De haber sido un adolescente lindo de ojos verdes, hubiera cogido con minas desde los 15 años y Orsai nunca hubiera existido”, expresó en alguna oportunidad Hernán Casciari, fundador de una de las revistas culturales de mayor éxito al ser entrevistado por el magazine cultural español Jot Down. Y estaría bien, añade. Sin embargo, lo que ocurrió fue que él era más que nada un tipo de una excelsa rapidez mental y sin mucho miedo al mañana. El loco lindo tuvo la oportunidad de mandar al carajo lo que le jodía y lo hizo mezclando web y papel porque, en aquel momento, tenía una montaña de dinero que podía perder. Desde entonces, las cosas han cambiado. Orsai ahora es Bonsai y ya abandonó el modo de distribución alternativo que impuso Casciari. Por su parte, en cuatro años Jot Down ha continuado con su mezcla entre papel y digital, con modelos de negocio distintos. Carles Foguet, director de Comunicación de ese medio, dijo en el pasado Festival Kosmópolis de Barcelona que la rentabilidad en este ámbito era una quimera: “Olvidadlo”, aseguraba, “ni una revista como Jot Down, con 400 mil usuarios mensuales, puede vivir de la publicidad”. Eso era 2013 y, poco después, su medio firmaba un acuerdo con el Museo Thyssen. A partir de ahí la publicidad ha ido variando, pero aún afirman que no querrían vivir sin ambos modelos: impreso y digital.
En Argentina, los que se lanzan al periodismo cultural exclusivamente digital lo suelen hacer al no poder con los costos que supone la distribución. Esta es siempre desventajosa para los pequeños medios frente a los gigantes. Desde que en 2001 el ministro de Economía Domingo Cavallo decidió que la actividad editorial dejase de estar exenta de IVA, los grandes hicieron un negocio que se concretaría con Eduardo Duhalde en 2002, dejando a las pequeñas empresas fuera del paraguas que aportaba el Decreto 730/01: que la cuota de 10,5% de IVA se descontara de los aportes patronales. Así, si medios como Clarín ahorran costos con grandes imprentas, sus colegas humildes de papel deben tributar en varias fases de la producción. Pagan 33% al circuito de kioscos, lo que supone un 22% más de lo que desembolsan sus mayores. Estas diferencias dieron lugar al nacimiento de Arecia (Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina) en 2012 y, por supuesto, a un auge del formato digital. Diego Gassi, integrante de su comisión directiva, aseguró a PERFIL que la cantidad de lectores de medios digitales en Argentina está en tres millones por mes.
Libertad para crear es una de las causas por las que los consumidores de revistas culturales digitales aumentan. Quienes se embarcan en estos proyectos suelen ser profesionales en busca de una burbuja de aire, un canal de comunicación en el que primen sus propias reglas. Ese halo de mixtura entre calidad y libertad suele ser un cóctel que, bien agitado, resulta irresistible.
La anarquía es una utopía deliciosa. Internet es un camino hacia un cambio de paradigma, y esa libertad que produce supone la otra causa de la proliferación de estas revistas. Ahora bien, no todos entienden la anarquía como la más alta expresión del orden. El problema básico es que la fácil producción permite una ingente cantidad de publicaciones; sin embargo, sólo una minoría consigue estándares de calidad adecuados y, sobre todo, mantenerse y erigirse como referente. Para esta nota se hizo un relevamiento de más de cuarenta revistas culturales digitales sólo en Latinoamérica. Esto ya supone un filtro estratosférico. Hay más, muchas más, sí. Pero no todas merecen valioso tiempo de vida. Roberto Herrscher, director del Master de Periodismo BCNY, opina que “el peligro de estos medios digitales, que no tienen límites de páginas y que, además, casi ninguno paga, es que se conviertan en la caja donde se publica absolutamente todo, sin límite. Por eso, para ser exitosos, seguidos, respetados, tienen que tener también frenos, límites, edición, selección. Aunque duela, hay textos que deben ‘canalizarse’ rumbo al basurero”.
De hecho, la lucha final la ganaron poco más de diez revistas. No todas corresponden a las mismas demandas ni todas son geniales. Seguramente porque algunas no pretenden serlo o porque ese concepto es, como el periodismo mismo, subjetivo. En todo caso, es relevante que las mejores son aquellas que han conseguido financiación, o bien las que son dirigidas por profesionales con una extensa experiencia, como Rogelio Villarreal, director de El Replicante, revista que mutó del papel a lo exclusivamente digital. Pero ¿alguien sabe qué cuerno significa periodismo cultural? Humberto Musacchio, autor de Historia del periodismo cultural en México, afirma que esa expresión es redundante ya que “todo periodismo se halla en el campo de la cultura”. Bien, pero, ¿cuáles son las distintas concepciones de la cultura? Como apunta Villarreal, hay diferencias entre los conceptos de “revista cultural y revista literaria, o de publicaciones elitistas, especializadas, de creación o de divulgación”.
Aquí se ha querido aportar una tipología variada entre tales casos, a saber: las revistas El puercoespín y Anfibia, de Argentina, serían publicaciones de corte divulgativo acerca de temáticas propias del periodismo de investigación asociado a la crónica y a la no-ficción, aunque no por eso eliminan otros contenidos vinculados a la literatura. La primera mezcla colaboraciones inéditas con el collage propio que el funcionamiento de internet propone. Anfibia, por su parte, se rige por una premisa útil: mezclar a dos autores venidos de mundos distintos para tratar un mismo tema. La contra es que este modelo no siempre se cumple a la perfección; sin embargo, eso no rebaja la calidad de sus contenidos. Informe Escaleno y Revista Corrientes –también argentinas, aunque la segunda vinculada a Francia– son elitistas en sus contenidos. Tienen una especificidad académica que implica una alta calidad y, a su vez, limita lectores. En esta línea estaría también la revista Crítica, de Chile, que, funcionando desde 1997, dice operar “como un medio de difusión y discusión de ideas sobre literatura, arte y cultura en Chile y América Latina”. Son, claramente, revistas que aspiran a involucrar a un público muy preciso y algunas de ellas lo especifican, creando un clima de marginalidad. Por ejemplo, Círculo de Poesía o Cuadrivio, en México, avisan al navegante que están enfocados a “poetas, académicos, críticos y gestores culturales” en el caso de la primera, y a “estudiantes universitarios, escritores y académicos jóvenes” en el de la segunda, como explicó a PERFIL su director, Ramsés Lagos Velasco. Constituirían éstas una suerte de antítesis respecto de otras publicaciones, como la argentina Revista Paco. Uno de sus integrantes, Juan Terranova, aseguró a este diario que el punto positivo de lo digital es precisamente que “te lee todo el mundo”, aunque el negativo sea que “nadie va a pagar por leerte”. Esta revista no tiene un gran cuidado en todo lo que publica y, sin embargo, sí resulta más popular. Un punto medio entre ambas posiciones lo constituirían la argentina Buenos Aires Review, que tiende más a su internacionalización privilegiando las traducciones, como la recién nacida Revista Alkmene, cuyo sobrenombre es precisamente “Literatura y traducción”; o como el caso de la mexicana Revista Ombligo. La que menos atractivo provoca es sin duda Letralia, de Venezuela, y sin embargo se ha mantenido viva desde 1996. Caso aparte es Radio Ambulante del peruano Daniel Alarcón, que consiguió, gracias a un sistema de financiación colectiva online, sobrepasar los 40 mil dólares. Su objetivo es “integrar el inmenso talento de los periodistas latinoamericanos con la sofisticada estética de producción para radio de Estados Unidos”.
“Esto va a ser la hostia”, decía hace muy poco Genís Roca Verard, arqueólogo y especialista en sociedad digital; “la tecnología, que es lo que nos define como seres humanos, está modificando cómo nos socializamos, que es el otro aspecto que nos define como seres humanos”. Internet permite que desconocidos muestren su talento, que cambiemos nuestro modo de informarnos, de divertirnos, de relacionarnos. Se crea una grieta donde ahondar sirviéndonos del arte, de la cultura. Si bien es cierto que de los años 80 para acá nació ese resquicio de posibilidad de cambio en los sistemas de clasificación y, por lo tanto, de poder, aún falta mucho para que comprendamos en qué momento histórico estamos. Más aun, lo que ahora interesa dilucidar es quién paga la torta. “Los medios digitales”, explicó Herrscher, “pueden ser rentables con muchos menos ingresos porque tienen menos gastos. Pero la publicidad que se fue del papel no migró en la misma proporción al digital”.
Desde el Siglo de Oro y hasta el XXI, don dinero sigue siendo poderoso caballero y, por eso, que la mayoría de los colaboradores de los medios seleccionados no sean pagos es un desafío para toda la profesión. Hay quienes se han tirado un lance en este sentido: El puercoespín, en diciembre del pasado año, alertó a sus lectores de que si no conseguían financiación antes de marzo de 2014, su continuidad se vería comprometida. Y ese día finalmente llegó. El martes 1º de abril, a través de su cuenta en Facebook, les comunicó a sus casi 29.500 seguidores que “como ha ocurrido y ocurre con emprendimientos similares en este mundo regido por leyes de mercado, una tarea semejante, sobre todo si es exitosa, llega siempre a un límite: el límite de las fuerzas de quienes la realizan, que se ven sometidos a la doble exigencia de sostener la empresa y a la vez ganar el dinero necesario para financiarla (y financiarse) de otro modo”. Mientras unos buscan y no parece que encuentren, otros aseguran que, poco a poco, la inversión en lo digital crece. Habrá que ver entonces hasta qué punto se equilibra la necesidad de expandir la grieta que supone internet y el mal vicio de comer que tienen las personas capaces de ofrecer calidad, criterio y ocio reflexivo a los navegantes del nuevo mundo que recién comenzamos a definir