El lunes pasado, el mundo de la historieta se vistió de luto: falleció en la ciudad de Los Angeles Stanley Martin Lieber, más conocido por el público como Stan Lee. La noticia careció de sorpresa –su esposa durante setenta años, Joan Lee, la misma que lo había empujado a agregarles datos de la realidad a las historias de superhéroes, había fallecido un año antes, y desde entonces el artista se había mostrado cada vez más desmejorado e irascible– pero no de contundencia: las redes sociales en todo el mundo reflejaron el dolor por la partida del “padre” de los personajes de Marvel, hoy superpoderosos en cine y televisión. Muchos niños y jóvenes lo conocieron en la pantalla grande por sus recurrentes cameos cinematográficos, por lo que es una buena oportunidad para recordar quién fue este creador y qué importancia tuvo en el mundo del arte.
Desde Edison en adelante, se sabe que inventar no es exactamente lo mismo que patentar. En ese sentido, Stan Lee figura como creador de los personajes más importantes de la editorial Marvel Comics –Los Cuatro Fantásticos, el Hombre Araña, los X-Men, el Increíble Hulk, Doctor Strange y Thor, entre muchos otros–, pero no escapa a la polémica acerca de si ese dato era real.
En la mayoría de sus creaciones, Lee trabajaba en equipo con el dibujante y guionista Jack Kirby. Según el propio Kirby, las creaciones eran en verdad de él, que dibujaba las historias completas, inventaba los personajes y las tramas, y luego Lee se dedicaba solo a rellenar los globos con los diálogos. No es casual entonces que Lee siempre haya dicho que su creación preferida era el Hombre Araña: en ella esquivaba cualquier polémica de autoría porque no estaba Kirby, quien se marcharía a la competidora DC Comics para realizar más historietas excelentes.
El verdadero e indiscutible talento de Lee fue el de editor. Carismático, simpatiquísimo, supo relacionarse con los fans como nadie (ver recuadro), creó una mística en relación con los autores que generaban los cómics de Marvel –él mismo se autodenominó Stan
“The Man” Lee, así como Kirby fue “The King”–. Y, sobre todo, fue hábil para hacer resucitar a su parte del sector editorial, que en la década del 60 se encontraba en pleno declive. Para ello, tuvo la idea de que Marvel
fuera un universo homogéneo, donde en cada revista de cada personaje había referencias a las otras que publicaba la editorial. Así, en una revista del Increíble Hulk podía verse en un cuadro, en segundo plano, a los Cuatro Fantásticos luchando contra su enemigo y luego desaparecer, para generar en la legión de fanáticos las ganas de comprar todas las revistas de la editorial. Multiplicó el oro que, sabía, tenía en su poder.
Dedicó gran parte de su carrera a lograr que el universo de Marvel resultara coherente por más que lo escribieran distintos guionistas, y
ese es uno de los motivos por los que Marvel tradicionalmente le ganó en ventas a DC en Estados Unidos: mientras en una lo importante eran Batman, Superman o la Mujer Maravilla, en la otra lo que realmente trascendía era el conjunto.
La anécdota con un pequeño lector argentino. Como pocos, Stan Lee supo respetar a sus lectores, compuestos en los comienzos mayoritariamente por niños. Generó una mística y una relación afectiva que nadie supo igualar.
El dibujante argentino Quique Alcatena –que, entre otras, trabajó en publicaciones de DC Comics– recordó esta semana en las redes sociales una anécdota deliciosa que refleja cómo era Lee con sus lectores.
Cuando Alcatena tenía 11 años, consiguió el teléfono de la editorial Marvel. Aprovechando que estaba solo en su casa, llamó a Estados Unidos y, tras una espera de una hora en línea, consiguió que lo comunicaran con Stan Lee, quien charló con él muy amablemente a lo largo de quince minutos, en los que el pequeño Alcatena, que dominaba el inglés, le contó que era fanático de sus personajes y lo difícil que era conseguirlos en la Argentina.
Por la noche, el padre de Alcatena recibió una llamada de Entel para corroborar que desde ese domicilio se había realizado una llamada tan extensa –y tan costosa– a los Estados Unidos. El pequeño Quique primero lo negó, pero terminó confesando el “crimen”. Resultado: el padre lo castigó bajo el argumento de que leer tantas historietas lo dañaba, y le sacó todas las
revistas de la habitación prometiéndole que se las devolvería tras dos meses de castigo. Fue insuficiente: un mes después del llamado, a la casa de Alcatena llegó el cartero con una caja, de parte de Stan Lee, llena de cómics de Marvel autografiados.