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Ana Elizabeth Noriega

La Gigante de Arroyito

Ganó tres medallas en los Juegos Parapanamericanos de Lima y sueña con representar a la natación argentina en los Paralímpicos de Tokio 2020. "Para mí todos los días son un desafío", asegura.

Ana Elizabeth Noriega
La más ganadora. | CEDOC PERFIL

Ana Elizabeth Noriega es la deportista cordobesa que más medallas cosechó en los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019. La nadadora, de 32 años, ganó la presea de plata en la especialidad de 100 metros libre y obtuvo el bronce en 50 metros libre y 100 metros pecho. Su destacada participación en Perú se completó con el quinto puesto en los 400 metros libre.

“Siento mucha alegría, mucha emoción. La verdad es que todavía no caigo. Si bien vengo trabajando desde hace muchos años, el hecho de representar a mi país y de poder hacerlo con estos resultados es algo inmenso”, asegura.

“A todas las carreras las disfruté. Cada brazada, cada tracción y cada ejercicio de técnica me brindaron la seguridad que necesitaba”, revela.

El regreso triunfal de “Eli”, el lunes pasado, convulsionó a Arroyito, ciudad situada 114 kilómetros al este de la capital provincial. “Fue una sorpresa. Que mi pueblo me haya recibido de ese modo tiene un valor muy grande”, afirma la protagonista de esta historia, quien además del cariño de familiares, amigos y vecinos recibió una plaqueta de manos de la viceintendenta Graciela Tristany.

Segura y feliz

Elizabeth es la menor de las cuatro hijas de Noemí y Hugo (Laura, Marcela y Carolina son sus hermanas) y sus inicios en la natación se remontan a los ’90 en la Academia Bucor. “Empecé a los cuatro años como parte de mi rehabilitación. Me llevaban a Córdoba dos veces por semana, porque en mi ciudad no había pileta climatizada”, cuenta la deportista, que tiene parálisis cerebral.

La etapa de la competencia llegó mucho tiempo después. “En 2013 estaba viviendo en Ushuaia y practicaba atletismo, pero no me llenaba esa disciplina. Un entrenador (Lisandro Muoverak) me vio nadar y me ofreció competir. Pensé que era broma. ‘¿Cómo voy a competir si no puedo mover las piernas?’, le dije”, recuerda.

“Siempre me tuve que adaptar a los demás y por primera vez encontré que las cosas se adaptaban a mí. Fue algo mágico”, subraya. “De Tierra del Fuego me gustó cómo se trata a las personas con discapacidad. No es fácil encontrar un lugar así”, rescata del lugar que la cobijó 21 meses.

“El agua me brinda libertad. Ahí me siento segura y feliz”, sostiene Elizabeth, que ya había tenido una experiencia en Parapanamericanos en Toronto 2015, donde fue 7ª en los 100 metros espalda. “En estos cuatro años noto una evolución muy grande en mi carrera”, dice. Y destaca a Constanza Quellet, su entrenadora: “Entre nosotras hay un vínculo excelente. Hablamos el mismo idioma”.

“Yo entiendo los planteos y las consignas pero necesito tiempo para transmitirlas al cuerpo y lograr que el movimiento sea el adecuado. Es un trabajo muy minucioso. Todo un reto”, puntualiza.

Dejarse sorprender

Tras su participación en Lima, “Eli” se tomó un descanso. “La idea fue bajar un cambio, ya que venía de 15 días intensos”, señala. Esta semana retomará una rigurosa rutina que incluye cuatro entrenamientos en el Club Deportivo y Cultural de Arroyito y otros dos en el Estadio Kempes, adonde cada lunes y miércoles llega tras un largo viaje de “postas” con el interurbano, el trolebús y “el 72”.

“No todo es pileta, gimnasio y viajar. Hay cosas muy básicas que también son parte de mi desafío cotidiano. Yo tengo movilidad reducida y por ahí las calles o las veredas no están preparadas. Para desplazarme debo arrastrar los pies y más de una vez termino en el piso”, revela. “Sería maravilloso que todo el mundo, cuando haga algo, lo haga pensando en que sea accesible para todos”, reflexiona.

“La natación es muy absorbente pero igual me las ingenio. Vendo accesorios de cocina, más que todo como hobby, y también ayudo con los trámites”, cuenta. “También leo mucho, ya que me gusta aprender cosas nuevas”, destaca.

La triple medallista se reconoce “muy agradecida” por las becas que recibe de la Agencia Córdoba Deportes y la Secretaría de Deportes de la Nación y que la ayudan a soportar costos elevados. “Una malla cuesta 20 mil pesos y para mí eso significa seis o siete meses de ahorro. La Municipalidad me ayudó siempre que se lo pedí, pero no tengo sponsor”, enfatiza.

“Eli” es un ejemplo de superación, una campeona de la vida que aspira a que su testimonio “ayude a que más personas con discapacidad puedan descubrir su don” y planea estudiar profesorado para ciegos. También se ilusiona con estar en Tokio 2020: “Tenemos una charla pendiente con mi entrenadora y ahí se verá cómo sigue la historia. Lógicamente que sería un gran objetivo”.

Aunque la posibilidad de competir en los Paralímpicos pareciera estar a la vuelta de la esquina, la chica de los tres podios prefiere no proyectar demasiado su futuro y disfrutar cada momento: “Espero que la vida me sorprenda. Para mí todos los días son un desafío”.