En una provincia donde se ha confirmado que la pobreza afecta a 30% de su población, un 27,5% de niños y adolescentes de entre 0 y 17 años padece alguna forma de inseguridad alimentaria: de ellos, un 15,70% lo sufre en carácter moderado y un 11,80% en condición severa.
Concretamente, esto significa que la alimentación del primer grupo tiene un 21,5% de déficit de nutrientes esenciales (provenientes de verduras, carne, frutas, lácteos) y para el segundo, el déficit trepa al 26,9%.
A este diagnóstico llegó el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, elaborado por la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). “Es indefectible, donde hay pobreza existen dificultades para acceder a los alimentos y los niños son los más vulnerables”, afirma la doctora Ianina Tuñón, coordinadora de la investigación.
Cuando se habla de inseguridad alimentaria no se hace referencia estrictamente a desnutrición sino a “mal nutrición”, un fenómeno no menos grave en la infancia. Los primeros mil días, desde la gestación y hasta los dos años, representan la ventana de oportunidad que tiene el ser humano para gestar todas sus potencialidades. Al nacer, el cerebro pesa 300 gramos y llega a los 900 a los 14 meses. Es un “tiempo de oro” en el que el cerebro desarrolla todas sus funciones y para ello requiere entre 50% y 80% de la energía que el niño consume. “Es un tiempo breve y una oportunidad única, fundante de la vida y el desarrollo futuro del niño”, explica Tuñón.
Ante esta evidencia, estudios sociales avanzados llegaron a la conclusión que medir la pobreza estrictamente por niveles de ingresos (sean formales, informales o subsidiados), sin considerar sus múltiples facetas, es una metodología parcial. Si no se abordan las causas profundas de la inseguridad alimentaria, el niño mal nutrido de hoy está condenado a ser un pobre estructural, más allá de lo que suceda con los ingresos de su familia.
A fondo. “La inseguridad alimentaria es un proceso en el que hay una disponibilidad incierta en cantidad y calidad de los alimentos que permiten cubrir los requerimientos nutricionales, así como limitaciones en la habilidad para adquirirlos de un modo aceptable, desde una perspectiva social y cultural”, explica la UCA. Esto implica: problemas para acceder a nutrientes esenciales porque hay inflación, por falta de empleo e ingresos, por ausencia de habilidades para entrar y permanecer en el mercado laboral, por lejanía respecto de fuentes de abastecimiento, por falta de conocimientos y valores integrales, por ausencia de un entorno de vida digno y sustentable.
La importancia de medir el Índice de Inseguridad Alimentaria (promovido por la FAO) radica en que permite visualizar a la pobreza como un fenómeno con múltiples dimensiones, a la vez que facilita entender si las políticas de transferencias monetarias por parte del Estado cumplen acabadamente su función, cuando paralelamente no se garantizan educación, cultura del trabajo, capacitación, oportunidades laborales, vivienda digna y servicios básicos esenciales.
“Lo que hemos visto a nivel país es que entre 2010 y 2016 no han habido demasiados cambios en materia de inseguridad alimentaria”, señala Tuñón. En efecto, se redujo del 22% al 20% en la población de 0 a 17 años, a pesar de que se invirtió una tasa anual del 6,5% del PIB en transferencias monetarias de índole social, según recopila el estudio “Sistema de Transferencias Monetarias Sociales en la Argentina”, elaborado por UNICEF.
En el Gran Córdoba, la inseguridad alimentaria bajó del 29% al 27%, y este magro impacto de las políticas públicas locales comenzó a pasar la factura a la salud de los niños cordobeses: de acuerdo a la Encuesta 2014 del Programa Nacional de Salud Escolar (PROSANE), el 2,70% de los chicos de 5 a 13 años sufre emaciación, que es un adelgazamiento patológico que produce pérdida involuntaria de más del 10% del peso corporal; mientras que en un 0,70% de este universo de niños y adolescentes se hicieron hallazgos de algún tipo de padecimiento neurológico.
Para referencia, en Mendoza, el primer indicador fue de 1,90% y el segundo de solo 0,10%. Y otro dato de importancia que apuntan los expertos: en Córdoba hay un 34,9% de niños de entre 5 a 13 años con problemas de sobrepeso y obesidad. “El chico con sobrepeso también tiene hambre”, advierte Tuñón. “Buena proporción de esa problemática se debe a que cada vez más niños toman sus principales comidas en comedores escolares y comunitarios, donde las dietas, por cuestiones de costos, abundan en hidratos de carbono”, puntualiza la experta.
¿Cuánto se gasta? Los resultados en materia de bienestar de la niñez en Córdoba contrastan significativamente con lo que el Estado presupuesta y ejecuta. Para 2017, el Gobierno informó en su portal que al rubro Servicios Sociales destinó un global de $59.468,4 millones, esto 47,4% del total. ¿Es mucho o poco? Significa nada menos que el 10% del gasto público social de todo Chile, país que invierte US$2.818 por cada niño pobre.
En Córdoba, es difícil determinar cuánto invierte el Estado por niño en condición vulnerable debido a la gran dispersión y subejecución de programas, sin su correlativa medición de impacto. Por sólo citar algunos ejemplos críticos: el Paicor, al que este año le asignaron $2.386,3 millones, en el primer semestre ejecutó sólo 39% de sus recursos; Salas Cuna (con $321,2 millones disponibles) realizó un 34% y Programa Sumar-ExPlan Nacer ($257 millones) implementó el 12%.
¿La protección de la primera infancia y la niñez está en el foco de las prioridades del Estado provincial? En 2015, la Provincia decidió no medir la desnutrición infantil, al dejar de adherir al PROSANE. El Gobierno argumentó entonces que tiene estadística propia. Hoy resulta una empresa titánica encontrar alguna dependencia de los ministerios de Salud, Desarrollo Social o Equidad que puedan brindarlas. Probablemente, esto no tenga ningún sentido, como tampoco estancarse en criterios rígidos de abordaje de la pobreza.
“Hay consenso a nivel internacional que, si bien las mediciones de la pobreza basadas en el ingreso de los hogares son relevantes, es importante avanzar en la medición multidimensional de la pobreza infantil y generar políticas que consideren su estructura y los múltiples factores que la determinan”, afirma el estudio “La pobreza monetaria en la niñez y la adolescencia en Argentina”, de UNICEF.
METODOLOGÍA CONIN, UNA SALIDA SUPERADORA
La Asociación Civil Vaso de Leche y el Centro de Atención y Prevención de Desnutrición Infantil (CAPREDI) son dos ONG que trabajan en Córdoba bajo la Metodología CONIN, diseñada y puesta en práctica con gran éxito por el doctor Abel Pascual Albino.
Chile, que asumió este método como política de Estado, lleva más de 20 años aplicándolo y logró 14% de pobreza.
La metodología CONIN va más allá del asistencialismo. Hace un abordaje integral del origen de la extrema pobreza, interviniendo en tres frentes: nutricional, estimulación del niño, educación y capacitación de la madre.
“Los síntomas del hambre se pueden atacar fácilmente, pero si el entorno del niño no cambia, su situación se vuelve irremediable”, señala Javier Cacciavillani, uno de los fundadores de Vaso de Leche, junto a Roberto Cattaneo. Esta ONG asiste a 40 niños que padecen desnutrición; mientras CAPREDI cobija a otros 43.
“Trabajamos con un presupuesto de $1.200 por niño mensualmente”, explica Marcela Pesce, de CAPREDI, un cálculo con el que coincide Cacciavillani.
En abril del año pasado, el ministerio de Desarrollo Social de la Nación firmó un convenio con CONIN para contribuir al financiamiento de los centros franquiciados de CONIN en todo el país, entre ellos los de Córdoba.
“Un niño desnutrido, con suerte, aprenderá a sumar y restar, pero no a multiplicar y menos a sacar raíz cuadrada”, dice Cacciavillani. “Nos preocupan las severas limitantes con que se va desarrollando nuestro capital humano”, agrega Pesce.
Uno de los ejes centrales de la Metodología CONIN es la educación de las madres, para que puedan crear un vínculo sólido con sus niños, a partir de información fundamental sobre cómo nutrirlos, pero también sobre “cómo esperarlos, alimentar el deseo por el niño y aprender a estimularlos en sus primeros años”, explica Marcela Pesce. Una gran proporción de madres atendidas por los centros CONIN son adolescentes o mujeres que transitan sola el embarazo. La mayoría no concluyó sus estudios secundarios.
Otro aspecto clave de esta metodología de abordaje de la pobreza es la capacitación de las mamás (y en algunos casos de los padres) en oficios y habilidades que le permitan integrarse al mercado de trabajo y no depender exclusivamente del asistencialismo. “Vemos a más de una generación que nunca accedió al trabajo”, relata Pesce. Las consecuencias psicológicas de esto son profundas: “La falta de horizonte, de no ver oportunidades, de no poder proyectarse más allá de la situación que viven”, agrega Pesce.
La ausencia de cultura del trabajo es una realidad con impacto complejo, que los centros CONIN ven que termina influyendo en la nutrición misma de los niños. “Los 3.500 pesos que algunas mamá gastan para tener un celular, nosotros intentamos explicarle que equivalen a casi 35 kilos de una leche fortificada, que le va a rendir mil raciones para su hijito”, comenta Eugenia Silva, de Vaso de Leche.
Además del Centro Conin, Vaso de Leche brinda asistencia a alimentaria con leche a 1.000 niños que concurren a 20 comedores infantiles locales. Mensualmente distribuye unos 500 kgs. de leche en polvo, asegurando a estos niños al menos una ración de leche diaria.
Contactos con centros CONIN Córdoba:
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