pos de un proyecto invisible, pese a ser un pensador de la Escuela Crítica.
La característica de la economía occidental, desde el siglo XI, ha sido una tendencia ascendente e inexorable de largo plazo. No obstante, desde hace más de dos siglos la mejora ha sido electrizante y está asociado al capitalismo. El dislate marxista atrasó a varios países por décadas. Los gramscis, winks, chomskys y compañía lucen abstractos frente a la realidad. Eso sí, ostentan valor como literatura fantástica.
Rubén Alejandro Morero es gestor de patrimonios financieros y Contador Público.