DEPORTES
Análisis

La muerte del fútbol | El fin de la inocencia (17ª entrega)

Argentina engorda sus torneos con más y más equipos. Por qué deberíamos tener un fútbol de Primera A con instituciones más profesionales y sólidas

FOOTBALL 20210212
FOOTBALL | AGENCIA SHUTERSTOCK

Solo el diamante brilla en sus fallas, “porque distorsionan el reflejo”, me explicó un gemólogo, en Amberes, en 1979. Y que se sepa, al fútbol profesional, a su dirigencia y a sus demás protagonistas, comenzando por los jugadores, si algo los distingue actualmente son las fallas sin brillo. No son diamantes. No los hay. Se perdieron en el ayer. Faltan piedras preciosas y la cantera parece agotada. En algún momento las perlas debieron reemplazarse por falsificaciones y hoy por bisuterías de ‘manteros’ callejeros. Por eso el destino está marcado y no es nada optimista... Sin cracks y como vimos en las entregas anteriores, con un comando que maltrata hasta a la Copa Libertadores, que es la rubia de ojos azules, la que enamora a todos y todavía excita a Sudamérica entera, no puede esperarse que el resto de las competencias sea un dechado de virtudes organizativas. Ni un gran atractivo para ver.

Ir a la cancha ya no es un lindo programa y, desde el sofá, Netflix suele presentarnos un menú más adecuado a la liturgia casera que impuso la pandemia de coronavirus. Ciencia ficción, documentales, acción, dramas, comedias, series policiales, todo suena más atractivo que este fútbol sin enganches ‘pisadores’, de delanteros ‘sin cintura’, de feas camisetas, confusas clasificaciones y malos árbitros. Espectáculos por espectáculo, los jóvenes no dudan. Y los viejos los estamos copiando. Ellos, a veces, miran la Premier League. Nosotros, todavía nos enganchamos con algunas rivalidades que nos traen recuerdos. Solo eso y por eso.

Abrieron el mes Vélez Sarsfield y Banfield, buscando una plaza para la Copa Sudamericana 2022. Pero... ¿Vélez ya no estaba clasificado?, pregunto desconcertando creyendo que mi memoria me traiciona. Y el periodista Roberto Glucksmann, que colecciona reglamentos, responde: “sí, pero como luego Boca Juniors–que ya estaba clasificado a la Libertadores– ganó la Copa Diego Maradona y Defensa y Justicia ganó la Sudamericana, se abrieron un par de cupos...”. Ah, me digo y miro como Mauricio Pellegrino, director técnico de Vélez, hace debutar a Mateo, su hijo español, en Primera. ¿Eso no es nepotismo? ¿Ya está vendido a Europa? Nadie contesta. Los teléfonos del fútbol son así.

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La muerte del fútbol | Un tiro en el pie (primera entrega)

Vélez perdió esa noche, venció Banfield y el colega completa su informe: “es el primer clasificado a la Sudamericana 2022 que capaz ni siquiera la juegue, ya que podría ceder ese lugar si este año gana algún cupo a la Libertadores del próximo año...”. ¡Uau! Clasifican pero no juegan porque los desclasifica su propia clasificación a otra copa que por ahora no lo tiene clasificado, pero si algún otro equipo tampoco clasifica, queda automáticamente clasificado, siempre que no sea campeón o se vaya al descenso, porque ahí lo desclasifican... y su lugar, entonces, será ocupado por aquel que oportunamente defina la Liga Profesional de Fútbol. Difícil de entender tamaña jerigonza, pero mucho peor es aceptarla.

En la Argentina se engordan los torneos con más y más equipos, apenas para satisfacer expectativas políticas. La federalización extrema a la que se llegó en el país fue una respuesta a pedidos de diputados provinciales, de senadores nacionales y de presidentes como Carlos Menem, Néstor Kirchner –principalmente– y anteriores también. Lo vomitó Julio Grondona cuando este siglo comenzaba a despuntar, disculpándose por permitirlo. No era lo que él quería porque sabía que se bajaría la calidad general y se colocaría a la vera de la falencia a muchos clubes, de lugares recónditos, donde la miseria es la mayor obra que dejaron sus gobernantes. A esas entidades se les sube la vara de la exigencia pero no la chance de cambiar su status. El entorno social y general no se lo permite. Pero los políticos no se conmueven con eso. Quieren votos. Venden billetes premiados de ilusorias rifas que nunca existieron y jamás se sortearán.

El simpático equipo de Estación Quequén, por ejemplo –como tantos otros–, que participó del Nacional ‘B’ en una ocasional temporada (1988/1989), puede mostrarnos el disparate de nuestro camaleónico sistema de competencias. Este seguramente coqueto Club Social y Deportivo bonaerense, nunca será Boca, Vélez Sarsfield o Rosario Central, ni siquiera Chaco For Ever, aunque haga todo bien. No lo será porque su ciudad –homónima– lo limita: tiene 15 mil habitantes que piden su autonomía como Cataluña la pide de España, pero Estación Quequén no es Cataluña y, mientras tanto, ni siquiera puede gestionar sus propios fondos. La idea debe ser complicarla. Una idea muy ‘argenta’. “Si jugamos el Nacional ‘B’, podemos ser autónomos” puede pensar algún político local. ¿Why not?

La muerte del fútbol | Engañame que me gusta (segunda entrega)

Extremar las cosas con hipótesis absurdas, a veces, ayuda a entenderlas. Si por acaso y en una misma generación hubieren nacido allí, en Estación Quequén, once cracks como Maradona, si todos sus dirigentes fueren otros Alberto J. Armando y el ‘Loco’ Marcelo Bielsa hubiere dirigido al equipo aquel año de Nacional ‘B’, quizá, en vez de descender nuevamente al Torneo Federal, como correspondía y sucedió, Estación Quequén hubiese subido a Primera ‘A’ haciéndole un desfavor al fútbol y a sí misma. La prensa hubiese hablado de David venciendo a Goliat y todas esas paparruchadas que escribimos los periodistas en esas ocasiones. Un lindo momento. Pero malo, pésimo para todo lo que hubiese venido después de imprimirse aquella curiosa e inolvidable foto.

El entonces presidente del modesto club de la Liga Necochense, José Luis Ortíz, le reconoció al porteño diario Clarín que aquel año solo tenían 150 socios. Y aunque la verdad duela, una institución de esa envergadura no puede jugar más que campeonatos zonales... Por suerte para el fútbol, Quequén no tuvo tanta fortuna: no nacieron esos once Diegos, Armando hubo uno solo, antes y en Boca, y Bielsa esa temporada dirigió a las inferiores de Newell’s Old Boys... Fue "hola y chau" en el fútbol grande (a veces ocurren cosas que nos hacen creer que Dios ‘está ahí’ aunque sepamos que no existe). Además, sé que sus directivos no cometieron disparates. Pero pudieron ser otros, como esos que abundan por ahí y ‘creérsela’.

Dar pasos más largos de los que permite la pierna lleva a desdichados tropiezos y a caídas fatales. Recordemos que en la época en que Estudiantes de La Plata se consagró campeón de Primera, también de América y del Mundo, su presidente, don Mariano Mangano se pegó un tiro diez días antes de terminar su mandato y ser reelecto, como seguramente lo sería. Los clubes no parecen ser el hábitat de buenos directivos y de inesperados éxitos; de esos crecimientos rápidos que cobran su precio. Fue él quien impulsó el fantástico Country de City Bell y quien llevó los ‘Pincharratas’ a un padrón de 75 mil socios. Y es cierto que su suicidio todavía hoy es una incógnita, pero nadie de su entorno duda de cómo lo enajenó la responsabilidad y la locura en que lo sumergió el equipo al cuál, literalmente, le entregó la vida.

La muerte del fútbol | Un grito de socorro (tercera entrega)

Y el club de Mangano –para algunos un dirigente mártir–, no era una entidad bastarda o fruto de una aventura pasajera, de un pueblito menor que el viento y la mala organización llevaron a la cima por falta de gravedad para aterrizarlo en tierra. Era Estudiantes de La Plata, gloria de la historia deportiva nacional y el más grande de la capital de la Provincia de Buenos Aires, una ciudad de 800 mil habitantes... Él se quitó la vida, otros desfalcan o enriquecen. Caso a caso. O quiebran sus empresas familiares, como le ocurrió en los años ochenta al buenazo de Carlos Cerrutti, en Chacarita Juniors, cuando precisó entregarle el club al sindicalista Luis Barrionuevo.

Otra estrategia, muy utilizada, es patear el problema para sus sucesores. Algo de eso sucedió con casi todos aquellos clubes que encararon las primeras Libertadores con ínfulas grandilocuentes: no quebraron porque en la Argentina no se los deja ir a falencia (lo que no es pecado, el pecado es no encarcelar a sus responsables), pero todos perdieron hasta los calzoncillos y necesitaron, en casos, décadas para recuperarse. Casi ninguno estaba preparado para atravesar el sorpresivo suceso internacional que vivieron y supo confundirlos. Además, no se manejaban los actuales montos ¿salvadores? de derechos de exhibición y los jugadores que se transferían al exterior eran pocos y por valores que hoy, vistos a la distancia, eran ridículos.

Si al fornido Estudiantes de La Plata, en su momento, lo tambaleaba la Libertadores –¡que además ganaba!–, a entidades menores, como el C. S. y D. Estación Quequén, quierase o no, las bamboleará la competencia federal, en alto nivel, si es que deportivamente continúan avanzando en ella y quieren ser otra cosa y no aquello que son. “Serás lo que debas ser o no serás nada” decía sabiamente el General José de San Martín. “Los pobres no deben sentarse en mesas de póker con millonarios que pueden perder en una noche lo que ellos ganarán en toda su vida”, decía el genial técnico uruguayo, Washington ‘Pulpa’ Etchamendi. El fútbol profesional es como el póker, sí,; gana el que tiene más caja. “Por eso no hay que jugar para ganar, sino para divertirse. Y si se gana, mejor”, le decía a los directivos que lo contrataban, por eso siendo de los mejores, fuera de su país, solo dirigió ‘cuadros chicos’. Pero tenía razón.

La muerte del fútbol | Mala praxis (cuarta entrega)

Nadie le da bolilla a la historia. Nadie. Pero ella deja prontas todas las respuestas a todas las dudas posteriores. Sería bueno revisarlas. Participaciones como la de Estación Quequén son experiencias de laboratorio que no debiesen ocurrir y solo funcionan en tanto y en cuanto un mecenas banque la aventura. ¿Por cuánto tiempo? No hay mejor ejemplo nativo que Loma Negra, el equipo de Olavarría que subvencionaba la cementera de Amalita Fortabat en los años setenta. Pero, como amores de verano, esas pasiones duran poco, salvo los casos de los siete equipos colombianos que, por décadas, solventaron los carteles de droga.

Como explicó Julio Grondona, que detestaba los encajes ortopédicos, decenas de clubes participan del fútbol de AFA “porque políticos venales y/o fanfarrones necesitan demostrar que los equipos de su región están presentes gracias a él”. Desilusionantemente, eso, a la larga, no significará nada para la institución más allá de vivir una emocionante tarde o recordar que su wing izquierdo le metió un gol a un arquero famoso. Son los célebres 15 minutos de fama que predijo el artista plástico norteamericano Andy Warhol. Ese cuarto de hora pasa rápido y las secuelas pueden durar años y ser catastróficas. Y cuando no lo son, debe aceptarse que esos intrusos ocuparon un espacio que no era propio, retirando de él, aunque sea momentáneamente, a otro club que debía estar allí por tradición y grandeza. Nadie se beneficia. Ni el que entra ni el que sale. Todos pierden. Todos perdemos.

Es desagradable decirlo, pero estos clubes no le dejan nada al ‘fútbol profesional’, cada día más alejado ‘del verdadero fútbol’. Inclusive porque esos clubes son profesionales de mentirita, generalmente por un ratito. Son impostores. De ese devaneo solo les queda un retazo de memoria, a veces olvidable. Clubes porteños como Deportivo Armenio, tampoco pueden jugar en Primera ‘A’, aunque este lo haya hecho con la dignidad de pocos y se haya metido en la historia por derrotar a River en el ‘Monumental’ y a Boca en la Bombonera. Pero alejado su presidente Noray Nakis, el vendedor de telas y joyas de la colectividad que da nombre a la entidad, quien económicamente sostenía aquel equipo, el club allí está, deambulando en las categorías más bajas del ascenso. Su presencia en el círculo superior no era genuina.

La muerte del fútbol | Desarraigo y 'Clubicidio' (quinta entrega)

Todo es tan artificial que Nakis –por ejemplo– era hincha y dirigente de Independiente de Avellaneda; el Deportivo Armenio encarnaba un capricho étnico, ancestral, familiar, algo así. Que él fuese amigo de Grondona y Menem, no puede justificar la presencia de su club en Primera ‘A’. Porque de repente, por esos torneos raros que arman AFA y Liga Profesional, juega contra el ganador de Vélez y Banfield y va a la Copa Sudamericana, pero si un San Lorenzo o un Lanús no clasifican para la Libertadores, termina en ella. Y llega a Japón para enfrentar al campeón de Europa. Fascinante, todos hincharíamos por él, pero... No va. Como la Biblia junto al calefón: solo en la vidriera de ‘Cambalache’...

Como ‘no van’ muchos clubes de otros países de ‘América Letrina’ que no son más que Deportivo Armenio o Estación Quequén. Tales los salientes casos de Independiente del Valle de Sangolqui, Ecuador, que se dio el lujo de eliminar al presuntuoso River Plate de Marcelo Gallardo, pero su ciudad ni siquiera tiene intendente propio (manda el regente del Cantón, algo equivalente a nuestros Departamentos), y del modesto Rocha, de Uruguay, que regenteado por el perspicaz argentino César Mansilla, vivió su año de Libertadores en 1999. Aplausos para ellos. Silbidos para el fútbol profesional que no es una aventura radical más, pronta a satisfacer la adrenalina de nadie, ni un laberinto para confundirnos a todos o un banco apto para asaltarlo con ‘Denver’, ‘Nairobi’ y ‘El Profesor’ de la ‘Casa de Papel’.

Si el empresario de automóviles Francisco Ríos Seoane, durante décadas no hubiese inyectado todo el dinero que mantuvo en pie al fútbol del Deportivo Español, a pesar de contar con una colectividad muchísimo mayor que la armenia, el ‘club de los gallegos’ como se le decía, probablemente no hubiera olido la Primera División. Altura a la que llegó solo diez años después de su fundación y donde se divirtió durante 15 temporadas. Fue hermoso, claro, mas... El mismo año en que jugó su último campeonato en la ‘A’ cerró sus puertas y debió refundarse con otro nombre, un ‘gatopardismo’ necesario para no acabar con todo.

La muerte del fútbol | El cuento de la buena pipa (sexta entrega)

Fútbol Profesional en serio

Pagar sueldos a los jugadores no es profesionalizarse en el verdadero sentido de la palabra. El profesionalismo es algo serio, que precisa encararse con responsabilidad. Estos clubes ‘chicos’ deben enfrentar a los ‘pesos pesados’, alguna vez en la vida, en la Copa Argentina. Y nada más. No pueden subir al ring siendo peso pluma o gallo, pueden morir en el intento. Fue el caso del citado Deportivo Español. En los principales clubes del mundo los dirigentes roban, yuxtapuestamente en los pequeños ponen plata, buscando gloria personal, no estar en su casa a la noche o un día cobrarse con intereses del 100%. ¿Qué querían Eduardo López en Newell’s Old Boys o Daniel Lalín en Racing Club? Es difícil conocerle las intenciones a quienes participan en política o clubes de fútbol, pero nadie duda de que ‘los buenos’ son la excepción que confirman la regla...

El Deportivo Morón alcanzó la Primera División porque el empresario matarife Virgilio Machado Ramos, quien lo hizo ascender en tres categorías, puso mucho dinero de su bolsillo para tener equipos competitivos. Eso para poder usar el dinero genuino del club en obras. Al ‘Gallito’ le dio una piscina olímpica climatizada, una tribuna de cemento y la iluminación de la cancha. Fue un ejemplo de dirigente de ‘club con límites’, pero al mismo tiempo, con su obra, tan diferente a casi todas las demás gestiones conocidas, demostró que aun el mayor club del oeste del gran Buenos Aires precisa de muletas si quiere jugar en la Liga superior. Entonces, no tiene que jugar.

Eso implica reestructurar todo el fútbol argentino, algo de lo que se hablará en alguna otra ocasión. Pero, por ejemplo, no puede haber más de 14/16 equipos en Primera y no puede aprobarse más de un (1) solo ascenso por temporada. Más cupos hay para llenar, más artificialidad habrá en los potenciales candidatos a ocupar esas plazas. La movilidad divisional precisa ser exigua. El club Agropecuario de la localidad de Carlos Casares, fundado hace nueve años por el joven multimillonario Bernardo Grobocopatel, ahijado del ‘Rey de la Soja’, porque “aunque lo tuviese todo sentía que me faltaba tener mi club”, no puede jugar en Primera hoy por hoy. Es irrespetuoso. Como lo es vender clubes con historia secular a jeques árabes, organizaciones chinas o sospechosos millonarios rusos (por lo menos Bernardo fundó al suyo).

La muerte del fútbol | El cáliz envenenado (Décima entrega)

Agropecuario, un día puede ser que ‘sea’, pero hoy ‘no es’ porque no tiene pergaminos suficientes, por más que su tesorería cuente el dinero que le falta al 99% de las demás entidades. Ojalá continúe construyendo su historia y llegue a ser una institución importante, pero actualmente recién está cursando el colegio primario, no puede ‘comprar’ los títulos secundarios y universitarios. También precisa cursarlos... El dinero no puede resolverlo todo. Por eso se está como estamos. Que lo tengan los jugadores y los tickets de ingreso a las canchas, no significa que su majestad ‘El Fútbol’ pueda tener precio.

“Es un sueño que estoy cumpliendo. Y lo más lindo es que esta historia que comenzó en mi cabeza de loco se está traspasando a la gente”, declaró el entusiasta Grobocopatel que no esconde su capricho de ‘niño rico’ y merece ser clonado, pues, se precisan muchos como él. Pero hay que separar los porotos. Sus extravagancias no pueden jugar en Primera de un día para el otro. Ningún club con menos de 25 años compitiendo oficialmente en torneos federales o afistas, podría ser aceptado en el ‘círculo superior’, así como, por ejemplo, nadie puede ser miembro de la Corte Suprema de Justicia, sin ser abogado de la Nación con ocho años de ejercicio. Su ‘cabeza de loco’ no tiene la dimensión de la historia de Boca, River, Racing, Independiente o San Lorenzo, aunque muchas veces los conduzcan otro tipo de locos. Y su fortuna no le da a Agropecuario patente de Primera. Billetera mata galán, pero no puede matar a la pelota.

Gobernar al fútbol como un todo es delicado pero también lo es administrar a los clubes de fútbol, llamados por la tentación a desvendar ilusiones que solo satanás ofrece como posibles. Mal manejados quebraron entidades añejas y poderosas de todo el planeta, como Fiorentina y Napoli en Italia, Borussia Dortmund en Alemania, Rangers en Escocia, Colo Colo en Chile, Valencia y Mallorca en España, Portsmounth en Inglaterra y ‘pegó en el poste’ Racing de Avellaneda, cuyo déficit lo colocó técnicamente en esa situación. Si aquellos quebraron, por desatinos de sus directivos, en el mundo entero desaparecieron clubes que fueron importantes, como el Parma de Italia y el Recreativo de Huelva en España. O abortaron proyectos geniales de grandes semilleros de cracks, como Arsenal de Lavallol, en Argentina, entre los más recientes.

La muerte del fútbol | Zona liberada (Undécima entrega)

“Si es demasiado, hasta el calor del sol quema”, escribió Jorge Luis Borges que detestaba el fútbol y, por eso, quizás, los dirigentes no lo leen ni aprenden de sus reflexiones. Ningún club se declaró en bancarrota por la prudencia, mesura y moderación de sus directivos; algunos pudieron haber descendido, pero no arriesgaron su existencia, pudieron perder la categoría pero no perdieron la vida... Si esos ‘gigantes’ se asfixiaron en sus ambiciones desmedidas, no soportaron malversaciones exageradas y manejos corruptos y/o ineficientes, ¿qué queda para una institución pequeña que ‘apuesta todo’ a una escalera impura, creyendo que es ganadora porque nunca antes juntó siquiera un par de ases...? ¿Qué queda? Desilusión y deudas.

Los equipos del interior tienen que participar, claro, soy del interior y sé de eso, lo tengo enraizado, pero no cualquier club de cualquier lugar. Sabemos quiénes son los que tienen credenciales para jugar el juego que más nos gusta. Por ello, las ligas regionales también precisan reformular sus campeonatos, jerarquizándolos. No puede ser campeón cordobés, por ejemplo, el club de Villa Los Patos, su menor y menos trascendente municipio, por bucólico y agradable que sea. Belgrano, Talleres, Instituto y alguno más si pasa el ‘test’ tienen que representar a la provincia serrana. Siempre. Nada de Unión San Vicente, como ya actuó en Primera. Ser amplios y plurales no es rifar seriedad y responsabilidades sin control. Hoy tienen que jugar los ya consagrados, para constituirse y consolidarse, más allá de un año bueno o malo. Otros clubes serán grandes en otras actividades, como Atenas en el básquet y Universitario en hándbol, si queremos continuar en la misma provincia. “Cada carancho en su rancho”, decía el gaucho Miro Morris que, creo, también era cordobés.

Conozco directivos regionales inteligentes y honestos, que desisten de participar en torneos federales o lo hacen con cautela. No invierten un solo peso para clasificar decimosextos en vez de vigésimos como van a terminar. Juegan con lo que tienen y pueden pagar, llegan hasta donde su medida les permite y no comprometen las finanzas ni el patrimonio futuro del club, que cumple una obra más social que deportiva en su pueblo o ciudad. No traen jugadores mercenarios ‘de afuera’. Pero otros, por ambiciones generalmente personales, usan al club para lanzarse en política o, si ya lo están, para demostrar que ‘los de allí’ no son menos que nadie y todas esas tonterías electorales. Total, quien va a sufrir las consecuencias será el dirigente que los sucederá y quien quedará colgado de una rama será el club. Ellos ya estarán ‘en otra’.

La muerte del fútbol | El crimen casi perfecto (Octava entrega)

El fútbol, como cualquier actividad colectiva y social, precisa ser democrático, ¡claro!, pero eso no significa que todo ‘vale igualmente’ para todos. En las democracias más sólidas y mejor establecidas del planeta, los menores no pueden ocupar cargos públicos, ni siquiera pueden votar. Los impedidos por cuestiones criminales o psíquicas tampoco y así por delante. Todo requiere de límites, sentido común y pensamientos que establezcan cláusulas pétreas, a cumplirse sin trampas, para no tener que lamentar más tarde.

Los clubes deben ser cuidados, su función en la sociedad es fundamental; malcriándolos no se los beneficiará. Como a los hijos, se los lleva más allá poniéndoles límites. Auditarlos es fundamental, impedir que se ahoguen en ciénagas sin rescate es tarea del estado (no de los gobiernos). Organizar torneos lógicos es obligación de las Asociaciones y fomentar las divisiones inferiores es el bien primero de los clubes. Los negocios y negociados precisan terminar y sus autores excomulgados del deporte o presos, caso a caso. La televisión no puede imponer su show por bastante que pague. Los sponsors tampoco. Si se deja de timar y se hacen los deberes puede ser que el fútbol vuelva a entretenernos un tiempo más. Es posible que reaparezcan los cracks desaparecidos y hasta los diamantes perdidos, con sus fallas y su brillo. Todo puede ser, pero no al paso que vamos.

La muerte del fútbol | Manos de guante blanco | (Duodécima entrega)

Hubo un tiempo que en la propia Argentina, que nunca fue una sociedad escandinava, pero aún con las flaquezas de la latinidad ya fue mejor –jamás ideal o perfecta–, observaba algunos principios. Hasta en el fútbol. Para participar de los torneos de AFA los clubes debían cumplir ciertos requerimientos. La cantidad de socios era uno de ellos, el estadio propio –con determinadas capacidades para intervenir en cada categoría– era otro requisito, y su no endeudamiento también llegó a ser un punto a exigirse.

Así, en 1940, Argentinos Juniors ganó el campeonato de Segunda División (todavía no se llamaba Primera ‘B’) pero al no cumplir las dos cláusulas primero mencionados, fue impedido de jugar en 1ª ‘A’ por la AFA. Se lo resarció económicamente para que mejorase su estadio y pudiese captar más asociados. Y en su lugar no subió el vice, ni el tercero ni nadie porque ningún otro equipo había conquistado ese derecho. Y aun así se mantuvieron los dos descensos previstos (Vélez Sarsfield y Chacarita Juniors). El torneo se jugó con un equipo menos de lo previsto... Sí, hubo una época en que la dirigencia del fútbol mereció respeto porque obedecía los reglamentos.

En 1967 el Club Comunicaciones ganó el torneo de Primera ‘C’ y su entonces noble Comisión Directiva, por entender que financiera, estatutaria y administrativamente no se correspondía con la categoría superior a la que iría subir, la Primera ‘B’, se negó a ascender. ¿Alguien imagina un hecho semejante en los días de hoy? Imposible. Hoy vale el cuanto más arriba mejor aunque el descalabro sea mayor... Aquella responsable actitud de ‘Los Carteros’ quizá marcó el fin de la inocencia en el fútbol argentino. Inocencia es pureza, no ingenuidad. Si no se retorna a estas fuentes no habrá tratamiento posible para retardar el fin del fútbol profesional, un mal paciente que dejó avanzar negligentemente su enfermedad terminal.

* Ex director asociado de ‘Diario Perfil’ y creador de la icónica revista ‘Solo Fútbol’.