Mientras la Selección Argentina Sub-23, que dentro de tres meses mal representará al país en los pandémicos y por tanto absurdos Juegos Olímpicos de Tokio, perdía 3 a 0 con el propio Japón; mientras San Lorenzo de Almagro, en su estadio, llevaba una zurra del Santos de Brasil, por la Copa Libertadores; mientras la CONMEBOL continua anunciando que jugará en dos meses la también pandémica y absurda Copa América, costándole al país el dinero de millones de vacunas que precisa, no tiene y no puede pagar; mientras nadie hace nada para impedir esa competencia; mientras el contagio de coronavirus de los jugadores reduce planteles a ínfimas cantidades útiles que suspenden partidos y amenazan otros; mientras TyC le debe 400 millones de pesos a los clubes que se los reclaman porque es deuda vieja; mientras FIFA, una vez más, retrocede en su ranking a la Selección Argentina, ahora octava; mientras vacían la casa que Diego Maradona le había regalado a sus padres en Villa Devoto; y mientras, también en su cancha, Defensa y Justicia pierde con otro equipo brasileño, Palmeiras, por la Recopa Sudamericana, leo en el diario La Nación –con pena y asociación de ideas– algo tan desalentador como todas esas noticias futboleras.
El pasado 6 de abril, el periodista Luciano Román escribió un excelente artículo, titulado ‘La agonía de los bares, otro síntoma de un país que se empobrece’. En seguida, en su ‘copete’ dice: “El cierre de restaurantes y cafés muestra una Argentina que aplasta la actividad comercial y degrada el entramado social”. Voy a usar gran parte de su texto, copiándolo literalmente, apenas cambiando las palabras ‘bar’, ‘restaurante’ y ‘café’ por ‘clubes de fútbol’... Es tan similar el ‘cuadro clínico’ de lo que ya ocurre en la gastronomía con lo que comenzó a suceder en el fútbol, que asusta. Perplejidad que induce a certificar que, al menos ‘aquí’, en este país, la agonía futbolística –analizada en esta serie de notas– es acelerada y absolutamente irremediable.
La muerte del fútbol | El fin de la inocencia (17ª entrega)
Diferente del fútbol y sus clubes, los bares, restaurantes y cafés no acabarán definitivamente. Quebrarán sus actuales dueños y se fundirán estoicas familias que los trajeron hasta aquí, pero –aunque sin la magia de antaño– un día se reestablecerán y todos podremos volver a comer y beber en ellos, naturistas y carnívoros, veganos y omnívoros. Comida no faltará; su atmósfera artística y cultural sí, su antiguo glamour no estará, ya se fue, se va y se seguirá yendo. En cambio, el fútbol profesional, tal como lo conocemos, arrastrando a muchos de sus clubes, no se recuperará. Morirá sin los duendes del ayer, que ya enterró, y sin nada bueno y nuevo a ofrecer... Cada dato que se recoge, duele; cada registro que se anota, lo confirma. El párrafo inicial de esta columna, resumiendo la semana, es una lágrima, todas son malas noticias. Las buenas no existen más, se esfumaron. Como las de la semana anterior y las de la próxima.
Gastronomía y fútbol tienen más parentesco que aquel que le otorgaban los choripanes del entretiempo antes de, también, ser prohibidos en la Capital Federal. Más, lo realmente interesante que se extrae del texto de Román –por asociación–, es la similitud de sendas tradiciones y de ambos ocasos. Dos historias urbanas que parecen clonadas, aunque sus procesos de demolición sean diferentes. Unos, los gastronómicos, caen por asfixias externas a su gremio (impuestos del 35%, por ejemplo) y otros, los clubes, lo harán por parásitos intestinos de su propio organismo (no por impuestos que son ínfimos, solo suman 7,25% que nunca pagan y generalmente les perdonan: apenas los institutos educativos tienen un régimen mejor y más complaciente).
La muerte del fútbol | Un grito de socorro (tercera entrega)
Así, el drama de emprendedores baristas y restauranters es local, mientras la dolencia futbolística cruza –de ida y vuelta– la frontera nacional y tiene que ver con lo general pero, también, en gran medida con lo particular. Primero, lo hiere la ambición político-dirigencial que destroza al fútbol universalmente con todo lo que –en estas entregas– ya se demostró de FIFA y CONMEBOL, firmantes de varios pactos con el diablo que pueden simbolizarse en el negocio de las apuestas online, operadores ocultos que el VAR alimenta. Y, después, lo punzamos nosotros, los ‘argentos’, eficientes agentes del caos, distorsionadores de la realidad y vocacionales sepultadores de la historia y los valores tradicionales.
Es imposible negar la internacionalidad del proceso que deterioró la calidad del fútbol, imponiendo la ganancia, la corrupción y el negocio por sobre el significado de los clubes, la deportividad de sus competencias y el ejemplo que debiesen representar en la cultura física de la sociedad. Pero no son solo ‘los nefastos de allá lejos’ sus autores, nosotros, sudamericanos y argentinos, agregamos nuestra importante cuota de empeoramiento permanente.
A esta altura hay que creer que lo hacemos a conciencia porque, además de repetirlo, lo practicamos justificándonos en problemas sociales, económicos y políticos que existen, pero en vez de combatirlos, los usamos ‘a favor de nuestra individualidad’ que es ‘en contra del colectivo ciudadano’. En un raro ritual negador, siempre que se gane algo, bebemos la sangre que el fútbol derrama como sanguijuelas sin utilidad medicinal (estas no alivian espasmos musculares ni varices). Ese mal local le da continuidad a este relato y genera la comparación dicha antes.
La muerte del fútbol | El cáliz envenenado (Décima entrega)
Un detalle a considerar, en las líneas siguientes, es que los bares ya están cerrando y los clubes lo harán en algunas décadas. Así, esta realidad gastronómica de 2021, será la crónica futbolera que se escribirá en los próximos años. Imagínese usted, entonces, leyendo este texto en ‘tiempo presente’ en 2040/50. A partir de aquí, recuerde que siempre que Luciano Román escribió ‘bar’, ‘restaurante’ o ‘café’, se sustituyó por la palabra ‘club’. El resto de las frases, de los párrafos escogidos, pertenece 100% a lo retratado por el colaborador de La Nación:
“(...) muere mucho más que una actividad (...) Muere una parte de la identidad urbana, muere un espacio de encuentro y de conversación. Con cada club que cierra, hay una comunidad que se dispersa, un diálogo cotidiano que queda interrumpido y un rito social que se desvanece (...) Se pierde, también, la interacción en espacios socialmente heterogéneos, donde todavía sobrevive un rico entramado policlasista que tiende a romperse en la Argentina.
El cierre de clubes tradicionales produce una suerte de orfandad. Muchos de los clubes que se han despedido (...) comparten la cultura del emprendimiento familiar: los fundaron los abuelos, los remodelaron los padres y hoy los cierran los hijos. La tercera es la generación que ha perdido la esperanza. Siente que aquel esfuerzo de los abuelos y los padres hoy no tiene sentido. No solo bajan las persianas de un club: le bajan las persianas al futuro. Se renuncia a aquella cultura emprendedora y al espíritu de sacrificio con el que los abuelos inmigrantes fundaron esos clubes, como tantas otras cosas. (...) Desde el poder baja un discurso que justifica el desaliento (...) No es un problema sectorial (...)
La muerte del fútbol | La Caja de Pandora (séptima entrega)
Además de la tragedia económica, la agonía de los clubes provoca una dolorosa pérdida simbólica, que (...) amputa la dignidad a las personas. Pero el cierre de esos espacios de pertenencia abre otra herida en el tejido comunitario. Pensar las ciudades sin sus clubes es como pensar un cuerpo sin alma. Son espacios fundamentales de la vida cotidiana, pero también son referencias históricas, señas de identidad, albergues de memorias y emociones colectivas. ¿Qué sería Buenos Aires sin sus clubes? En ellos late el bullicio de la vitalidad urbana, pero sobreviven, además, los recuerdos de su gente. Son lugares que conservan la historia de los barrios, en los que se escribe una crónica doméstica de la vida urbana. Duele imaginar a cada ciudad o pequeño pueblo sin esos lugares en los que habita la vida social y se teje la cultura popular.
Los clubes son, como el ágora de los griegos, lugares democráticos en los que el debate brota con espontaneidad y sin jerarquías. El respeto y la atención de los otros deben ganarse con ingenio y con talento (...) se cultiva un hábito en retirada, como es el de la conversación: se analizan y se discuten el fútbol, la política, la economía (...) Son, al fin y al cabo, los lugares donde ‘se arregla el mundo’.
El club suele asociarse a cierta superficialidad. La ‘filosofía de club’ se contrapone al supuesto rigor de la academia y la universidad. En homenaje a la diversidad y la riqueza del debate, quizá deberíamos reconocer, sin embargo, que hoy sobrevive un mayor pluralismo en clubes que en los recintos académicos, donde impera el discurso único y se combate la disidencia. Con cada club que cierra, se empobrecen entonces la conversación y el debate públicos. Muere, además, el hábito (...) que propicia el diálogo más distendido, menos utilitario y reglado, donde suele surgir la mejor posibilidad del encuentro con el otro.
La muerte del fútbol | Desarraigo y 'Clubicidio' (quinta entrega)
Aunque en el lenguaje técnico la ‘charla de club’ no parece gozar de especial prestigio, suele ser la incubadora de nuevas ideas, de proyectos creativos y corrientes de opinión. Lo saben los científicos sociales: los (...) lugares para tomar el pulso y la temperatura de una sociedad son los clubes. En ellos se refleja, sin filtros ni caretas, el humor social.
El repliegue del club puede potenciar cierto encapsulamiento y aislamiento que proponen las redes sociales. Las redes, a diferencia de los clubes, se desenvuelven en microclimas más homogéneos y tabicados. Twitter es una especie de cámara de eco en la que el debate se circunscribe a un círculo determinado. El club representa, simbólicamente, una polifonía que se apaga en la interacción digital, además de verse desvirtuada detrás de las máscaras del anonimato. Mudarse a Twitter desde el club es como irse de la ciudad a vivir a una isla artificial. No es casual, después de todo, que cuando definen a ‘su club’ muchos apelan a la misma figura: ‘mi segunda casa’. ¿Alguien diría eso de Twitter?
Evitar el cierre de clubes de fútbol no sería una concesión a la nostalgia ni a una bohemia del pasado (...) Sería valorar los espacios en los que sobreviven la integración y la mixtura social (...) Sería, por si fuera poco, preservar el alma de las ciudades, en las que anida, al fin y al cabo, nuestra propia identidad”.
La muerte del fútbol | Sin chances de redención | (13ª entrega)
Fin del texto del colega Luciano Román. Impecable su lamento sin nostalgia banal. Y así como bares y cafés son estribos de nuestra cabalgada cotidiana, los clubes son imanes sociales y actores fundamentales del fútbol, en ellos se arman los equipos, se reúnen los socios y se identifican los hinchas, en tanto también son ellos los que dan vida y sentido a los torneos, justifican la competencia y terminan alimentando a las selecciones. Asimismo, dan trabajo y status a infinidad de personas como lo dan los bodegones, los restaurantes y las cantinas. La muerte ya consagrada de muchos de estos espacios gastronómicos y el fin del pantagruelismo en sus rebeldes sobrevivientes, no hace más que preanunciar el futuro deceso de los otros, los clubes de fútbol, cuyo eje es esférico y rueda por lo menos 90 minutos todas las semanas.
Rueda sin público visitante, rueda sin choripanes, rueda sin finales con revancha, rueda con camisetas carnavalescas que no reconocemos, rueda hacia atrás, con más pases a los arqueros del propio equipo que sustos al arquero rival, rueda con torpeza y sin destreza, rueda sin sentido lúdico pero con palcos vip poblados de ricos y corruptos decidiendo su destino. Chau ayer chau... Pero, como siempre y por un tiempo más, la vida sigue y seguirá. Con o sin ‘aquello’... Solo que sin ‘aquello’ se cierra más que un bar y se desinfla más que una pelota, se diseca lo antiguo, se marchita la historia, se deshidrata el pasado, se evapora la memoria y se reseca la tradición. Nos convertimos en descarte o puro humo, que es nada, pero quizá mejor que ser los contaminados títeres-zombis, decadentes y sin alma que somos hoy...
La muerte del fútbol | Gatillo fácil (14ª entrega)
“Tristeza não tem fim / Felicidade sim”, escribieron –seguramente en algún ‘boteco’ carioca– Tom Jobim y Vinicius de Moraes, para la película ‘Orfeo Negro’, en 1958, cuando el mundo ya vivía bajo la sombra de la sospecha pero era menos adulterado, comprado y enviciado que en nuestros días. Hoy compondrían una marcha fúnebre.
Que se tocaría el día del Juicio Final... Por de pronto, quedan todos convidados al entierro de su majestad, El Fútbol, en fecha no tan próxima ni tan lejana. Las cenizas serán esparcidas en la última cancha que sobreviva del profesionalismo que las levantó para no honrarlas. Después de las exequias los deudos saludarán en ¿un bar? ¿Habrán retornado para tomar la última copa, el trago final? Aviso: No se servirán choripanes.
Continuará...
* Ex director asociado de ‘Diario Perfil’ y creador de la icónica revista ‘Solo Fútbol’