CULTURA
POSVERDAD Y FAKE NEWS

Mentime, me gusta

El termino posverdad fue empleado por primera vez en 1992, aunque la “falsa verdad” y los “hechos alternativos” como herramienta de propaganda y manipulación no son nuevos; la novedad estriba en su viralización en la tecno-sociedad actual. La pregunta que aflora entonces es: ¿cómo enfrentar a la posverdad en una sociedad que absorbe y reproduce el decurso de las mentiras, mientras impera una filosofía global de desprecio por la verificación? Aquí algunas respuestas.

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Posverdad y fake news. | pablo temes

Cada tiempo tiene sus modos de definirlo mediante algún reduccionismo: la Edad Antigua pagana, la Edad Media teocéntrica, la Modernidad capitalista y racionalista. Y ahora, a este Edad Contemporánea puede adherírsele distintas etiquetas: mucho hipertecnológico, globalidad digital, posmodernidad relativista, era del narcisismo “sélfico”, la civilización del nuevo paradigma de la IA. O el reino de la posverdad y las fake news.

Las convenciones sobre la posverdad

En un sentido estricto, la posverdad es un neologismo que supone la negación de la realidad, para dar primacía a las creencias y emociones, en desmedro de los hechos comprobables y objetivos. Posverdad es entonces un discurso que distorsiona lo real y que se alimenta de fake news o falsas noticias a fin de influir sobre la opinión pública.

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La denominación Posverdad surge en el ámbito anglosajón. El termino post-truth procede del dramaturgo nacionalizado estadounidense, de origen serbio, Steve Tesich. Según el Diccionario de Oxford, Tesich usó por primera vez el término que alude a las “circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones y las creencias personales”. La ocasión fue un artículo de la revista The Nation, en 1992, un seminario norteamericano de izquierda, en el que Tesich afirma: “lamento que nosotros, como pueblo libre, hayamos decidido libremente vivir en un mundo en donde reina la posverdad.” Tesich aludía a las mentiras políticas diseñadas como “verdades” en el escándalo Irán-Contras y la guerra del Golfo Pérsico.

En 2010, en la revista Grist, especializada en información medioambiental, David Roberts cuestionó la “política de la posverdad” como una narrativa que, sin ruborizarse, niega el cambio climático a pesar de la ingente documentación que la comunidad científica aporta en sentido contrario.

En su más inmediata manifestación la posverdad atañe a una política posfactual: lo político que no se remite a los hechos comprobables en la esfera de la política pública, sino a las emociones, de modo que una narrativa ideológica determinada genera una apariencia de verdad, que es más importante que la verdad contrastable.

La posverdad, como recurso a la mentira presentada como verdad para capitalizar un beneficio político y económico, puede enlazarse con la propaganda tradicional. El caso de los poderes de turno que propagan una falsa verdad (o posverdad) para la consolidación del monopolio del poder.

Ejemplos contundentes de la posverdad como propaganda, y sus paralelas falsas noticias, sobreabundan en la historia. Aquí solo recordaremos algunos casos, como la campaña de “fake news y posverdad medieval” que orquestó un rey francés en el siglo XIV. La famosa Orden de los Templarios, los guerreros monjes al servicio del Papa, de destacada actuación en la Cruzadas, adquirió poder territorial y económico. Fueron importantes prestamistas y acreedores de poderosos reyes, como el monarca francés. Seguramente para liberarse de esa deuda, Felipe IV, el hermoso, perpetró un antecedente de las campañas de fake news actuales. Con todo el poder del Estado hizo circular panfletos que presentaban como verdades lo que se sabe que eran falsedades: numerosas acusaciones a los templarios para poner a la opinión pública en su contra y disolver la Orden.

En 1898 se produjo la guerra hispano-estadounidense. En el puerto de La Habana, en Cuba, que en ese momento era aún una colonia española, atracó el acorazado de la Marina norteamericana Maine. A las tres semanas el navío estalló de forma catastrófica y se hundió, con 266 muertos. Los famosos magnates William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, dueños de la prensa del país del Norte, publicaron artículos en los que acusaban al gobierno español de haber colocado una bomba para hundir al Maine. Hoy se sabe que esto era falso. Las fake news desencadenaron una guerra punitiva contra España.

La falsedad digitada por los periódicos, y otros medios, fue también esencial cuando se anunció la falsa noticia de un ataque de la Marina de Guerra de Vietnam del Norte en la bahía de Tonkín, en 1964, contra el destructor norteamericano USS Maddox, lo que llevó la guerra en territorio vietnamita a otro nivel.

En la Segunda Guerra Mundial, Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, difundió mensajes falsos sobre la oposición para sembrar la desconfianza pública.

Y después del atentado contra las Torres de Nueva York en 2001, el gobierno de George Busch produjo cientos de informaciones falsas sobre el supuesto armamento nuclear de Saddam Hussein para justificar la invasión a Irak.

La sustitución de hechos reales por hechos falsos, fabricados, “alternativos”, es inherente a la dinámica de la posverdad actual. A esto Hannah Arendt lo llamó “defactualización”. En 1971, en The New Yorker apareció su ensayo “Mentira en la Política. Reflexiones sobre los Papeles Pentagon”, que escribió luego de la publicación de los Pentagon Papers sobre la administración de Nixon y su gestión de la guerra de Vietnam. Entonces, denunció el reemplazo de los hechos reales por los hechos alternativos, y la reducción de la verdad fáctica a un mero estado subjetivo: “los hechos alternativos no son simplemente mentiras o falsedades, sino que hablan de un cambio significativo en la realidad fáctica, compartida que damos por sentado (…) Su fuerza corrosiva consiste en convertir el hecho en una mera opinión, es decir, una opinión en el sentido meramente subjetivo: un ‘me parece’ que persiste indiferente a lo que les parece a los demás”. 

Según la filósofa autora de Los orígenes del totalitarismo y Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, los “hechos alternativos” convierten un “hecho en una mera opinión”, en algo,“meramente subjetivo”, lo que es funcional también a la dinámica contemporánea de la posverdad.

La expresión “hechos alternativos” (“alternative facts”) proviene originalmente entonces de H. Arendt y no, como erróneamente se afirma, de una frase de la consejera de Donald Trump, Kellyanne Conway, en una entrevista televisiva, en 2017.

La “falsa verdad” y los “hechos alternativos” como herramienta de propaganda y manipulación periodística para influir en la opinión pública no son nuevos; pero la novedad es su multiplicación o viralización en la tecno-sociedad actual.

La novedad de la posverdad

Anthony C. Grayling, además de creador del New College of the Humanities en Londres, y difusor del ateísmo, y autor de Democracy And Its crisis (La democracia y sus crisis), es un filósofo británico conocido por sus advertencias respecto a la naturalización de la posverdad como peligro para la democracia, y la fundamental relación de este proceso con las redes sociales. Observa que lo nuevo “son técnicas muy potentes que permiten a políticos y a grupos de intereses afectar los resultados de una forma poderosa”. Estas técnicas “utilizan las redes sociales de dos maneras: primero, introduciendo mensajes en ellas mediante el hackeo de los canales de redes sociales. Esto es algo que ya se conoce y que influyó en los resultados del Brexit y en la victoria de Trump…”.

La expansión más eficaz de la posverdad mediante las redes apela también al profiling (la elaboración de perfiles de usuarios)  mediante gran cantidad de datos personales recogidos en el tráfico de internet, lo que da lugar al microtargeting: el envío de mensajes destinados a pequeños grupos con intereses y perfiles bien determinados; o la acción de trolls, personas que generan discordia en internet mediante mensajes gresivos en comunidades en línea (grupos de noticias, salas de chat, blogs).

La propagación de noticias falsas como desinformación impide distinguir lo real de la ficción. Y como lo sugiere Simona Levi, en Fake You. Fake news y desinformación, (Ed. Rayo verde), las fake news no es solo información falsa, ya que también “van mucho más allá de cualquier cosa que se parezca a noticias, como cuentas automáticas (bots), videos modificados o publicidad encubierta y dirigida”.

Steven Forti, historiador y profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona, en Posverdad, fake news y extrema derecha contra la democracia, en la revista Nueva Sociedad, afirma que la extrema derecha ha entendido rápidamente las posibilidades de la “elaboración de información manipulada” por vías digitales para optimizar sus propósitos de sembrar la desinformación y el deterioro del debate público democrático. De ahí que propone la necesidad de comprender las estrategias de una “extrema derecha 2.0 en la era de la posverdad”.

Asimismo, la circulación de fake news por internet, en tiempos de posverdad, se asocia fuertemente con negacionismos varios, desde la negación de la crisis ambiental hasta el Holocausto o la Shoá; o teorías conspirativas diversas, como las difundidas durante el gobierno de Trump, o en la época de la pandemia de covid-19. En ese entonces, se instituyó la expresión “infodemia” para aludir a la cuantiosa información falsa sobre la epidemia. Al punto que el director de la OMS (Organización Mundial de la Salud), Tedros Adhanom Ghebreyesus, afirmó que “la lucha contra los rumores y la de-sinformación es una parte vital de la batalla contra el virus”.

O la posverdad en internet puede provocar el odio y la persecución por motivos étnicos como en el dramático ejemplo de la minoría rohingya víctima, en 2017, de numerosas fake news difundidas en Facebook por la mayoría budista en Birmania (hoy Myanmar).

Y la posverdad contemporánea también expresa un subjetivismo radicalizado. Como ya lo sugería Hannah Arendt, la fabricación de hechos alternativos favorables a una política determinada promueve enunciados que se reducen a la pura voluntad subjetiva. La verdad es lo que un poder determinado dice, o incluso un particular, y no lo que se sustenta en evidencia comprobable. Y como advierte también A.C. Grayling, esto contamina la conversación pública, y unos tuits valen lo mismo que largas investigaciones contenidas en una biblioteca.

 

La verdad olvidada de las cosas

La posverdad se nutre de una sociedad que absorbe y reproduce, con escasos o nulos filtros críticos, el decurso de las mentiras que, en ocasiones, son presentadas como “verdades alternativas”, o la verdad sin más. En la actualidad, está al alcance no solo de los grandes poderes o de los movimientos colectivos, o de las corporaciones, sino de cualquier individuo fabricar mentiras y luego difundirlas por los medios informáticos. De modo que la rápida aceptación de la mentira prescinde de los hechos reales. Hoy impera una filosofía global de desprecio por la verificación. La posverdad, así, deteriora los estándares científicos que solo aceptan como verdadero lo que puede ser demostrado por evidencia empírica.

Por eso, para el filósofo italiano Maurizio Ferraris, en Posverdad y otros enigmas, la posverdad configura “un fenómeno radicalmente nuevo respecto a las mentiras clásicas”, porque “la verdad alternativa se presenta como la crítica… de la ciencia y de los expertos en general”.

La posverdad como desconsideración de la autoridad científica

Posición también dominada por la emoción subjetiva. Ésta es quizá la más adecuada explicación de la viralización del terraplanismo y otros discursos conspiranoicos. Lo que se juega en el caso de los terraplanistas no es tanto la posverdad que asegura que la Tierra es plana, sino la compulsión a negar la ciencia en general, por estimársela parte del establishment que socava la libertad individual de pensar que las cosas son de otro modo.

Pero la posverdad como negacionismo de la dinámica científica de la verificación también esconde otro origen: la negación del conocimiento científico comprobable por grandes corporaciones, para salvaguardar sus intereses, aun en contra de la salud y de la verdad.

El ya mencionado historiador Steven Forti sugiere que las hélices de la posverdad actual comenzaron a girar “con el cuestionamiento y la negación de la ciencia cuando, como en el caso de las tabacaleras sobre los daños del tabaco o de la industria de los combustibles fósiles sobre el calentamiento global, se trabajó para sembrar la duda y aprovechar la confusión pública”. A su vez, las formas de circulación de las mentiras de la posverdad actual y su estructural desprecio de los hechos coincide con lo que “la psicología social descubrió hace tiempo, como la disonancia cognitiva, la conformidad social, y el sesgo de confirmación”.

El esfuerzo o tensión para superar la ansiedad que genera la vida diseña mecanismos de autoprotección que la psicología denomina disonancia cognitiva. En el escenario del exceso de información actual, dicha disonancia elige o selecciona solo las informaciones que confirmen las propias creencias y expectativas; aquí importa el beneficio emocional y no la aceptación de la verdad fáctica; lo que deriva en un sesgo de confirmación o sesgo confirmatorio, por el que los usuarios niegan versiones alternativas que puedan refutar las opiniones propias. Estos procesos de la conducta consolidan la adhesión a un conjunto de creencias que, a veces, pueden abrazar discursos de posverdad, y que alimentan la polarización en la discusión pública.

En un horizonte filosófico, la posverdad y sus “verdades alternativas” anulan la verdad clásica como teoría de la correspondencia que determina que la verdad o falsedad de una proposición se relaciona con la correcta descripción del mundo. Es decir, las proposiciones emanadas desde el pensamiento y el lenguaje se corresponden con las cosas y los hechos; los hechos reales “no alternativos”.

En sus orígenes, esta posición se manifiesta en el llamado realismo filosófico, como en Sócrates, Platón, Aristóteles, o en Santo Tomás, en el marco del cristianismo medieval. Y también en esta dirección, Josef Pieper, importante representante del humanismo tomista, en su artículo “La verdad de las cosas, un concepto olvidado” (1970), publicado en la revista Universitas, en Stuttgart, se lamenta de la perdida de entidad, en el siglo XX, del concepto de la “verdad de las cosas” que “se refiere a la objetiva realidad de la piedra, de la planta, del animal, –y de forma muy especial– del propio hombre.”

En contra de esto, en la posverdad como la muerte de la “verdad de las cosas” o, en un sentido amplio, de los hechos, en la práctica se desprecia la “objetiva realidad” de la que habla Pieper, y que puede ver quien se remite a esa realidad antes que a creencias subjetivas solo ancladas en invenciones y mentiras.  

La posverdad solo se corresponde con el mundo que es coherente o compatible con su conjunto preestablecido de ideas y creencias autorreferentes, encerradas en su burbuja de supuesta verdad. Por lo tanto, la llamada realidad externa, sea la naturaleza o la sociedad y sus procesos propios, nunca pueden invalidar sus afirmaciones. La posverdad urdida por individuos, grupos, clases, o las naciones y sus intereses, no acepta ser refutada por la realidad externa; lo que revela a su vez una suerte de actitud de fe religiosa laica por la que importa más “mi creencia” que la realidad comprobable.

La fabricación de la posverdad es ahora moneda de todas las corrientes políticas. Su peligro es también necesidad de un nuevo tipo de contracultura que ya no se ciñe, solo, como en la Posguerra, a la defensa de una espiritualidad amenazada por el materialismo consumista. Hoy, parte de un nuevo gesto contracultural sería el procurarse un blindaje defensivo ante la desinformación. En este camino, la Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones de Biblioteca (IFLA), y otras iniciativas, difunden recursos para detectar el torrente de fake news: considerar fuentes y autores (si son reales y creíbles); evaluar la posibilidad de una broma y no una noticia real; consultar a personas autorizadas independientes.

La posverdad es a la vez lo antiguo y lo nuevo. Lo antiguo: la posverdad como falsa verdad y sus consiguientes fake news, como filo de las lanzas del poder o de la manipulación periodística y sus intereses, antes de internet; y lo nuevo: la posverdad como síntesis entre las mentiras convenientes y una construcción al interior de la comunicación informática, redes, Twitter, análisis de datos de usuarios, microtargeting, trolls.

En la posverdad por vías digitales se renueva la antiquísima búsqueda del poder y la manipulación, y también la naturalización del subjetivismo extremo contemporáneo: la verdad es lo que un sujeto dice y quiere, desde la negación de una realidad fáctica evidente. Una realidad en la que los ojos que ven sin engañarse pueden percibir las fake news que, a veces, hablan de paraísos donde solo reina la decadencia y el desierto.

(*) Esteban Ierardo, filósofo, escritor, docente, su último libro La red de las redes, Ed. Continente.