Expiraron los presagios sobre el fin del libro como objeto y parece que la amenaza sobre el soporte impreso despertó nuestro lado más fetichista. El libro digital genera su espacio en determinados nichos, pero no reemplaza al soporte impreso.
Para aquellos que son amantes de los libros impresos, la oleada de editoriales independientes, que felizmente florece en la Argentina, nos ha regalado un nicho tan original como inteligente en su planteo: los libros artesanales. Son editoriales como Barba de Abejas o Mochuelo Libros, que proponen un catálogo de exploración, traducciones cuidadas y un soporte que las posiciona ante los lectores como un objeto de deseo.
El libro artesanal se acomoda en un espacio intermedio entre las ediciones cartoneras, de claro rasgo artesanal y comunitario, y los libros objeto/arte, considerados un guiño al lujo. Ese equilibrio logra interpelar con éxito a un lector que valora tanto el soporte como el contenido. La suma de la vocación como editor/difusor y una lógica de optimización de recursos torna estos proyectos sustentables, muy lejos de una moda pasajera.
La primera tirada es de cincuenta a cien ejemplares. “El primer libro de Barba de Abejas, la antología de poesía de Henry Thoreau, está a poco de completar la sexta edición; haber impreso 300 ejemplares de forma hogareña cuando salió el libro no hubiera tenido sentido (sentido tenía imprimir cincuenta de ese libro y cincuenta del que le siguió)”, explica Eric Schierloh. “Parte de la naturaleza del trabajo artesanal tiene que ver con que los libros se hagan por pedido; ¿qué hubiera pasado si la antología de poesía sólo hubiera encontrado 87 lectores? ¿Qué se supone que hubiera debido hacer con los otros 213?”.
Cada libro se crea en los mismos tiempos que se difunde de boca en boca y en lugar de tener ejemplares olvidados en un depósito, lo que queda es papel virgen maleable según los pedidos. Cada texto se autorregula, los libros ni se agotan ni generan costos de almacenaje. No hablemos de las editoriales que pican los libros que no venden.
Por otra parte, es claro que el tipo de lectores que acompaña estos proyectos puede encontrar los libros más allá de una cadena de librerías o un registro institucional. La impresión bajo demanda no es una técnica reciente, el apoyo que reciben estos proyectos está dado por el diferencial del objeto que en su precio no dista demasiado de los libros realizados a escala industrial.
“Consideramos nuestros libros artesanías en el sentido ‘morriseano’. Obras que conllevan creación artística en su hechura, tanto en su contenido como en la estructura física. Dejamos que se vea la mano humana de quien piensa y trabaja en el objeto. Pero que a su vez tengan un precio que no sea elevado, para que no sea un objeto elitista”, explica Tomás García Lavín, junto a Andrea Ferrari, editores de Mochuelo.
La producción está ligada a una forma de habitar el mundo, una forma de entender el trabajo y los libros. “Nuestro hogar hoy es una casa-taller. Conviven con nosotros herramientas de encuadernación, alumnos que vienen a aprender el oficio, muchísimos libros… y ése es el orden de nuestras vidas. La editorial se gana un espacio entre otros trabajos y proyectos artísticos que tenemos. Son todos compatibles entre sí, así que podemos disfrutarlo”, comenta Tomás. Eric suma: “Vivo con y no de la editorial, y no me parece que éste sea un matiz menor o superficial. Porque quiere decir que tengo la posibilidad para esperar, dejar que el proyecto madure y encuentre su forma más o menos definitiva y no tener que utilizar estrategias que quisiera evitar (como ofrecer un servicio editorial y cobrar a los autores). La idea de vivir de las cosas me parece una idea industrial, una estrategia de supervivencia que tarde o temprano implica redes para atrapar más que demasiado. En cambio, la de vivir con las cosas la entiendo como una estrategia de convivencia, ligada a la autosuficiencia y la autogestión, a los anzuelos y la paciencia, en todo caso”.
Llegamos a un libro con los detalles únicos de un artesano, la confección de un objeto de lujo pero al precio de un libro industrial, una distribución direccionada a los espacios que recorren los lectores que valoran estas ediciones y con contenidos que sólo pueden encontrarse bajo estos sellos. Lo interesante de estas experiencias es que están pensadas como modos de vida rentables, perdurables y emulables. “Aliento a que no se sucumba ante las únicas posibilidades de pagar mucho dinero por libros malísimos (me refiero a la hechura) o en ciertas editoriales que prestan su ‘marca’ y un lugar marginal en su catálogo. No está mal que alguien se junte con dos o tres más que están en la misma y armen una pequeña editorial, planifiquen un catálogo, desarrollen un oficio y publiquen unas pocas obras interviniendo de forma directa en un pequeño circuito para ver qué pasa”, propone Eric.
No sería tan descabellado imaginar un futuro cercano en el que un porcentaje importante de la bibliodiversidad esté dado por proyectos de este tipo.