Más que luchar contra su propio ego, Ismael Serrano batalla día a día contra la reiteración. “Es lógico, uno se pone más hermético con el tiempo, pierde perspectiva de la calle”, dice el cantante madrileño de 41 años, que esta noche dará un concierto en el Gran Rex.
—¿Qué vida tiene tu último disco, “La llamada”?
—Desde el punto de vista comercial muy poca, porque la industria genera necesidades constantes y se ha perdido la mirada a largo plazo. Antes de un CD se podían editar cinco singles, ahora uno o dos como mucho, y si suenan bien se hace uno o dos videoclips.
—¿Las compañías presionan a los artistas?
—A mí no. A mis discos trato de darles recorrido, toco en ciudades de España y Latinoamérica a las que pocos artistas van y adonde la industria no llega porque se ha vuelto más conservadora y asume menos riesgos.
—¿El nacimiento de tu hija Lila te cambió la manera de pensar las giras?
—Sí, totalmente. Ahora sé lo que es la distancia, lo que es estar lejos y echar de menos a alguien. Eso lo sentí por primera vez en mi etapa de padre. Es realmente muy jodido, por eso procuro no pasar tanto tiempo lejos de casa. Jimena (Ruiz Echazu, su esposa argentina) es actriz y tiene sus cosas. Es la parte difícil de este oficio.
—¿A Lila la vas a criar en Argentina o en España?
—Mi epicentro es Madrid y a mí me gustaría que mi hija creciera allá porque es donde he vivido, crecido, es mi casa; el hogar al que regreso es Madrid. Paso tiempo aquí en Argentina, donde está la familia de Jimena, así que dividimos las fiestas, una allá y otra acá.
—¿Qué es lo que más y lo que menos te gusta de Argentina?
—Me gusta la capacidad de lucha, que levantan la mirada cuando todo se derrumba, y la crisis de 2001 es una clara evidencia. Lo que no me gusta de Argentina es lo mismo que no me gusta de España: que se normalicen ciertas conductas que tienen que ver con la injusticia, la corrupción, que hacer trampas sea natural.
—En 2005 editaste la canción “Dulce memoria”, en la que hablabas sobre la inmigración a Europa. Una década después, el mundo se escandalizó con la foto del chico sirio muerto en las costas de Turquía. ¿Creés que la foto sirvió para concientizar?
—Sí, pero... ¿hasta qué punto las redes sociales generan una fantasía de activismo que tranquiliza nuestra conciencia y que para nada es eficaz en el cambio? Creemos que somos capaces de presionar a nuestros políticos y finalmente eso es un bluf. La foto muestra la decadencia de Europa como modelo, como paradigma de lugar de desarrollo democrático, de desarrollo de derechos, que se les están negando a los refugiados políticos que vienen de la guerra. ¿Cómo es eso de dar trabajo dependiendo de tu nacionalidad y del lugar de donde vienes? Eso nos acerca al fascismo más duro. En la vida diaria de un español afectan mucho más las decisiones de los grupos económicos que presionan para que se haga una legislación laboral afín a sus intereses que la llegada de un inmigrante.