ESPECTACULOS
Daniel Barenboim

“Aspiramos a la libertad e igualdad entre israelíes y palestinos”

El célebre pianista y director de orquesta reflexiona sobre la política, la situación en Medio Oriente y el arte, que asegura no debe tener compromisos. Junto a Martha Argerich y la West-Eastern Divan Orchestra, toca en el Teatro Colón, y gratis en la Plaza Vaticano.

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El célebre pianista y director de orquesta reflexiona sobre la política, la situación en Medio Oriente y el arte, que asegura no debe tener compromisos. Junto a Martha Argerich y la West-Eastern Divan Orchestra, toca en el Teatro Colón, y gratis en la Plaza Vaticano. | teatro colon

Daniel Barenboim concentra genio musical y lucidez intelectual. Como si fuera hombre del Renacimiento, integra diversos saberes bajo una actitud reflexiva, apasionada y traducida en acciones concretas. El gran pianista y director argentino, que posee también las nacionales española, israelí y palestina, es capaz de, en apenas instantes, hablar sobre la belleza de los meses gélidos en América –“En invierno, en Europa hay sol sólo en las montañas, arriba. En Buenos Aires, en Nueva York, hace frío pero hay una luz extraordinaria”–; pasar por la teoría política –“La democracia empieza con el individuo, no con los partidos”–; y terminar en conceptualizaciones sobre el arte: “La música no se traduce, está siempre abierta a todos”.

Barenboim brinda tanto conciertos a sala cerrada como para multitudes, al aire libre, lo que se concretará durante una nueva edición del Festival Barenboim en el Teatro Colón. La programación comenzará el sábado 29 de julio a las 14, en la Plaza Vaticano (Viamonte y Libertad, CABA) en un dúo de pianos sobre piezas de Debussy y Wagner, que brindarán Barenboim junto a Martha Argerich, y que repetirán el mismo sábado pero a las 20 y el domingo 30 a las 17, ya en el interior del Colón, donde seguirá el resto. El 1 y 2 de agosto, será el turno de la West-Eastern Divan Orchestra, la que desde 2009 lleva adelante Barenboim y donde, con respeto y sin negar profundas diferencias, trabajan jóvenes intérpretes de Palestina, Israel y otros países árabes, bajo esta formulación: “Aspiramos a la total libertad e igualdad entre israelíes y palestinos; sobre esta base, venimos a tocar música”. Los artistas que siguen esta convicción harán, en Buenos Aires, obras de Ravel, Shostakovich y Berg, con Barenboim en la batuta y Argerich como solista. El viernes 4, será un concierto de cámara sobre Beethoven, con integrantes de la WEDO y Barenboim al piano. El sábado 5 concluirá el ciclo –domingo 6 y lunes 7 serán fechas organizadas por Mozarteum Argentino– con un concierto de la WEDO, con composiciones de Richard Strauss y Chaikovski. Sobre algo de todo esto, su artífice conversó con Perfil, entre momentos de buen humor y otros, de seriedad.

—¿Qué expectativas tiene para esta nueva presentación en Buenos Aires?

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—Lo que yo espero no es importante; lo que es importante es lo que espera la gente. [Se ríe]. Es un programa muy interesante para todos los gustos, edades y niveles de cultura, porque hay obras que necesitan una cierta costumbre de oír música regularmente, como las tres piezas para orquesta de Berg, y hay otras que, en la primera audición, ya enganchan al público, como los tríos de Beethoven para piano, violín y violoncelo.

—¿Qué implica tocar al aire libre, en relación con la percepción auditiva?

—No hay que hacerse ilusiones: tocar al aire libre no es comparable con tocar adentro. Pero el aire libre le da un sentimiento de comunidad al público, que es muy especial. Aunque Martha Argerich y yo estemos en un escenario, es como si todos fuésemos una gran comunidad, lo que, automáticamente, hace de eso algo más popular.

—¿Cómo se articulan dos pianistas para tocar juntos?

—Cuando hay dos violines, uno se suma al otro. Pero dos pianos deben equilibrarse. Hace falta sensibilidad para saber cuándo tocar más liviano o más pesado que el otro. Con Martha, el sonido es siempre muy libre, por eso me encanta tocar con ella.

—Usted transita por la música y por las relaciones internacionales. ¿En qué se parecen y diferencian arte y política?

—Son dos universos separados, por la simple razón de que en el arte no puede y no debe haber compromisos. Y la política funciona sólo con compromisos. Pero la política tiene que aceptar el arte porque es universal, y el arte debe manejarse en una vida que está dominada por la vida política. Lo mejor es tener músicos no políticos y políticos muy amantes de la música.

—¿Por qué cree que usted es escuchado por poderosos en el mundo? ¿Su prestigio como artista le abre puertas al diálogo?

—Qué sé yo… [se ríe]. Yo creo que me escuchan, a veces, porque llevo tanto tiempo, que nunca imaginaron que fuera a durar tanto. Toqué mi primer concierto público en Buenos Aires, en 1950. Dentro de 3 años, va a hacer 70 años de eso. ¡Y fíjese que todavía hay gente que va y compra entradas y viene a mis conciertos! Ja, ja, ja.

—¿Considera que ha hecho aportes para un mundo mejor?

—No lo sé, espero que sí. En todo caso, nada te da solamente derechos, sino también, responsabilidades. El hecho de que yo sea conocido en tantos sitios no es para pararse delante del espejo cada noche, antes de ir a dormir, y decir: “Yo soy famoso”. Tan estúpido no soy. La democracia empieza con el individuo, no con los partidos y las elecciones. Con cada derecho que te dan, tenés otra responsabilidad más.

—¿A qué músicos admira?

—De los pianistas del pasado, sobre todo, a [Arthur] Rubinstein, a Claudio Arrau. De directores de orquesta, a [Wilhelm] Furtwängler, lo admiro por su matrimonio entre dedicación a la obra y expresión en libertad y ardor. Y de los músicos del futuro, admiro a los que tengan el espíritu de nuestro tiempo nuevo y la curiosidad y la vocación para entender cómo se llegó al punto de hoy. Así son los músicos con los que voy a tocar el 4 [su hijo, el violinista Michael Barenboim, y Kian Soltani, celista de origen persa y austriaco].

—¿Por qué la música clásica sigue vigente?

—Porque es una de las expresiones más profundas en la humanidad. No es solamente una cuestión de cultura. No distingue continente, raza, sexo. Es la expresión humanística más pura que existe, porque es abstracta.

—¿Cómo articula la pasión y la razón cuando toca y/o dirige?

—Cuando uno estudia una obra por primera vez, el primer contacto es intuitivo. Luego, hay todo un trabajo de análisis. Al final, en el momento de tocarla, uno tiene que ejecutarla con un sentido libre, como en aquel primer encuentro.