“Todo se vuelve comercial”, se rumorea, se dice por lo bajo, se da por hecho que así sucede.
Buenos Aires tiene varios circuitos teatrales, el oficial (con escasa producción en estos tiempos y numerosas promesas de apertura de las salas del San Martín y aires de renovación en el Cervantes), el comercial (Calle Corrientes) y el off o alternativo (infinitos espacios sostenidos a puro esfuerzo). Esta división, desde hace tiempo, dejó de ser tajante y hay cada vez más cruces y fusiones. En el teatro comercial, algunos productores repiten hasta el hartazgo que la gente sólo quiere reírse y olvidar, y el teatro debería funcionar como una suerte de lobotomía. Esta idea del olvido, de conseguir la risa fácil que genere alivio, se va extendiendo a otras zonas, en el off también se montan comedias semejantes a las de una sala comercial, pero sin actores de renombre. La risa fácil está sobrevaluada. En la televisión, la gente no para de reír para la cámara. Los noticieros arman ficción, generan drama y algunos pases de comedia. Se da por sobreentendido que informar es entretener. Y todos nos volvemos personajes con trazos gruesos y disponibles para construir una trama de fácil digestión.
Hace unos años, pudimos hacer en la Televisión Pública un ciclo llamado Doce casas. Cuarenta y ocho capítulos de media hora. Cada día debíamos resolver un capítulo. A los que no estábamos acostumbrados al ritmo televisivo, ese maratón nos demandaba un esfuerzo titánico. Pero nos gratificaba intentar una ficción disidente. Con sus aciertos y errores, con sus limitaciones, nos proponíamos utilizar un lenguaje alejado del coloquial pero al mismo tiempo accesible. Nos atrevíamos a pensar que lo popular no es contrario a lo poético. Podían mezclarse actrices y actores conocidos con quienes sólo habían actuado en sótanos o en cortometrajes. Hoy la ficción vuelve a rogar por un lugar perdido. La ley del mercado se devora relatos, los iguala, los domestica. El rumor se va expandiendo, lo que no vende no sirve. Y la adorable inutilidad de la poesía va quedando recluida.
El año pasado, con Alejandro Tantanian, tuvimos el placer de trabajar con Marilú Marini en Todas las canciones de amor, en el Paseo La Plaza; fue un suceso inesperado. Tenía humor, pero no era una comedia, era un espectáculo reposado, intenso, con espacio para la reflexión, y exponía toda la bella humanidad que puede generar una enorme actriz. La gente acompañó y el espectáculo volverá este año. Era un proyecto anhelado. No sabíamos si resultaría, sólo conocíamos el deseo de hacerlo.
¿Todo se ha vuelto comercial? ¿Escribo de manera comercial o alternativa? ¿Hay una escritura oficial? Preguntas que me superan.
Creo en una escritura necesaria. En escribir por curiosidad, para entender. Escribir para no perderse. Para no sentirse ahogado. Escribir como respirar, para intentar moverse cuando todo se va estancando. Escribir buscando signos vitales en uno y en lo que mira. Escribir en la calle, en la casa, en los bares, a escondidas. Escribir porque no se puede más.
No se trata de entretenimiento, sino de crear relatos que reflejen nuestras partes dolidas, vulneradas, nuestras zonas oscuras, para volver a pensarnos.
Y lo comercial, lo alternativo, lo oficial son espacios validos si aún hay libertad y deseo de búsqueda, y posibilidad de juego. Puede que se caiga en el error o tal vez se acierte, poco importa si hubo audacia y riesgo.
En unos días asistiré al estreno en Madrid de un texto mío, He nacido para sonreír, con dirección de Pablo Messiez; no sé qué sucederá. Una actriz española será la protagonista, desconozco quiénes lo verán. Pero me da emoción el intento; que alguien utilice mis palabras para generar un momento de vida y vértigo. El teatro es efímero e irrepetible. Somos fugaces y nos va ganando el olvido. El teatro puede ser un acto de resistencia. Escribir, actuar, dirigir, construir futuros recuerdos imborrables.
*Dramaturgo, director.