Pablo Escobar ha devenido, no secretamente, un personaje de cine y series. Pareciera, de a ratos, una versión bizarra de aquello que John Wayne fue en otro instante: un símbolo de otra forma de civilización. O quizás, incluso, todo lo contrario pero igual de magnético. Narcos, por ejemplo, la serie que Netflix estrenó ayer, es un nuevo ejemplo de esa hipnosis que la figura del zar de la droga ejerce hoy día, y que había quedado muy clara con el éxito en la TV de El patrón del mal. Su director, Jose Padilha, el brasileño responsable de Tropa de elite y la remake de Robocop, habla sobre el espectro de Colombia como ícono: “Escobar devino icónico porque era un criminal sin reglas, que poseía ambiciones políticas y una increíble cantidad de recursos económicos. Esa combinación lo llevó a hacer públicas sus actividades de una forma que no tenía precedentes (tanto porque se autopromocionaba como por su increíble y pública violencia contra sus enemigos).
Si tomas eso, y tomas en consideración que su principal mercado era Estados Unidos y su principal producto era la cocaína, es fácil darse cuenta de por qué estaba destinado a convertirse en el enemigo público número 1”. Y agrega: “No creo, aun así, que Escobar represente mucho respecto de la violencia contemporánea, que es principalmente causada por el choque entre las políticas exteriores de Estados Unidos y los intereses políticos imbuidos de creencias religiosas. Pero no podemos olvidar que Escobar es alguien que bajó un avión con una bomba, y es algo que hoy podría considerarse un acto de terrorismo”.
—¿Cómo fue tu acercamiento a Escobar y su ascenso y caída?
—Queríamos contar dos historias al mismo tiempo: el ascenso de Escobar y el mercado de la cocaína de un lado, y desde el otro la forma en que los norteamericanos lidiaron con este fenómeno en terreno colombiano. Esto nos llevó a un formato que tenía la historia de Escobar vista desde los agentes de la DEA. Es un formato original que no he visto en ningún otro proyecto de los vinculados con Escobar.
—Historias como la de Escobar ¿qué representan? ¿Algo como antes lo hacían las historias de cowboys? Porque no todos lo ven como un villano.
—Que los criminales son amados por sus “comunidades” es algo que las películas han contado muchas veces. Ya desde El padrino, por ejemplo. Escobar es diferente e interesante porque era un narcotraficante increíblemente rico que tenía aspiraciones políticas y que hizo su camino hasta llegar al Congreso. Y su violencia estaba fuera de borda y norma. Eso lo hizo distinto.
—¿Cuáles fueron las premisas creativas a la hora de contar esta historia?
—Dirigí los dos primeros episodios de la serie, entonces en ellos se ve mejor representada mi huella creativa. Mi idea principal era mostrar a Escobar sin convertirlo en un monstruo desde el vamos. También me interesaba que los latinos hablaran español y usar material de archivo. Y quería que alguien contara esa historia desde el otro lado, de la DEA.
Libertades limitadas
—¿Qué libertades te da un formato como el que suele manejar Netflix?
—En Brasil, donde filmé BUS 174 y las películas de Tropa de elite, tuve libertad total porque yo dirigía, producía y escribía. Ese nivel de libertad no es posible en una serie de TV, que requiere trabajo de equipo y mucho menos la presencia de un autor. Entonces puedo decir que con Netflix tuve muchísima más libertad que cuando filmé Robocop, pero mucha menos que cuando filmo de forma independiente en Brasil.
—Aun así, tu Robocop tenía ideas muy personales y ciertas marcas de estilo. ¿Cuáles fueron tus referencias a la hora de filmar Narcos?
—Mi estilo en Narcos vino de unas pocas películas narradas con voz en off que amo, como Buenos muchachos y Ciudad de Dios –incluso mis Tropa de elite–.
—¿Viste la serie El patrón del mal?
—De hecho no vi esa serie, pero aun sin haberlo hecho sé que lo que hicimos es muy original en estilo. No es para nada lo que suele verse en TV.