Calificación: Buena.
Esta cuarta temporada (ayer se vio en Netflix el capítulo 9, uno por semana), Billions no pierde encanto. Cuando arrancó en el 2016 Bobby Axelrod, interpretado por el magnífico actor inglés Damian Lewis, era el blanco elegido por el fiscal del distrito sur de Nueva York, Jack Rhoades que interpreta Paul Giamatti. Los capítulos fueron llevando a estos enemigos íntimos a aliados tácticos-estratégicos. La mujer de Rhoades, Wendy, que hace Maggie Siff es justo la couch y psicóloga de la empresa Axe. Trata a los que van despacio en la “caza de millones”, con bajo rendimiento. Ahora vemos que el objetivo, siempre de destrucción es Taylor Mason, que protagoniza Asia Kate Dillon, antes empleada y CEO de Bobby y ahora con empresa propia.
Para el público común, no especializado en los fondos de cobertura, y las guerras entre CEO’s de Wall Street es mirar un mundo extraño, la de los que mandan. Por eso atrapa, porque lo que va contando es muy peculiar: cómo viven y defienden sus billones los poderosos en Estados Unidos. Se mueven en jets privados, compran mansiones en Los Hamptons de 84 millones de dólares, se dan los gustos en las comidas con chefs en sus casas, tienen cajas de seguridad enormes escondidas en sus reinos, y pueden complacer a los amigos llevándolos en privado a ver Metallica.
Claro que tal como los muestra la serie, no dejan de ser unos mafiosos con patente legal a quienes la gente no les importa nada. Ni la Justicia, ni la verdad, ni ninguna de esas patrañas a las que nos tiene acostumbrados el discurso oficial.
Si bien mantiene la adrenalina, la cuarta temporada no parece ser la mejor. El chiste impuesto por los guionistas son las metáforas utilizando los héroes americanos, desde Abraham Lincoln a los ídolos deportivos. Y las peleas continuas por estar en la cima y no retroceder, con las armas que tienen, y si no, la inventan. Bobby y Jack hacen la combinación perfecta. Ahí los favores se cobran caro, nada es de amigos. Jack arrancó despedido, y en el medio se convierte, con ayuda de Bobby , y de su padre, un extraordinario Jeffrey De Mun, que está en en el universo político-empresarial desde la cuna, en gobernador. Claro que para llegar tuvo que lanzar el secreto mejor guardado de la pareja Jack-Wendy. Amenazado por otros poderosos de hacer públicos sus gustos sexuales, decide contarlo él. En una de las escenas más increíbles, con cara de “normal” le dice a la prensa que con su mujer – que no sabía nada de lo que iba a hacer– practican el sadomasoquismo “en los confines de su intimidad”, que le gusta ser dominado con látigos, cerca del fuego, a lo 50 sombras de Grey y no pasa nada. Es una ficción, claro. Peculiar, seguro.
Los demás episodios van por el lado de la guerra con Taylor (Asia Kate Dillon), cuyo vestuario andrógino le da un aire nerd-dark. De hecho cuestionó el sistema binario de premios entre actriz-actor. “Axe” Le quita el apoyo del ruso malo, que hacía John Malkovich, y trata de desprestigiarla usando métodos no legales. Parte de ese universo es la ropa que usan los personajes. Bobby con sus suéterse con capucha de cachemira, de marca y sus jeans exclusivos, Jack siempre de traje y tiradores y Wendy en un estilo elegante de alta gama. El personaje de Bobby Axe, es fascinante. En el camino perdió a su mujer y sus hijos que se van de Nueva York a vivir a Los Angeles, pero no se descuida un segundo, secundado por su mano derecha, Mike “Wags” Wagner (David Costabile), es un genio cuando lo necesita ser. En la serie es el mayor atractivo.