Independiente pasó por Mar del Plata sin jugarse ninguna ficha. Fue un veraneante gasolero, calculador, frío. No se iba a dejar llevar por una corazonada, por más que tuviera el casino a unos pasos. Cuidó el mango hasta el final de la noche, no fuera a ser cosa que tuviera que volverse a casa sin nada en los bolsillos. Le gustaban las noticias que escuchaba en la radio. Mejor ahorrar, entonces. ¿Si disfrutó? Poco y nada, pero tampoco era tan importante. Ya vendrán tiempos mejores, ahora toca soportar la tormenta. El champagne puede esperar por una ocasión más propicia.
Un huésped agresivo. Aldosivi es como su entrenador. Intenso, obsesivo, trabajador. Va al frente. Anoche mostró ese costado suyo desde el arranque, cuando salió a tomar a Independiente del cuello. No le costó tanto descubrirle las costuras: estaban del lado derecho de la defensa visitante, donde Vallés jugaba solo contra Malcorra y Cardozo porque Pisano nunca retrocedía a tiempo. El paso adelante de Lamberti y la presión adelantada que ejercía Aldosivi marcaron con qué cartas se iba a jugar el primer tiempo. Independiente era un sujeto pasivo, que observaba cómo todas las pelotas iban a caer a los cuerpos de los jugadores lovcales, más rápidos para todo.
Un remate de Soto Torres apenas desviado, una mala definición de Malcorra y otro tiro de Cardozo que salió pegado al palo derecho de Rodríguez fueron los botones de muestra del dominio de Aldosivi, superior en la posesión pero errático en la definición. Un pecado que el fútbol no siempre perdona. Independiente, más flojo todavía que una semana atrás contra Boca Unidos, no tenía casi nada: ni conexión entre Pisano-Montenegro-Insúa, ni desmarques de Parra, ni mucho menos ocasiones, más allá de un tiro de Rolfi. Encima, en defensa sufría con las diagonales de los delanteros locales, imposibles de descifrar para la lenta dupla de centrales armada por De Felippe.
No cambió tanto el desarrollo en el segundo tiempo. En todo caso, la diferencia estuvo en la pérdida de energía de Aldosivi, incapaz de mantener esa presión insoportable que había sostenido en tres cuartos de cancha. El partido se hizo más soso, sin nadie que supiera cómo gobernarlo. Un engrudo en el que empezaron a chapotear todos, los más lúcidos incluidos. Respiró entonces Alderete, limitado por una amarilla. Se aburrió Fernández, reemplazante del lesionado Parra, cansado de esperar un buen pase. Tuvo el gol Insúa, que resolvió como toda la noche: mal.
Ya lo ordinario era la norma, a esa altura. Independiente, como si supiera los resultados de sus rivales directos, se puso amoroso con el empate. Y Aldosivi pensó que mejor era irse a dormir con un punto que sin nada. Firmaron la paz.