Huergo 475, la torre recientemente inaugurada por Consultatio en el corredor Huergo, se consolidó como uno de los desarrollos más ambiciosos del año, con una inversión de USD 90 millones, 38 pisos, casi todas sus unidades vendidas y una ubicación estratégica en un “nuevo barrio porteño” que redefine el Bajo. Pero más allá de la escala urbana y del éxito comercial, el edificio se distingue por un eje central que lo vuelve único: un programa de arte contemporáneo creado especialmente para sus espacios. Siete obras, siete artistas y una premisa, “que el arte no adorne, sino que se habite”.
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El proyecto se inscribe en una zona que cambió radicalmente en la última década: de territorio de camiones y contenedores a corredor residencial con precios comparables a Puerto Madero —entre USD 5.000 y 6.000 el metro cuadrado— y acceso directo al casco histórico, San Telmo y la Reserva Ecológica. “Lo que buscamos es generar valor colectivo y un hábitat que mejore con el tiempo”, afirmó Eduardo Costantini durante la inauguración, destacando que el edificio “no es estático, sino dinámico”, y que Consultatio fue agregando elementos, incluido el programa artístico, a medida que el proyecto evolucionaba.

El corazón de esa apuesta cultural son las obras creadas site specific, concebidas para responder a cada ambiente, escala y uso del edificio. Es una decisión alineada con la trayectoria de Costantini como fundador del MALBA y su interés en que el arte sea accesible más allá del circuito institucional. Aquí, el arte no aparece como decoración, sino como un dispositivo activo que acompaña, interpela o sorprende a los residentes en su rutina diaria.

La plaza pública, punto de ingreso al edificio, alberga Las buzas, primera instalación monumental de la artista Carolina Antich. Inspirada en las históricas buceadoras Ama de Japón, la obra rinde homenaje a una comunidad de mujeres que trabajó durante más de tres mil años en apnea, recolectando mariscos y algas en una relación profunda con el entorno. En conversación con este medio, Antich explicó: “Quise rendir tributo a su resiliencia y a su vínculo con la naturaleza. Las Ama fortalecieron una idea de comunidad que me parecía importante traer a un espacio compartido como esta plaza”.

En el hall de acceso se despliega Pasaje, la obra lumínica de Augusto Zanella. Un conjunto de luces programables distribuidas matemáticamente forman dos relojes: uno marca la hora permanentemente y el otro se activa en fechas especiales. Zanella detalló: “Me interesaba que el espectador no solo observe, sino que complete la obra con su mirada. El tiempo está siempre ahí, pero solo lo advertimos cuando nos detenemos”. Así, el lobby se vuelve un umbral entre arquitectura y percepción.
El gimnasio del nivel 6 integra Patria bíceps 25.1, de Valentín De Marco, una instalación de mancuernas de bronce y mármol colocadas verticalmente. En diálogo con PERFIL, De Marco explicó la génesis de la pieza: “Trabajo la orfebrería desde chico y pensé en el gesto manual de transformar el material en paralelo con el trabajo físico de transformar el cuerpo. El bronce y el mármol también traen la idea de poder republicano; ponerlos en un gimnasio tensiona esas nociones”. La obra dialoga con la fuerza, la disciplina y el cuerpo en un ámbito funcional y cotidiano.
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En el piso 11, el cowork aloja El Paraíso de los Creyentes, del artista Nicolás Martella: una biblioteca de acero inoxidable con cerca de 150 libros cuyos títulos comienzan con “El arte de…”. Se trata de un archivo que Martella gestó durante más de diez años, comprando ejemplares de forma azarosa y paciente. Consultado sobre la obra, señaló: “Hay humor, pero también una reflexión sobre la industria editorial. Esta colección muestra cómo todo puede convertirse en una guía o en una verdad supuesta. Me gusta que esté en un lugar donde la gente viene a trabajar: es un contrapunto interesante”.

En el nivel 36, el laundry se convierte en un espacio textil gracias a Prendas sueltas, de Lucrecia Lionti. La artista trabaja desde hace quince años con tejidos tradicionales del noroeste argentino, telas industriales y retazos domésticos. En diálogo con este medio, explicó: “Me interesaba que la obra fuera amable, cercana. El laundry es un espacio íntimo donde todos interactúan con prendas. Quise que ese vínculo estuviera presente en el textil, que mezcla memoria, cuidado y cotidianeidad”. La obra funciona como una extensión del gesto doméstico de lavar, reparar y mantener la ropa.

En el SUM del mismo nivel se encuentra Naturaleza muerta, mural de Alfredo Dufour realizado en mosaico a partir de un dibujo digital creado en Paint. El artista contó que la intención fue cruzar dos mundos: “La cuadrícula rigurosa del mosaico con el gesto digital rápido y preciso del Paint. Me interesa esa tensión entre tradición y contemporaneidad”. La pieza, ubicada en un espacio de uso social, introduce un contraste entre lo manual y lo tecnológico dentro de un entorno comunitario.
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Finalmente, la terraza del edificio, uno de los puntos más altos del proyecto, aloja Estación Mirafónica, de Irina Kirchuk: dos esculturas gemelas que parecen telescopios sin lente, creadas en chapa y pintadas con tricapa automotriz. La artista relató el origen de la obra: “Quería que no fuera un telescopio tradicional, sino algo más performático. Que sirviera para mirar, pero también para oír y para gritar. Las esculturas recortan la ciudad de una manera humorística y simple. Es una conversación entre el cuerpo, el viento y Buenos Aires”. Durante la inauguración, la interacción espontánea de los visitantes confirmó ese espíritu lúdico.

La integración entre arte, arquitectura y urbanismo también fue destacada por el arquitecto del proyecto, Marcelo Faiden, quien señaló: “No importa si vivís en un monoambiente, podés usar toda la torre. Eso la vuelve humana. Las torres deben integrarse al sistema urbano, no ser objetos aislados”. La posición del edificio, con su fachada verde que se camufla con la copa de los árboles, y la continuidad entre la plaza, el pasaje y los interiores, refuerzan esa noción.
Desde el punto de vista técnico, el CEO de Criba, Santiago Tarasido, subrayó los desafíos constructivos: la fachada con entrantes y salientes, los voladizos y la piscina elevada. “Es un edificio con alma”, afirmó, haciendo referencia al carácter no convencional del diseño y la coordinación entre arquitectura, arte e ingeniería.