Daniel Melingo crea imágenes en las que hay “un cielo estrellado, al lado de las vías o de un río incesante, en medio de la incertidumbre de la vida”; en ellas se condensa este artista “multi”. Multiestético, atravesado por referencias locales a barrios porteños y por preocupaciones universales. Multigénero musicalmente: entre el rock, el pop, el reggae, ritmos folclóricos europeos, integró Los Abuelos de la Nada, Los Twist y viró al tango. Multiinstrumentista: de vientos y de cuerdas. Multidisciplinario: compositor musical, ejecutante, cantante, poeta… y próximo a terminar de armar una ópera digital. Melingo cruza, además, como muchos de los que se dedican al 2x4, océanos: transcurre una parte del año dando recitales en Europa; otra, en América Latina.
Entre un continente y el otro lleva su peculiar música sostenida por una nutrida orquesta. Las letras son enunciadas por su voz gruesa, casi carraspeada; suele tener artistas invitados; cada quien encarna un personaje. El cantautor es el Linyera, una suerte de mito desde el momento preciso de haber nacido, no con cero años sino con 50, según reza la inventiva que le dio vida. La mitología de Melingo absorbe la retórica más lunfarda del tango, tintes esotéricos, alusiones a la Isla Maciel o a autores costumbristas como Fray Mocho, combinadas con anécdotas dramáticas, melancólicas, irónicas, casi existencialistas.
La novedad es Oasis, el nuevo disco con el que cierra la trilogía que integran Linyera (2014) y Anda (2016). La pandemia del coronavirus cambió los planes respecto de su presentación. Estima llegar en julio al verano de Alemania y Portugal, y a Francia, Austria, Hungría y España, entre septiembre y octubre. Mientras se reorganiza la gira prevista por Buenos Aires, Chile, Perú y Paraguay, Oasis –en cuyos temas hay participaciones de Andrés Calamaro y del poeta Fernando Noy– está en Spotify; los videos Camino y hablo solo, Está vivo y Navegantes, en YouTube, y Melingo, en esta entrevista con PERFIL.
—¿Cómo se cierra esta trilogía lunfarda?
—Más que cerrarse, se abre. Este álbum es como la punta de un iceberg. Es una obra de 47 canciones, 13 de las cuales están en Oasis. Tenemos planeado estrenar la obra mayor el año que viene, con un montaje teatral audiovisual, representando a todos los personajes de esta narrativa, una especie de leyenda del Linyera.
—Linyera viene del lunfardo… ¿Cómo se ha ido construyendo el vocabulario de tus canciones?
—Hace más de veinte años vengo investigando sobre el tango. Mis últimos ocho álbumes están dedicados a este género. Mi trabajo con Luis Alposta, vicepresidente de la Academia del Lunfardo, me ha introducido profundamente en este lenguaje. El lunfardo es un lenguaje devenido en literario, es el lenguaje literario para escribir tangos. Hay que usar no solo las voces lunfardas provenientes de diferentes regiones del mundo, sino también los ambientes donde se cuentan esas historias. Tengo voces lunfardas favoritas, que son las más usadas: “guita”, “bondi”, “mina”, “bulín”… “cotorro” [se ríe].
—La peculiaridad de tu tango se plasma ya en la diversidad de instrumentos que utiliza tu orquesta. ¿Podrías nombrar algunos?
—Tengo un equipo de multiinstrumentistas. El que dirige mi banda, Muhammad Habibi, está especializado en instrumentos de cuerda de Asia Menor, que son los que utilizamos: el buzuki, el ud, el baglamá, el baglamá saz e instrumentos derivados de la música rebética, de la otomana. También, instrumentos tradicionales como el piano, el bajo, la guitarra. Ahora incorporamos la batería, con Rodrigo Gómez Casa, y cajitas de música construidas por Guilo Villar. Un disc-jockey dio la característica electrónica, con graves y sobreaugudos a los que no llegan los instrumentos tradicionales. Yo toco vientos, como el clarinete, el clarinete bajo, las cornamusas. Y las voces son muy importantes. El problema es mantener la música viva en las grabaciones, porque muchas veces deja de tener ese cariz de estar latiendo y sudando, lo que se percibe cuando uno ve a los músicos tocando.
—¿Cómo concebís el equilibrio entre música y letra en cada canción?
—Fundamentalmente soy músico: me gusta la música pura. También me gusta la poesía. En el oxímoron que es la canción hay una química especial. No siempre funciona con muchas palabras ni con mucha música; hace falta un equilibro exacto para que cobre vida esta tercera posición que es la canción.
—Tuviste abuelos músicos; tu hijo Félix es músico y toca en tu orquesta. ¿La música se transmite genéticamente? ¿La música se enseña?
—Las dos cosas. La música es una cultura que, por medio de la educación del oído, se va adquiriendo. La composición es un don con el que uno nace. De la composición se pueden aprender sus técnicas, pero no su creación. El compositor nace compositor. El músico, lo puede adquirir culturalmente.
—En torno al tango, hay quienes afirman, rotundamente: “A mí, el tango no me gusta”. A la vez, está la frase “El tango siempre te espera”. ¿Qué pensás?
—La ignorancia de conocer un estilo a fondo hace que veamos la superficie, pero el tango tiene muchas connotaciones sociales y psicológicas con el argentino; entonces para muchas personas no es sencillo introducirse en este maravilloso mundo que es el tango. Pero el tango no tiene ningún tipo de apuro: tiene más de cien años. La paciencia es algo que desarrolló bastante [se ríe]. Sin duda, los va a seguir esperando.
—¿El rock también tiene algo atemporal?
—El rock es contracultural como el tango. Se puede ver a los dos géneros como piezas de museo: la mirada hacia el pasado construye el futuro. Hoy, tanto el rock como el tango llegan a la juventud, porque son culturas muy fuertes que tuvieron su cúspide en otro momento.
—El presente, la coyuntura mundial, ¿te darían pie a hacer una canción?
—Las canciones no se planean; las canciones surgen. La canción no es un medio para especular. Esto que digo no significa que no se haga, pero creo que la composición debe esperar el momento en que ocurra. Mientras tanto siempre hay muchas cosas para hacer. En su momento, ya vendrán estas canciones.
—¿La música es, como el título del disco, un oasis?
—Comencé este trabajo hace dos años y medio, y premonitoriamente hace mucho hincapié en esta problemática que vivimos hoy en día. Nunca mejor que este momento para disfrutar de un oasis interno, de esa búsqueda necesaria, de la mirada hacia adentro que todos debemos poner, durante esta guerra silenciosa en la que nadie sabe dónde está el enemigo.
Colegas y maestros
En su trayectoria, Daniel Melingo ha colaborado tocando con o tocando para figuras nacionales e internacionales. Aquí, sus recuerdos.
Miguel Abuelo: “Es un gran maestro para mí, no solo en lo musical, sino también en lo literario y lo filosófico. La manera de vivir y de sentir la vida, su capacidad como poeta, cantor y showman… fue un aprendizaje único”.
Milton Nascimento: “Acompañé a Milton durante unos meses, cuando tocaba con el Grupo Agua, en el que yo era el único argentino. Lo conocí en Belo Horizonte en una fiesta de recepción que le hacían: muy callado, siempre, con una persona del lado derecho y otra del lado izquierdo hablándole a los oídos, y él con la vista fija en el horizonte. Un personaje emblemático, de una calidad sensitiva única.”
Charly García: “Uno de mis grandes maestros. Terminé de incorporar su música al tener que tocarla y comprender la perfección que encierra: no hay una nota de más ni una nota de menos. Dentro de su oído absoluto, es increíble su don de compositor y de antena con el más allá, con el inconsciente colectivo, como él lo nombra”.
Fabiana Cantilo: “Una hermosa persona, una cantante natural. Sigo siendo su amigo y seguimos compartiendo momentos muy agradables después de haber recorrido ese año tan importante, el 83, cuando nos juntamos para hacer La dicha en movimiento”.
Andrés Calamaro: “Uno de los artistas y compositores más brillantes y prolíficos que conozco. Es de un torrente creativo. Desde muy joven nos acostumbró e introdujo en su manera de concebir y de componer la canción”.