DOMINGO
libro

Ser el motor del crecimiento

Diferentes versiones de entender la actividad humana.

2023_04_28_libro_trabajo_cedoc_g
El 1° de Mayo es el Día Internacional de Trabajador, por aquellos que hacen grande al país, por los que aún buscan su actividad ideal y por los que no tienen un modo de subsistencia. | cedoc

De la adicción al trabajo hacia la “adicción a la vida”

Atravesamos la revolución 1.0, la primera revolución industrial de la historia; la 2.0, que ya tenía que ver con procesos más sofisticados, y la 3.0, hasta llegar a la revolución 4.0. En ese escenario me paraba para mirar hacia adelante y entender tanto cuáles eran las tecnologías y las organizaciones exponenciales -aquellas cuyo impacto es inusualmente desproporcionado (10x) frente a sus competidores directos, gracias a la combinación de tecnologías exponenciales y estrategias organizativas disruptivas- como la manera de prepararnos para el futuro.

Cuando uno analiza lo que ha ocurrido en este tiempo descubre la sorprendente velocidad con la que se han venido sosteniendo los cambios, con la que han emergido procesos y, fundamentalmente, cómo todos nosotros, los casi ocho mil millones de habitantes de la Tierra, vivimos algunos fenómenos absolutamente inimaginados antes. A todos nos cambió la agenda y experimentamos en carne propia muchas de estas tendencias que se preveían para dentro de un período mucho más largo.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Como sostuvo la profesora Elke van Hoof, de la Universidad de Vrije, de Holanda, al referirse a la pandemia y a la cuarentena: “Lo que vivimos no fue una experiencia más, sino que fue el mayor experimento psicológico de la historia”. Entendamos cuál es el concepto que ella trata de transmitirnos: fue la primera vez que todos los habitantes del mundo transitamos por una experiencia similar, casi en simultáneo. ¿Cuál es el impacto real que está generando esto en todos nosotros?

Hemos pasado del trabajo manual al industrial, dentro de lo que se ha llamado Revolución Industrial, a través de diversas etapas, que involucran, entre otras, la invención de las formas de manejo de la electricidad. Luego, con la invención de internet, experimentamos lo que se denominó una “revolución digital”, y con la experiencia tan impactante y omnipresente de la pandemia arribamos a una “revolución híbrida”: este es el tema central que nos atrae. Hemos atravesado en pocos meses una transición superacelerada y creemos que una diferencia sustancial con la revolución anterior es que ocurrió en mucho menos tiempo. El ciclo de cambio es cada vez más corto, y esto quizá sea el punto central. Los tiempos se aceleran y es importante saber cómo nos impacta esto a cada uno de nosotros; procesar ese shock también como una manera de entrenarnos para la próxima revolución.

El trabajo remoto borró las fronteras, cambió el trabajo para siempre, impactando a cada persona y organización en todo el mundo. Consideremos que es el mayor cambio de la forma de trabajo en cien años desde la introducción de la jornada laboral de ocho horas. Todos crecimos dentro del paradigma de la presencialidad y hoy estamos en la era de lo remoto, lo híbrido, atravesado por tecnologías en la nube.

El trabajo del futuro será para aquellos que puedan adaptarse una vez, otra vez y otra vez, porque nadie tiene la certeza de que esta será la última revolución. Tampoco sabemos qué características tendrá lo que nos toque atravesar en el futuro; por eso consideramos que estamos en la revolución X.0: habrá tanta cantidad de cambios que ni siquiera hoy tenemos la capacidad de imaginarnos cuáles podrían ser. (…)

Como bien afirma Jacob Morgan, son múltiples las facetas en las cuales el mundo del trabajo se ha modificado sustancialmente en este tiempo. Si antes había un horario, por ejemplo, de 9 a 17, ahora no existe ese límite tan claro; hoy cualquier lapso puede ser un momento de trabajo. También los espacios se han vuelto más líquidos. El tercio de los trabajadores del mundo que nos dedicamos a tareas del conocimiento pasamos de la labor en la oficina corporativa al trabajo en cualquier lugar; de los equipos en la compañía a cualquier dispositivo. Pasamos de tener todo en un solo espacio a tenerlo disperso en cientos de potenciales lugares.

De tomar la proyección de la empresa como ancla y referencia, pasamos a pensar nuestro camino más en solitario, a transitar un trabajo personalizado. De tener información valiosa y sentirnos poderosos, pasamos al trabajo compartido, cuyo valor y poder se construyen, justamente, en esa capacidad de poner en común.

Pasamos de ser personas pasivas y sin voz a una era en que los trabajadores no solo tienen voz sino también voto y son auténticos militantes de sus causas. Pasamos de depender del e-mail a conectarnos a múltiples tecnologías colaborativas, que expandieron sustancialmente su uso en las empresas: Meet, Zoom, Teams, Workplace, Slack, WhatsApp y una variedad de tecnologías que están generando la posibilidad del trabajo compartido, de manera sincrónica y remota. Pasamos de estar enfocados en saber las cosas a centrarnos en el aprendizaje: no se trata de cuánto sabemos del pasado sino de cuánto podemos aprender y cómo podemos potenciarnos.

Lo más interesante de estos cambios, que parecen muy simples, es que en muy poquito tiempo se han acelerado. Y, sin duda, lo que va a suceder en los próximos años es que se va a potenciar la curva de aceleración de todas estas transformaciones. Esto nos genera la necesidad de empezar a entender cómo impacta este futuro del trabajo X.0 en cada uno de nosotros. Pensemos que transitamos también de reuniones limitadas a los encuentros físicos al encuentro asincrónico y virtual, del café en el bar al café virtual, de ir al trabajo a que el trabajo venga con nosotros a cualquier lado.

Tal vez uno de los pasajes más importantes que estamos transitando en este tiempo es el del sistema de monitoreo y control físico a la confianza. Pasamos de ese esquema de jugador de ajedrez, en el cual el jefe mira los movimientos de cada uno de sus colaboradores, a un modelo en el que el líder confía en que su equipo obtenga los resultados en el tiempo esperado y con la calidad demandada, más asimilable a la tarea de un jardinero que a la de un ajedrecista controlador.

El poder trabajar desde cualquier lugar trae otro tipo de consecuencias: legales, administrativas, relacionadas con el riesgo del trabajo, con matrículas, etc. El concepto de las reuniones virtuales “que eran simplemente un sueño hace muy poco tiempo” es hoy una realidad omnipresente. El concepto que empieza a instalarse más es exactamente el de la flexibilidad y la agilidad de horarios, de lugar, de carga de trabajo. (…)

Otra transición: de la adicción al trabajo transitamos hacia la “adicción a la vida”. La realidad a la que nos expuso el virus del covid-19 nos hizo conscientes de nuestra vulnerabilidad. Nos dimos cuenta de que muy rápidamente podemos estar en una sala de terapia intensiva e incluso morir. 

☛ Título: El futuro del trabajo ya llegó

☛ Autor: Alejandro Melamed

☛ Editorial: Ediciones Paidós
 

 

Relatos de un trabajo escasamente reconocido

Hay algo seguro: es una mujer. 99% lo es. Es argentina. 85% lo es. No terminó el secundario, tampoco lo hizo el 68%. Tiene entre 25 y 49 años, como casi el 56%. Gana la sexta parte que el resto de las asalariadas. Es la única que aporta ingresos a la casa, como el 35%. La mitad pertenece al quintil más pobre del país.

Hay algo seguro: es una mujer. No es argentina, llegó de algún país de Sudamérica, al igual que el 14,2%. Tiene más de 50 años, al igual que casi el 45%. Terminó el secundario, al igual que el 32%. Trabaja en promedio 84 horas al mes.

Vive en la casa en la que trabaja, el 4,8% lo hace. No vive en la casa en la que trabaja, al igual que el 95,1%.Se llama Juani, se llama Paola, se llama Graciela, se llama

Yoselin, se llama Carmen, se llama Elsa, se llama Libby. Es una trabajadora doméstica.

Tal vez se despertó de madrugada, tomó un colectivo o dos, y algún tren para llegar a su trabajo. Suele ser así. “Entre todas las empleadas domésticas que trabajan en la Argentina, la mitad o más de la mitad está en la ciudad de Buenos Aires o en el conurbano bonaerense. En general, viven en el conurbano y viajan acá dos horas”, dice la socióloga Ania Tizziani, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones 

Científicas y Técnicas (Conicet) y coautora junto con Débora Gorban del libro ¿Cada una en su lugar?, un viernes de fines de octubre de 2018, en un bar porteño de la avenida Corrientes.

“Yo tomo seis colectivos por día. Estoy súper acostumbrada.Vivo en Ezeiza, entro a trabajar a las 8, de mi casa salgo 4.30. Es lejos pero el viaje es directo. Bajo y me subo. A veces duermo. El asiento es como una cama con somier para mí”. (Elena)

Tal vez sepa que la jornada que acaba de iniciar será en esa única casa como durante el resto del mes. O tal vez sepa que trabajará ahí unas horas y luego, ese mismo día o al día siguiente, tendrá que tomar un transporte para ir a otra casa, y a otra, e incluso a una cuarta.

El 62,2% trabaja para un solo empleador, el 15,7% para dos empleadores y el 17,2% para tres empleadores y más.

Son las cifras del informe de 2019 de la entonces Secretaría de Gobierno de Trabajo y Empleo de la Nación (SGTyE), publicadas en La chica que me ayuda en casa.

—Las trabajadoras por hora que en un día hacen tres domicilios tienen un trabajo doble porque deben adaptarse a cada empleadora. Una le dice “te dejo la llave”, la otra “te la entrega el portero”, la otra “te la da el vecino”. Cuando llega, una le deja la lista de tareas, otra no le deja nada, otra no solo le deja la lista de tareas sino que le indica qué productos usar. Una serie de especificidades relacionada con los hábitos de cada familia que esa mujer tiene que aprender. El trabajo doméstico abarca una lista de tareas infinita, tan infinita como cantidad y características y empleadoras tenga esa mujer. Cada casa va a ser una rutina laboral diferente –dice la doctora en Ciencias Sociales Débora Gorban un martes lluvioso de marzo de 2019 en el barrio porteño de Caballito.

“Por horas trabajás muchísimo. Yo trabajé mucho. El récord fue salir de mi casa a las seis de la mañana y volver a las tres de la mañana del día siguiente. Transitaba por varios lugares. Me iba temprano a limpiar la escribanía, luego a la inmobiliaria, de ahí a la casa de la señora Bibiana, la médica, cuatro horas en San Martín, de ahí regresaba a capital donde la señora Elsa, la abogada, unas tres horas. Si tenía que preparar algo para los chicos, lo hacía. Ella me dejaba una lista: Libby, tenés que hacerles fideos a los chicos y, después del postre, que se bañen. Luego iba a una cena por Las Heras. Repartía y lavaba platos. Llegaba a mi casa a la madrugada. Yo hacía eso. Prácticamente me maté diez años en ese plan”. (Libby)

Tal vez empieza por lo de siempre: conoce la rutina y la lleva a cabo casi de memoria. Tal vez lo haga con la facilidad que otorga la labor repetida. Tal vez lo haga con tedio. Tal vez no sepa cuál será su primera tarea del día, ni si sabrá hacerla, ni si le gustará, ni si la habrá hecho antes y está a la espera de las indicaciones de su empleadora. Lo que haga, en todo caso, durará poco. El polvo volverá a cubrir los muebles, la ropa volverá a ensuciarse, los platos volverán a ser usados, las hojas volverán a caer sobre la vereda, las pelusas volverán a acumularse en los rincones.

“Los productos o servicios resultantes no duran puesto que son consumidos por los miembros del hogar”, se lee en el capítulo “Cambios en el servicio doméstico en América Latina”, de Janine Rodgers. Y continúa: “El trabajo doméstico  es escasamente reconocido por los que se benefician de él y cuando lo es, en la mayoría de los casos, es un reconocimiento  negativo, es decir, que se lo nota cuando el trabajo no está realizado o no está realizado bien, según el criterio de los empleadores”.

“Llegar a una casa nueva, el primer día, muy lindo no es. Se siente miedo de que por ahí te traten mal. Un temor a algo te agarra o una vergüenza, uno no conoce la casa, tenés miedo de hacer mal las cosas o de muchas cosas... de que se te caiga algo, de llegar tarde. Siempre te agarra algo hasta que te vas acostumbrando a las personas y a cómo se manejan. Si vos no sabés eso, no te podés desenvolver. En el día a día vas mirando sus costumbres, sus horarios, cómo son”. (Elsa)

“En mi primer trabajo, recién llegué de Perú, había una señora salteña que iba por horas. Me ayudó mucho ella. Le tengo un muy lindo recuerdo. Me enseñó porque yo no sabía nada. Me enseñó a preparar comida, sobre todo los ravioles que yo no conocía, los ñoquis, a hacer el arroz porque nosotros lo hacemos de otra manera, aquí se hierve nada más. Los chicos comían arroz con manteca y queso y salchichas. Yo leía las instrucciones. Siempre leía las instrucciones de las cajas. Claro, eran pavadas, pero había cosas que no conocía. Era un mundo distinto. Yo decía: ‘Qué es esto, cómo se hace, cómo se come’”. (Libby) (…)

Tal vez acomoda en los cajones del cuarto principal la ropa interior recién lavada y doblada. Tal vez repasa por encima la pila de papeles y carpetas, sin alterar el lugar que cada uno ocupa en el estudio. Tal vez prepara un bife con el punto exacto de cocción que le gusta a los chicos. Tal vez limpia los vidrios del living mientras desde el cuarto de al lado llegan los ecos de una discusión. Sin importar dónde se desempeña y quién vive en la casa en la que trabaja, sus horas transcurren en un caldero de intimidad donde se cuecen vidas ajenas.

Es una relación que se escapa del espacio tradicional del trabajo porque se da en el seno familiar, en una casa, fuera de la regulación pública, y atravesada por la intimidad, en la que se establecen vínculos entre clases sociales distintas.

☛ Título: Puertas adentro

☛ Autores: Camila Bretón, Carolina Cattaneo, Dolores Caviglia y Lina Vargas

☛ Editorial: Marea
 

 

El derecho como una de las respuestas de los humanos

He aquí ya “¿o finalmente?” la hora de la rendición de cuentas. Me limitaré a las de este año, dedicado a un análisis jurídico de las transformaciones del trabajo en el siglo XXI. De este análisis se desprenden dos certezas. La primera es que el impacto de la revolución digital en la organización y la división del trabajo es por lo menos tan considerable como el de la precedente revolución industrial, que dio lugar al Estado social.

Ahora bien, las mutaciones tecnológicas de esta amplitud son acompañadas necesariamente de lo que André Leroi-Gourhan llamaba una “refundición de las leyes de agrupación de los individuos”, es decir, una refundición de las instituciones. Segunda certeza: nos enfrentamos a una crisis ecológica sin precedentes, imputable en gran medida a nuestro modelo de desarrollo. Estas dos certezas nos obligan a reconsiderar nuestra concepción del trabajo: desde el punto de vista técnico, de nuestra relación con las máquinas, y en igual medida, desde el punto de vista ecológico, de la sostenibilidad de nuestros modos de producción.

Desde luego, este cuestionamiento tiene una sólida dimensión jurídica. Al formar parte de la institución imaginaria de la sociedad, el derecho no puede ser separado de las condiciones materiales de existencia en las que se inscribe ni ser deducido de esas condiciones.

En efecto, el derecho se presenta siempre como una de las posibles respuestas de la especie humana a los desafíos que le plantean sus condiciones de existencia.

Pero esta respuesta se ve hoy particularmente dificultada por una tercera crisis, más desconocida, que afecta al derecho mismo.

El ordenamiento jurídico, en cualquier nivel que se lo considere, es un orden ternario, que hace de la heteronomía de un tercero imparcial la condición de la autonomía reconocida a cada uno, ya se trate del contratante, del propietario o del dirigente político o económico.

Ahora bien, ese carácter ternario tiende a ser borrado por la “tecnociencia-economía”, imaginario contemporáneo que proyecta sobre las sociedades humanas el funcionamiento binario característico de las arborescencias lógicas que funcionan en nuestras -máquinas inteligentes-, del tipo si p… entonces q…, si no p… entonces x…

 No se excluye que algún día estas máquinas tengan la capacidad de calcular todo lo que es calculable; pero es cierto que la reducción de las relaciones entre los hombres a operaciones de cálculo de utilidad o de interés solo puede conducir a la violencia. Como señaló Gilbert Keith Chesterton, son las vacas, las ovejas y las cabras los seres que viven como puros economistas.

Las sociedades humanas no son manadas. Para formarse y subsistir, necesitan un horizonte común. Un horizonte, es decir, a la vez un límite y la marca de un más allá, de un deber ser que arranca sus miembros al solipsismo y a la autorreferencia de su ser. El horizonte que supone un universo en tres dimensiones está ausente del mundo plano, de la Planilandia del pensamiento binario.

De hecho, nuestra investigación ha dejado a la vista múltiples síntomas de la erosión de la figura del tercero imparcial y desinteresado en el mundo contemporáneo en general y en las relaciones de trabajo en especial.

Semejante debilitamiento del ordenamiento jurídico no es un fenómeno inédito. Fue una de las características comunes de los regímenes totalitarios que trataron de fundarse en el siglo XX, no sobre la base de una referencia heterónoma, sino sobre las leyes pretendidamente científicas e inmanentes de la biología racial o del materialismo histórico. Los juristas que todavía hoy pretenden reconocer en estos regímenes totalitarios los rasgos de un Estado de derecho dan muestras de una extraña ceguera. Hoy en día, este debilitamiento del orden jurídico es un corolario de la gobernanza por los números, que lleva a someter el derecho a cálculos de utilidad, allí donde el liberalismo clásico sometía los cálculos de utilidad al imperio del derecho. Una vez asimilado a un producto en competición en un mercado de normas, el derecho deviene pura técnica, evaluada en función de la eficacia, con exclusión de cualquier consideración de justicia.

El espejismo del orden espontáneo del mercado

Visto lo anterior, no es sorprendente que, entre otras profecías milenaristas del siglo XX que finalizaba, el neoliberalismo haya anunciado la próxima disipación de lo que Friedrich Hayek llamó “espejismo de la justicia social”.

Pero medio siglo después, lo que más bien ha resultado ser un espejismo es el “orden espontáneo del mercado”. En efecto, el reflujo de relaciones de derecho deja el campo libre a las relaciones de fuerza. Según los términos de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), adoptada hace un siglo exacto, demasiadas injusticias engendran necesariamente “tal descontento que la paz y la armonía universales están en peligro”. El aumento vertiginoso de las desigualdades, el abandono de las clases populares a la precariedad y el desclasamiento, las migraciones de masas de poblaciones expulsadas por la miseria o la devastación del planeta suscitan cóleras y violencias proteiformes, que alimentan el retorno del etnonacionalismo y de la xenofobia. Asolando hoy en día en la mayoría de los países –en primer lugar, aquellos que fueron los campeones del neoliberalismo–, la furia sorda engendrada por la injusticia social hace resurgir por doquier el cesarismo político –aunque sea de factura tecnocrática– y la dicotomía “amigo-enemigo”. Se convalida nuevamente la pertinencia de las disposiciones del preámbulo de la Constitución de la OIT y de la Declaración de Filadelfia que, extrayendo las lecciones de la Primera y luego de la Segunda Guerra Mundial, han afirmado que “la paz universal y permanente solo puede basarse en la justicia social”. Esta afirmación no es la expresión de un idealismo anticuado, sino el fruto de las experiencias más mortíferas de la historia humana.

La dificultad es que, si bien en nada han perdido su valor los principios sobre los cuales se fundó la justicia social en ese momento, las condiciones para su aplicación han cambiado profundamente. Los desafíos planteados por la revolución digital y el agotamiento de la Tierra exigen nuevas respuestas, que los hombres deben concebir y poner en práctica. ¿Cuáles son, más precisamente, esos desafíos? La revolución digital conlleva tanto riesgos como oportunidades. Los riesgos son los de hundirse en la deshumanización del trabajo. De ahora en más, al control físico sobre el trabajador se añade el control cerebral.

Siguiendo el modelo informático-computacional, las concepciones sobre el trabajo de los hombres lo ven como el lugar de ejecución de un programa. Último avatar de las religiones del Libro, esta metáfora del programa – literal y etimológicamente, de “lo que ya está escrito”– , después de extrapolarse de la informática a la biología, se aplica hoy en día a los trabajadores. Devenidos en los eslabones de las redes de comunicación que durante las veinticuatro horas del día deben encargarse de procesar una cantidad cada vez mayor de datos, son evaluados a la luz de indicadores de rendimiento desconectados de su experiencia concreta de la tarea por realizar. De ahí el espectacular aumento de patologías mentales en el trabajo, cuyo número en Francia se ha multiplicado por siete entre los años 2012 y 2017.

Esta gobernanza por los números se traduce también en un aumento de los fraudes y de las deficiencias, del cual no está exenta la investigación científica (retomaremos esta cuestión). En fin, a pesar de la jurisprudencia, que ha detectado todos los lineamientos de la subordinación salarial en dicha gestión por algoritmos, los trabajadores “uberizados” son firmemente mantenidos en un “más acá del empleo” por dirigentes políticos sometidos al intenso lobby de las plataformas.

☛ Título: El trabajo ya no es lo que fue

☛ Autor: Alain Supiot

☛ Editorial: SXXI Editores

 

El consumo obrero en la Berisso

El Registro de Comercio de Berisso es interesante en tanto permite realizar un mapa de las actividades comerciales. En la cuadra que correspondía al número 4600 (lado impar) había entre 1920 y 1923 ocho inquilinatos y seis fondas, una academia de corte y confección, varias cigarrerías, roperías, verdulerías y almacenes. Las fondas eran buscadas por los recién llegados pues allí encontraban no sólo comida y alojamiento sino también amigos, parientes y afectos. El relato de un obrero búlgaro puede ser representativo de muchos otros: “Tomé el tranvía 25, digo: hasta el fondo, después me bajé y llegué. Alexis, Alexis tenía fonda... entro allá y encuentro a Nicola Peteff, se (sic) conocíamos de Bulgaria, después estaba el tío Josefo, Ivalino, todos”.

En las cuadras sucesivas el panorama era similar. En los años siguientes fueron disminuyendo las habilitaciones de inquilinatos pues ya estaban instalados y aumentaron las de los comercios de todo tipo; desde peluquerías, tiendas, cigarrerías, farmacias hasta casas donde vendían aparatos de radio o victrolas y cines. Los avisos publicitarios que entre 1926 y 1927 se colocaron en la revista Berisso, un magazine local, muestra la variedad de actividades y actores involucrados. Había panaderías, asociaciones de socorros mutuos, restaurantes, el cine y hasta aserraderos como el ubicado en Nueva York y Montevideo. Además se encontraban casas de fotografías como la de Jacobo Berman o médicos como Manuel Mindlin y constructores de obras como Carlos Mazzuchelli.

El análisis de las solicitudes de habilitaciones comerciales para un período posterior (1958-1970) muestra la variedad de negocios que abrían y cerraban. Talleres de relojería, venta de café, té y golosinas, depósitos de galletitas, venta de cigarrillos y perfumes, bares, zapaterías, verdulerías, mercerías, librerías, roperías, marroquinerías, tiendas, cines, academias de piano y de corte y confección.

La publicidad que se realizaba en los periódicos locales desde 1930 confirma la existencia de rubros similares y con escasas variaciones desde esa fecha. Así se puede destacar que doña Felipa Spina tenía una academia de piano en Nueva York 4852 y que recién fue cerrada en 1961, cuando ya eran evidentes los inconvenientes laborales en las plantas procesadoras de carne.

El crecimiento del comercio minorista se expandió con el incremento de la demanda de trabajadores debido a la construcción y actividad del puerto y a la instalación de los frigoríficos. El consumo de las familias obreras se relaciona tanto con los salarios percibidos como con las fantasías y deseos depositados en la adquisición de bienes. Los salarios variaban. Largas jornadas, el empleo múltiple y el trabajo de todos los miembros de una familia permitían contar con el dinero disponible para adquirir bienes que excedían los necesarios para la reproducción de la vida cotidiana. Los avisos publicitarios en periódicos (El Orden, El Mundo de Berisso, El Ensenadense) y revistas locales (Berisso) hablan de las características del consumo popular, desde muebles hasta aparatos de confort para la familia (una cocina por ejemplo) y desde radios hasta vestidos y trajes.

La noción de consumo era limitada en el punto inicial de la experiencia laboral y migratoria, sea ella interna o externa. Se concentraba en un mobiliario precario: una o varias camas, un ropero y un brasero.

Cuando se formaba una familia se adquiría la casa propia o se alquilaba una más cómoda, se incorporaban muebles y ornamentos: un espejo, una fotografía, un florero, mantas coloridas. Un obrero recordaba: [...] en la pieza teníamos camas, dos o tres según la cantidad que ocuparan la piecita, una mesita y nada más, ropero al principio no tenía, más adelante sí, colgábamos la ropa en un clavo de la pared y así provisoriamente hasta cinco años, según, y después comprábamos a plazo un ropero. Ahora en la cocina donde comíamos desde un principio se tenía una mesa… con un calentador, un sartén y una olla y nada más, eso era todo lo imprescindible y muchos años se seguía con eso hasta que después alguno llegaba a la situación de estar más cómodo o el soltero se casaba y alquilaba una pieza para él solo, ya cambiaba también lo que se necesitaba.

Los testimonios orales son reiterativos sobre el carácter exiguo del consumo y la lenta pero sostenida incorporación de bienes. Una pareja de origen checoslovaco recordaba: “[...] cuando me casé yo compré muebles nuevos, para toda la vida” y “al principio eran unas maderas y unas cortinas, después yo hice armazón y lo forré con géneros, yo tenía maña de carpintero”. La combinación de habilidades y conocimientos para la fabricación de muebles sencillos por parte de los hombres o de la costura por parte de las mujeres, más el crédito de las casas comerciales, ayudaba a transformar la vivienda en un hogar un poco más confortable y agradable, acorde con algunas imágenes difundidas por revistas y periódicos.

Es difícil aproximarse al tema del consumo obrero, el análisis de las propagandas muestra lo que es deseable y bueno en los marcos del sistema y operan como símbolos de las recompensas del trabajo y de las expectativas de movilidad social pero ¿cuál es el valor asignado por los hombres y mujeres trabajadoras? Las paredes de una pieza de conventillo podían adornarse con imágenes de diarios o revistas, mientras que en las viviendas unifamiliares las ilustraciones de la prensa periódica se mezclaban con fotos enmarcadas e imágenes religiosas de diverso tipo.

También abundaban los paisajes (una estepa helada, bosques nevados, lagos) que funcionaban como paisajes étnicos. Se podría afirmar que esos bienes materiales permitían reunir ciudades, campos y memorias del pasado dando forma a lo que Arjun Appadurai ha denominado, para las sociedades actuales, como paisajes étnicos, entendidos como construcciones derivadas de situaciones históricas, lingüísticas y políticas de las distintas clases y actores involucrados.

Los ornamentos pueden ser leídos también como formas devaluadas del gusto de otras clases, aunque ello supone que los grupos más acomodados adquieren bienes distintivos de su estatus y posición social y que ellos están alejados de los deseos y posibilidades de los trabajadores e inmigrantes. Si la distancia en la adquisición de muebles, vajilla, adornos, vestidos, joyas, obras de arte entre los más adinerados, y entre ellos y los más pobres, forma parte de cualquier análisis sobre las clases acomodadas, es posible preguntarse también sobre los modos de consumir de los asalariados y sobre los signos posibles de distinción que se creaban entre ellos. Entre las familias obreras predominaba el consumo de necesidad sobre los gustos, y la visibilidad distintiva vía la adquisición de determinados bienes parecía diluirse. Sin embargo, la desigualdad también se daba entre ellas sobre la base de la obtención de muebles, bicicletas, cocinas, radios o pasadiscos.

Las habilitaciones comerciales hablan tanto del consumo como de las actividades comerciales. Una persona podía abrir una tienda, un bar o restaurante, una fonda, una zapatería, una panadería, una peluquería, un almacén, una cigarrería, una verdulería, una carnicería. La densidad comercial en las pocas cuadras que conforman la Nueva York es altísima, solo al 4600 había 66 negocios. Podrá alegarse que se trata de boliches con escasa inversión de capital pero, aunque cierto, la cantidad y la variedad de rubros comerciales nos dice algo de las necesidades de bienes variados por parte de la población y de la expansión del comercio minorista. Además, los días en que se pagaban los salarios no solo se llenaban los comercios habilitados sino que también aparecía un ejército de vendedores ambulantes dispuestos a satisfacer todos los gustos y ansiedades. (...) Diversidad, heterogeneidad, policromía, bullicio, emergen como rasgos distintivos de la calle cuya vida comercial era activa.

☛ Título: Paisajes del pasado  

☛ Autores: Mirta Zaida Lobato y Daniel James

☛ Editorial: Edhasa