CULTURA
Louise glück, Premio nobel de literatura 2020

La Academia recupera el prestigio perdido

Luego del terrible volantazo dado en 2019, a continuación de un estallido que terminó en despidos y renuncias, la Academia Sueca volvió a tomarse su trabajo en serio. Esta vez el Premio Nobel de Literatura recayó sobre una sólida y reconocida poeta estadounidense.

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Louise Glück. Premio nobel de literatura 2020. | cedoc

Atónito, sorprendido, con una tenue sonrisa cómplice. El acto de entrega del Premio Nobel de Literatura 2020 mostró la geometría humana para su supervivencia ante una enfermedad casi infinita: distancia entre pares y barbijos en la sala de prensa. La premiada resultó ser una poeta norteamericana, Louise Glück. Anders Olsson, presidente del Comité, refirió sin emociones: “Nació en 1943 en Nueva York y vive en Cambridge, Massachusetts. Aparte de sus escritos, es profesora de inglés en la Universidad de Yale, New Haven, Connecticut. Hizo su debut en 1968 con Firstborn (Primogénito), y pronto fue aclamada como una de las poetas más destacadas de la literatura contemporánea estadounidense. Ha recibido varios premios de prestigio, entre ellos el Premio Pulitzer (1993) y el Premio Nacional del Libro (2014).” La presentación de Olsson concluye críptica, acaso fúnebre: “El mundo está desanimado, solo para hacerse presente de manera mágica, una vez más.”

La poeta se crió en Long Island, publicó doce volúmenes de poesía y una colección de ensayos, Proofs & Theories (1994). Miembro de la Academia Estadounidense de Poetas y juez de la serie Yale Younger Poets, recibió otras distinciones como el Premio del Círculo Nacional de Críticos de Libros por El triunfo de Aquiles (1985), también el Premio Bollingen; además, su obra recibió reconocimiento crítico en revistas literarias y medios masivos norteamericanos e internacionales durante toda su carrera, vale decir, sus libros no pasaron inadvertidos.

De la presentación por YouTube, en el canal del Nobel Prize, al título del videograph en la pantalla de noticias distaron pocos minutos: “poesía filosófica”. Primera sonrisa.

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Lejos de las redes sociales, donde la imagen ya precede a toda palabra (incluso al nombre), donde el yo es una articulación sin antecedente en verdad alguna, pura simulación; en un mercado editorial donde la proliferación de autorías niega la existencia previa de la lectura como campo iniciático y ejemplar de la literatura, con sujetos que enumeran palabras para entretener sin recurrir a la memoria, especie de borrar y recomenzar; sí, esta vez, el Nobel está llamando a un lector, agitando las ramas de lo contemporáneo. Dice: reparemos los errores (y horrores). Veremos cuáles, al menos los dos más evidentes. Uno tiene que ver con la lectura, el otro con la historia.

Por una literatura de ideas. La definición urgente de la mediación periodística está errada, no estamos frente a la muralla “poesía filosófica” sino ante una obra de singularidad apabullante, especie de Babel semántica que recrudece en la búsqueda de ideas entre cierta mitología de lecturas, desde lo sagrado a nuestros días, de lo profano a lo popular. Léase mitología griega, lecturas bíblicas, la leyenda de Juana de Arco, o cuentos populares infantiles, no por ello menos siniestros. Para ubicar a Glück en el campo poético de habla inglesa, la Academia sueca refiere su estilo entre T. S. Eliot, John Keats, George Oppen y Emily Dickinson. Pero es un mero acercamiento, un marco distante.

Los poemas de Louise Elisabeth Glück van de cuestiones personales a la confesión directa, al diálogo introspectivo, a la manera de la epopeya íntima de Joyce en su Ulises: se refiere a sí dentro de una estructura homérica, no única, con ironía hasta disolverse. Pero aquí aparece el retruécano, el juego de palabras que hacen de sus poemas un paradigma en la traducción, como en Joyce. A la vez, como un juego de persianas, esos poemas no adquieren su carácter por fuera del libro del que forman parte, porque conforman un corpus, una saga, que hacen a la idea de obra. De hecho, la poeta ha sido remisa a brindar reportajes para no influir con otras palabras sobre aquello publicado: el lector se forma con la lectura, no con lo que escucha de ella. Otra sonrisa.

Entonces, cada libro de poemas resulta un pequeño universo literario de evocaciones y referencias a otras lecturas, canónicas, dispersas, amplias, transversales, y por qué no, de una rebeldía innata en la intertextualidad, en el anverso de los componentes mitológicos, de las premisas fundantes tanto del nombre como de la palabra, sacrificada la divinidad de su poder creativo. Esta remisión a las fuentes de lo sagrado y sus derivas individuales, hizo de la obra de Glück material de discusión e interpretación en todo tipo de comunidades, transitando a manos de la profecía espiritual, el formalismo, el feminismo francés, el psicoanálisis lacaniano, incluyendo matices como el ecofeminismo. Es que la temática de su obra transita por la maternidad, el psicoanálisis, las relaciones familiares (patriarcado y fraternidad), la naturaleza, pero con el uso de máscaras donde mitiga su voz, no por timidez sino como recurso de lo que es el fundamento: el lector que encarna y oculta. De ahí la multiplicidad, también el malentendido de las interpretaciones, incluyendo la forzada referencia a Dickinson.

El lugar del lector. Glück es nieta de inmigrantes judíos, no profesa la religión, al punto que se la puede situar entre los judíos asimilados a la sociedad americana que, en sus palabras, festejan la Navidad sin árbol de Navidad. Pero el mandato de la palabra, tal vez como una ley alevosa también enmascarada, hizo símbolo en su formación como lectora. Midrash es la palabra clave, proviene del hebreo, significa “preguntar, buscar, sacar, ampliar, explicar”, y también refiere a la interpretación oral, al comentario de quien estudia la Torá, los libros sagrados, una lectura en extensión, que amplifica. Pero, a su vez, desde la perspectiva de una mujer a la que le está vedada esta “actividad” de interpretación por la autoridad rabínica, Glück intercede su lectura, va más allá de la apropiación del lugar, incluso de la midrash feminista que la novelista Norma Rosen enarbola como respuesta al mandato de sumisión patriarcal.

Esta forma de lectura extensiva, profunda, paráfrasis del midrash rabínico, va por las motivaciones de cada personaje, del uso de la imaginación, la conjetura sobre lo que el texto omite, por qué lo hace, con qué fin. De ahí la referencia a una Babel interminable, intertextual, que solo la publicación puede detener, dar un territorio de calma, reflexión, pausa para otra lectura en un libro. Y también, nótese el retruécano en el análisis que implica, remite al análisis del discurso, al psicoanálisis freudiano, su deriva en Lacan, así como al uso de recurso de la mente humana tan en desuso: la imaginación.

A modo de ejemplo, y a propósito de este mecanismo, vale citar el análisis que realiza Daniel Morris en The Poetry of Louise Glück (University of Missouri Press, Columbia, 2006) respecto al libro The First Four Books of Poems: Firstborn, The House on Marshland, Descending Figure, The Triumph of Achilles: “Glück reinterpreta la entrada de Adán en el lenguaje a través de su poder para nombrar los animales en Génesis, aplicando el desplazamiento lingüístico de la naturaleza también a Eva. Tanto el hombre como la mujer deben convertir la alienación en un medio para aclarar su propia experiencia a través del lenguaje. La metáfora permite al hablante convertir la piel humana en un pergamino que sirve como escenario de una impresión (estigma, tatuaje, inscripción). Glück ha descrito una ruptura traumática de un estado previo de expiación con la naturaleza y falta de conciencia sobre la propia existencia física. También imagina personas con el poder no solo de nombrar el mundo que los rodea, sino también para imaginarse a sí mismos como textos.”

“La pareja percibe sus cuerpos como construcciones lingüísticas, las cicatrices en “blanco carne” parecidas a “palabras en una página”. Sus nuevas imágenes que perciben de sí mismos preceden a su interpretación de Dios como un concepto abstracto, y esta es una actitud hacia la divinidad que reemplaza el “logos” de la creación del mundo por Dios en la parte 1. Ya no es el inmanente “Monstruo”, Dios es refundido como una figura efímera que desaparece, como algo surgiendo de los “marrones y verdes significativos” (estrofa 3, parte 4). Esta figura de la divinidad, retratada como si hubiera escapado del jardín, se convierte en una proyección del deseo del autor de adquirir una perspectiva visionaria, una disposición estética, a costa de renunciar a la vida encarnada y la experiencia sensual: “¿Cómo hermosa debió ser,/ la tierra, esa primera vez/ vista desde el aire?” Tanto Dios como los seres humanos son sujetos del lenguaje, pero la ventaja es de Dios. El punto parece poco más que una proyección nostálgica del hablante humano, de su deseo de poseer una perspectiva trascendente por sobre su propia pérdida de inocencia. Glück reinterpreta la historia de Otoño para examinar desde una perspectiva mítica las relaciones entre la maternidad, la creatividad, la alienación de la naturaleza y la lucha por la autonomía personal con la que había estado lidiando a través del modo confesional en Primogénito, su primer libro de poemas.”

Se dirá: poesía para lectores elitistas, cargada de simbolismos, con referencias esquivas. Nada más errado, la forma épica de sus libros no expulsa al lector sino que lo apacigua, de ahí que la simplicidad, la metódica elección que Glück hace de las palabras, inciten a la lectura, multipliquen esa sed de ser ávidos al leer. Es una conclusión de su obra, también virtud. Ahora bien, en nuestra lengua se han publicado los siguientes libros en el sello español Pre-Textos (entre paréntesis traductores y año), ediciones bilingües: El iris salvaje (Eduardo Chirinos, 2006), Ararat (Abraham Gragera, 2008), Las siete edades (Mirta Rosenberg, 2011), Vita Nova (Mariano Peyrou, 2014), Praderas (Andrés Catalán, 2017); no bilingüe: Averno (Abraham Gragera y Ruth Miguel Franco, 2011). Queda un título publicado en Caracas, Venezuela, por la Universidad Metropolitana en 2008, Poesía selecta, con traducción de Beverley Pérez Rego.

El horror histórico. El Nobel de Literatura se inicia en 1901 premiando al poeta francés  René François Armand Sully Prudhomme, es muy probable que lo ganara por cierta resonancia nominal y por su rol de defensor humanista en el resonado caso Dreyfus. Pero hace cien años, en 1920, este premio le fue otorgado al escritor noruego Knut Hamsun, nacido bajo el nombre de Knut Pedersen (1859-1952). Aventurero, vikingo de varios oficios, vivió en Estados Unidos pasando hambre (de hecho, uno de sus libros “más leídos”, llevó tal título). Al regreso de tal experiencia escribió un libelo titulado La vida espiritual de la América moderna donde puede leerse: “Los negros son y seguirán siendo negros, una incipiente forma humana de los trópicos, órganos rudimentarios en el cuerpo de la sociedad blanca.”

Pero Hamsun no se detuvo. Al momento de recibir el Nobel ya era un declarado y fervoroso defensor de Alemania y su cultura durante la Primera Guerra Mundial. Luego de eso, y para no ser menos, durante la Segunda envió la condecoración de la Academia Sueca como regalo a Goebbels, el ministro de propaganda nazi, y así llegó su entrevista con Hitler. Terminada la guerra entró en desgracia, fue declarado insano, multado, una forma elegante que tuvieron los noruegos de esconder lo infame debajo de la alfombra. Cien años después, el premio recae en una mujer de origen judío, habitante de un país convulsionado por los conflictos raciales, la miseria, con la mayor cantidad de contagiados y muertos por Covid del mundo. Existe una inversión política en este gesto, un llamado de atención a esa sociedad que avanza blandiendo personajes políticos cuyos liderazgos evocan a Hamsun, exagerando el carácter conservador, engreído en lo ridículo, negando lo real y sus secuelas. Y por último, el mayor mensaje a través de la poeta: ninguna palabra es sagrada, ningún hombre ocupa el lugar de dios alguno.

 

El iris salvaje

Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.

Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.

Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.

(De El iris salvaje, Pre-Textos, Traducción de Eduardo Chirinos Arrieta)