Tom Jobin decía: “Viver no exterior é bom, mas é uma merda. Viver no Brasil é uma merda, mas é bom”. Tierra de contrastes marcados, Río de Janeiro convivió en las últimas décadas con una violencia y criminalidad que la colocó en la categoría de las más peligrosas de América latina. Esta situación pareciera estar cambiando desde que hace seis años se implementa una política de seguridad que redujo los homicidios al nivel más bajo desde 1991, recuperó espacios urbanos donde no existía Estado y reinaba el narcotráfico, y devolvió la esperanza a los cariocas, quienes se animan a creer que su ciudad maravillosa puede seguir siendo “bom” sin tener que soportar la “merda” de la violencia.
La “pacificación” del Complejo de Cajú. El nombre con el que se bautizó a esta política es “pacificación”. Hace un mes se escribió un nuevo capítulo de esta política al sumarse un complejo de favelas a la lista de las treinta ya “pacificadas”. En este caso el Complejo de Cajú, con más de 12 mil habitantes.
A pesar de que los flashes se concentraron el domingo de la “ocupación”, el proceso de “pacificación” de la favela comenzó seis meses antes, con tareas de inteligencia que aportaban información al proceso que consiste en tres fases.
La primera fue de búsqueda y captura de los principales jefes de la organización narco “Amigo dos amigos”, que controlaba el territorio. En los procedimientos realizados en febrero se arrestaron a 265 personas, y se secuestró una gran cantidad de droga y armamentos, entre los que hubo fusiles y granadas de fabricación argentina. El protagonismo aquí lo acaparó el Batallón de Operaciones Policiales Especiales (B.O.P.E.), una unidad que cobró fama mundial luego de la película Tropas de elite. A juzgar por su doctrina, entrenamiento, armamento y espíritu, el B.O.P.E. vive literalmente en estado de guerra.
La segunda fase consistió en el planeamiento operacional de todos los organismos que intervienen en la “ocupación” de la favela. Este es un aspecto de suma importancia, pues la Secretaría de Seguridad –a cargo de José Mariano Beltrame– ha logrado que la Marina de Guerra de Brasil, la Policía Federal y la Policía de Caminos Federal, por parte del Gobierno nacional; la Policía Militar, la Policía Civil y los Bomberos, por parte del Gobierno del Estado; y la Guardia Municipal y demás organismos locales de servicios urbanos, por parte del Gobierno de la Ciudad, trabajen de manera conjunta en la planificación y la ejecución de la operación. El liderazgo político fue clave para que organismos que antes no se atendían el teléfono hoy se peleen por salir en la foto.
Finalmente, la tercera fase se inició cuando en la madrugada del domingo de la “ocupación”, 1.200 efectivos procedieron a “recuperar y ocupar el territorio”. Toda la tarea previa hizo que la favela se “ocupe” sin que se dispare un solo tiro.
Luego de “ocupada”, el Estado despliega las Unidades Policiales de Pacificación (U.P.P.) como fuerza estable y permanente para prestar el servicio de seguridad en la favela. Actualmente, hay 7 mil policías que las integran, construyendo un vínculo de confianza y cooperación con la población hasta entonces inexistente. Una de los aspectos más destacables del Complejo de Cajú es que no había una sola casa que no tuviese rejas en las ventanas y las puertas, marcando que la inseguridad la sufría, en primer lugar, el habitante del terreno. “Pensé que no iba a vivir para ver esto. Crié ocho hijos, y sólo Dios sabe cómo los crié”, dijo emocionada una mujer cuya casa está al lado de las barreras de hormigón que los narcos habían construido en una de las entradas a la favela.
Así, el eje central de la política de “pacificación” pasa por recuperar el imperio de la ley sobre espacios urbanos donde habitan millones de personas que habían sido abandonadas por el mismo Estado y dejadas a merced de las organizaciones criminales narco. El Estado, entonces, no entraba. Sí, en cambio, la política, a juzgar por la innumerable cantidad de carteles con propaganda de candidatos colgados en sus pasillos.
Como agravante, la geografía particular de Río hace que dicho problema no se localice en la periferia sino, por el contrario, en los morros que las favelas ocupan en el centro mismo de la ciudad.
Más allá. Si bien la política de “pacificación” de las favelas es el costado más conocido del plan de seguridad de Río, hay otras políticas que explican qué se hizo para bajar 40% los homicidios y 35% el robo de autos en seis años.
Una de las innovaciones más importantes ha sido la implementación del sistema de metas para medir el desempeño policial (gestión por resultados). El sistema recopila en tiempo real todos los delitos denunciados y organiza la labor policial en función del cumplimiento de metas de reducción delictiva definidas por la secretaría para cada región, focalizadas en homicidios, robo de autos y robos en al vía pública. El dato relevante es que cada seis meses se mide cuál es la región que mejor desempeño tuvo y se le entrega un premio económico de unos US$ 5 mil a cada uno de los policías que prestan servicio en la zona.
Implementar esto, vale aclarar, no fue sencillo. Lo paradójico es que haya sido Beltrame y su equipo, todos oficiales de la Policía Federal de Brasil, quienes hayan instalado un mecanismo que efectivamente controla y evalúa a la… policía.
Para realizarlo, fue indispensable el Instituto de Seguridad Pública. Este organismo autárquico formado por profesionales de distintas disciplinas se creó con el objeto de recolectar, procesar, analizar y difundir la estadística delictiva. Esta información es usada para tomar decisiones, evaluar el desempeño de los efectivos policiales, y comunicar a la población sobre la situación delictiva. De hecho, tiene 11 días hábiles para publicar en el Boletín Oficial y en internet los datos delictivos del mes vencido.
Río: un espejo bonaerense. Entre sus múltiples aristas, el caso Río también importa como espejo de lo que sucede y/o podrá suceder en la provincia de Buenos Aires, cuyo Conurbano es la región más violenta de la Argentina y donde el fenómeno de las áreas urbanas con déficit de presencia estatal lleva un largo tiempo.
Además, devuelve la esperanza sobre el problema de la seguridad. Río demuestra que un gobierno latinoamericano puede abordar el problema y generar resultados positivos en el corto plazo. Para ello, requirió: a) decisión política de incorporar el tema en la agenda y destinarle recursos acordes con la prioridad del caso (en seis años se triplicó el presupuesto, alcanzando hoy los US$ 2 mil millones); b) seleccionar un equipo idóneo que elabore e implemente un plan, que es más que un conjunto de medidas, y apoyarlo políticamente; c) generar un sistema de información y estadística criminal que permita no sólo conocer el problema y su evolución, sino también controlar y premiar a los agentes que prestan el servicio.
El espíritu de cruzada, también es un elemento destacable. “Estamos devolviéndole la ciudadanía a personas humildes. Estamos liberando gente”. Con estas palabras despidió el mentor de esta política –el secretario Beltrame– en la madrugada del domingo de la “ocupación”, a los efectivos que se alistaban para ir al lugar. Tal vez ese espíritu de liberación, que comparten los habitantes, explique por qué la operación culmina a la tarde con el izamiento de la bandera de Brasil en el centro de la favela.
*Desde Rio de Janeiro.