R. Sikoryak se define justo enfrente de Strand, la librería adorada de cualquier visitante de New York: “Simplemente creo en el poder de los cómics”. Lo hipnótico, lo amablemente devoto de Sikoryak es la forma en que ha sabido cuidar a los cómics. Su juego consiste en algo posible de imaginar: cualquiera de nosotros posee un vínculo con una historieta (Mafalda, o Tintín, o Astérix, o Batman, o Clemente: una se instala en nosotros, no hay forma de eludirlo), ahora hay que imaginar que alguien toma todo lo que hace a esa historieta (su tipografía, la forma del dibujo, el trazo, la disposición de la página, los personajes reconocibles) y la mezcla con una obra inmortal de la literatura, una frase de Donald Trump o el contrato de “términos y condiciones” de Apple. Y en ese arte del híbrido inteligente pero no pomposo, enamorado de las viñetas pero más de sus posibilidades como sonriente caja negra del mundo y sus límites, es donde Sikoryak opera quirúrgicamente.
Cuando Sikoryak, dueño de una muestra, un show e invitado del próximo Festival Internacional de Historietas Viñetas Sueltas, habla de cómics, habla de esa historia de las viñetas que implica haber leído y crecido en Estados Unidos: “Cuando era niño estaba rodeado de historietas, y convivía con la idea, siempre, de que la historieta era un consumo descartable, perecedero. Yo aun así me fascinaba por cada partícula de ellas: las tapas, su arte, la forma en que hablaban (es decir, en que querían venderse), sus complejidades (las voluntarias y las involuntarias). Todo allí me generaba satisfacción y me ubicaba en el mundo”. Entonces, cuando uno cree que el discurso de Sikoryak sobre las historietas se va a plegar sobre sí mismo, se da cuenta de que en realidad se habla con un autor experimental y que ha sabido ser el más amable de los amantes de la historieta como un todo (y definitivamente como objeto). Las pruebas son irrefutables: Masterpiece Comics es una serie de historietas, que hoy día continúa, donde Sikoryak funde “por un lado, una obra de esas que todos alaban pero no todos leen, y por otro, la forma y la narrativa de un cómic”. El resultado es el uso más travieso y hereje de la historieta y la literatura (por suerte, el pecado es para con ambos lenguajes): Superman contando El extranjero (“¡En este número!: Madre murió hoy…”, y Superman dice en un globito mientras fuma y sin la S en el pecho: “¿O quizás ayer?”), Beavis & Butt-Head esperando a Godot y, el primero de sus juguetes, La Divina Comedia contada en unas pocas planchas de historietas de un chicle Bazooka.
Sikoryak además creó el más improbable bestseller de 2017 con Terms and Conditions, una adaptación del contrato de términos de Apple hecho historieta sin ninguna otra cosa que el texto de la compañía de Steve Jobs (protagonista del cómic) y páginas que van de The Walking Dead a Astroboy. Y ahora embiste con su misma sabiduría a Trump: en The Unquotable Trump, recientemente publicado en Estados Unidos y disponible online, cómic en el que usa frases textuales del presidente para después aplicarlas en tapas de diferentes historietas. Sikoryak: “Lo importante es entender, en mis historietas de Trump, que siempre se habló de los cómics como algo estúpido: ¿qué pasa cuando usas el discurso que fue atacado por décadas para mostrar real estupidez? Una cosa es adorar algo que juega o no puede dejar de ser un poco tontolón, y otra es cuando la estupidez se usa para agredir a una raza. No es defender los cómics lo que hago, es sólo intentar traducir toda la sorpresa que creo pueden encerrar.”