ESPECTACULOS
FABIÁN “TWEETY” GONZÁLEZ

“Cuando empecé éramos muy pocos”

El músico, productor, arreglador, tecladista y responsable de un sello lanza su primer disco en cuarenta años dentro del rock nacional. Sus ideas sobre la música y su presente.

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Debut. El mítico creador lanza su producción personal bajo el sentido nombre de “Twitin Club”. | MARCELO DUBINI

El disco es algo que me lo debía y en algún momento lo quería hacer, como esa figurita que te falta en el álbum” dice Fabián “Tweety” González, una figura crucial en la historia de la música popular argentina, con ADN de rock, pero con un recorrido plural a la hora de sus producidos. Es músico, productor, tecladista, arreglador y dueño de un sello, Twitin Records, y ha tocado con todos, y ahora, puntualmente, en su primer discos, Twitin Club, toca con Lisandro Aristimuño, con Maia Tarcic, y muchos más, nombres que dan cuenta de su vínculo con el pasado y, principalmente, con el presente del rock. Sigue el mismo González: “Después de hacer más de trescientos discos para otros, tener uno propio en un momento se convirtió en una necesidad. Después de meter tanta mano propia en la música de otros, quería tener 100% control mío. A la vez, se llama Twitin Club, porque tiene un alma colaborativa. Hay mucha gente co-creando, y ‘el single, Jazzypop, era un homenaje al boliche que yo me crié: es el único tema instrumental del álbum, es el más rockero”. ¿Qué enorgullece a una carrera de muchísimos años? González: “Si voy presente para el pasado, acabo de terminar un disco de Miau Trío, tengo mucho cariño por el segundo disco de los Kuryaki, tengo cariño por Hey, un disco bastante darkie de Fito. Están atados a momentos los discos, no es solo la música”.

—Trabajaste en más de trescientos discos, entonces ¿te fue muy claro saber qué querías de tu propia música o todo lo contrario?

—Tuve que vencer la autocrítica feroz, encontrar los tiempos mentales y físicos (a veces tenés el tiempo en la cabeza, pero no en la realidad). La pandemia colaboró. El factor tiempo apareció: sobraba tiempo. Lo único bueno de la pandemia fueron ese tipo de cositas. Lo más inesperado fue encontrarme con Maia Tarcic, porque ella no viene de la música, y hay medio disco compuesto con ella. La llamé para hacer letras y terminó cantando, haciendo melodías. Fue inesperado, fue ponerle nafta súper al proyecto. Obviamente el disco me es difícil, no puedo ser objetivo. No dice nada muy especial de mí, al menos todavía, quiero decir, porque todavía está en digestión.

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—¿Qué lugar sentís que ocupás en la música argentina?

—Es difícil hablar de uno en esos términos, pero lo veo ahora que me empiezo a encontrar con gente que podrían ser mis hijos y conocen muchas cosas de las que hice, me preguntan, y me tienen un cariño especial por eso. Para mí es más valioso escuchar música nueva, que la de un Grammy que la está pegando. Escucharlos antes, tres meses antes de que salgan a la calle, que me pregunten si me gustó, si les puedo tirar una punta. Eso me da más alegría que un premio, que un Gardel o un Grammy, que es una cosa más estática, más semimanipulada en un punto. Siempre para mí lo más divertido de la música es encontrar música nueva. Para mi es el chiste de la cosa: no conformarse con la música que existe o que sabes que existe. Siempre hay algo más que descubrir, que está ahí latiendo. Me da tanta alegría hoy, a los 59 años, como me daba a los 15, cuando descubrí a Charly. 

—En ese recorrido, ¿qué recordás como la chispa inicial, lo que hizo que te quedes ahí?

—Cuando era chico, muy infante, lo ví a Tito Alberti, el papá de Charly Alberti, haciendo un solo de batería en Feliz Domingo, a principios de los años 70. Ahí me dí cuenta que me gustaba eso, aparecían los discos de mi casa, mi mamá tocaba el acordeón, yo estudiaba música desde los 4. Si bien mis viejos no eran músicos, siempre había un gusto musical latente. 

—¿Cuál es el cambio más radical que viviste en la industria argentina en tu vida?

—Yo creo es global, siempre es global. Hubo dos cambios que están muy relacionados. Primero internet, y eso trae de inmediato la segunda cuestión: la gratuidad. La gente no paga por la música. 99% de la gente consume gratis la música. Eso cambió mucho la cosa, y es la pata que no me gusta. Me parece que hizo mierda todo. En el sentido de que cómo no la pagas, no la elegís. Te da lo mismo pagar música que te gusta, o que te gusta más o menos. Cuando la pagas, pensas veinte veces qué disco te vas a comprar y escuchás hasta los temas que no te gustan del disco. No pagar te hace tener todo a mano, te da lo mismo todo, no te duele porque no lo pagaste. Elimina el proceso selectivo. 

—¿Cómo se puede lograr entonces que se aprecie la música desde un lugar que quizás ya no existe más?

—Vamos por la segunda generación que no paga música. Siempre hubo gente que pagaba, que no escuchaba discos, y escuchaba radio. OK. Pero esa gente siempre estuvo, a la par que la gente que compraba música. La gente que compraba se quedó en el vinilo. Es un objeto, es merch. Se regala, se compra de vez en cuando. Tengo suscripciones pagas a todas las plataformas. Soy un profesional y tengo un sello, me corresponde hacerlo. Me da bronca que la gente no quiera pagar mil mangos de Spotify. ¿Cómo querés que los músicos cobremos buenas regalías si no querés pagar ni mil mangos por la música? Empecemos por ahí: el público, aunque sea utópico, tiene que ser más analítico, y tiene que entender que paga toda la música del mundo nada.

—¿Qué es ser parte de la industria hoy, desde tu sello?

—No descubrí nada, pero yo soy el presidente de la Asociación de Sellos Independientes de Argentina, y sí descubrí otros sellos. Eso me hace conocer mucho el paño, los colegas, y son sesenta sellos de todas edades, de diferentes realidades. Muy sacrificado. La gente ya no tiene mucha idea para qué sirve un sello, es un conocimiento muy de melómano en un punto. El digital lo ha hecho muy poco rentable. Uno espera que en algún momento de los años levante, pero no sucede y también solo empeora. Es más difícil trabajar de la música hoy, y yo tengo la suerte de tener una carrera sólida que empezó hace cuarenta, cuando éramos muy poquitos. Cuando empecé éramos muy pocos.

—¿Cuál dirías que es la realidad de la música a la hora de la industria hoy?

—La matemática es la matemática: el 1% de los artistas se lleva el 99% de la guita. Es medio como el mundo. Trasladado al streaming, claro. El show en vivo sigue la fuente de rentabilidad de una artista, pero a partir de que corta cierta cantidad de tickets. Antes la tiene que remar en dulce de leche. Como siempre. Antes éramos menos, pero no tenías internet. Pero comunicarte era muy difícil. Hoy salen 120 mil canciones por día. Multiplícalo por todos los días del año. Es una bestialidad. Con bastante conocimiento de causa, porque camino Latinoamérica de pe a pa todo el año, creo que en Argentina somos muy originales. Incluso en la música urbana. Nosotros somos el Londres de esa música en América Latina. Hay menos preseteado, más artesanal que en el resto continente.

—Entonces, vuelvo, ¿qué representa el disco?

—Yo quiero creer, o creo, que el primero para que hacés música es para uno mismo. Primero te tiene que gustar a vos, por algo no lo terminás y te cuesta largarlo. Los discos uno los hace para uno, y después lo mostrás. Yo por lo menos no lo hago para otros. Conozco gente que hace música que no le gusta, pero come de eso. Yo soy un profesional, si hubiera hecho toda la vida la música que me gusta, me hubiera muerto de hambre. Me guste o no, lo hacía. Le digo a los chicos “no esperen que van a hacer solamente la música que les gusta”. Si querés vivir de la música, tenés que estar listo para afrontar las cosas, te gusten o no.