ESPECTACULOS
MarilÚ Marini

“Las voces oscuras aparecen en todo el mundo”

La intérprete y directora llegará para presentar su última creación ya estrenada en Madrid. Analiza la relación madre e hija, eje dramático del nuevo espectáculo y recuerda los consejos del gran director Peter Brook.

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Temporada. La actriz lleva a las tablas del verano “El corazón del daño”, adaptación de la novela de la escritora María Negroni. | GZA. PRENSA EL CORAZON DEL DAÑO

Habla muy pausado, piensa cada palabra y no es difícil imaginársela sobre cualquier escenario. Ella, Marilú Marini volverá a Buenos Aires para estrenar en El Picadero el unipersonal El corazón del daño el 17 de enero, basada en la novela de María Negroni, que fue adaptada para el escenario por Oria Puppo y Alejandro Tantanian y este segundo la dirigió. Serán sólo ocho semanas, con funciones de miércoles a domingo con precios desde $ 13 mil a $ 14 mil.

Los comienzos de Marilú Marini fueron en el Instituto Di Tella en la década del sesenta, primero como bailarina y coreógrafa, e inmediatamente apareció la actriz. Luego partió a Francia, país de adopción, en los que conquistó los máximos premios y condecoraciones que puede soñar alguien de la cultura. En el 2018 estrenó en el Cervantes Sagrado bosque de monstruos y allí mismo dirigió Escritor fracasado, texto de Roberto Arlt que adaptó junto al actor Diego Velázquez. Sin olvidar su puesta más cercana: Mátate, amor, con la actriz Erica Rivas. 

Vive habitualmente en París, aunque en septiembre se mudó a Madrid para presentar El corazón del daño en el teatro Español. Recuerda: “Tuvimos una gran afluencia de público, poníamos el cartelito de localidades agotadas, casi todos los días. Pensamos volver entre agosto y septiembre del 2024, para hacer una gira por España.”

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—Parecen perseguirte los personajes donde se cuestionan las relaciones madre/hijo. Dirigiste “Mátate, amor” en el teatro y coprotagonizaste con Julio Chávez su película “Cuando la miro”. ¿Por qué esa elección?

—Pienso que hay una elección mía hacia ese tema y también algo que viene hacia mí, a pesar mío. Por mi edad tal vez debería hacer de abuela –se ríe–, pero creo que tengo una comprensión de esa relación tan compleja y tan cercana a todos. Aparece en mi decisión y también en la elección de los autores y de los temas hacia mí.

—¿Cambió esa relación después de Freud y el psicoanálisis?

—Creo que se desacralizó y se desestructuró. Antes la relación con la madre y la maternidad era algo que tenía que ver con el orden de lo sagrado, de lo intocable, de lo que estaba lejos de una humanidad. Además de Freud se sumaron las escritoras feministas, que decían que una mujer no es solamente una madre y cuando lo es no deja de ser mujer, con todas sus necesidades. Me parece que se salió del sometimiento del rol de la mujer como madre, como si ese fuera el único y el más alto. No sólo en el siglo XX hubo manifestaciones de mujeres que decían “no nos reduzcan, somos seres humanos con toda la diversidad y los deseos de cualquier ser humano”.

—La novela de María Negroni es la antítesis de la madre del tango argentino…

—Sí, claro, es una madre exigente, a la que nunca nada le alcanza. No demuestra satisfacción o aceptación frente a lo que hace esta hija. Describe a quien no puede ver a su hija, porque no puede encontrarse con ella. Tiene una insatisfacción frente a sí misma y a su vida. 

—Aquí serás la voz de la hija recordando a su madre: ¿es autobiográfico?

—No sé si es autobiográfico o en qué parte lo es. Un poco lo que lo que se dice es que “lo que no te mata, te fortalece”. Negroni, la autora, elaboró esa situación tan difícil y armó esta historia. Es muy fuerte en el texto que la madre está presente, por ausencia. No puede manifestar corporalmente su amor hacia su hija.

—¿La relación madre e hijo es la mínima unidad de una sociedad?

—En tal caso es una unidad generadora. La estructura de la cultura aparece cuando el incesto es reprobado y está prohibido. Edipo se ciega después de saber que se acostó y que tuvo hijos con su madre, ahí decide no ver más al mundo. Una madre teje a su hijo con sus tejidos, no puede escapar a lo esencial que es esa relación de cuerpos. Es la mirada de la madre la que hace al niño tener una identidad. Evidentemente es una relación primordial para lo que es después el desarrollo social, con su inserción.

—¿Cuál es la técnica para pasar de integrar grandes elencos a unipersonales?

—Cuando estoy sola en el escenario, la situación es que el interlocutor es el público, que siempre lo tenés y se transforma en tu compañero de juego. No tengo una técnica racional. Pienso que para interpretar un personaje hay que amarlo, sea lo que sea, cuando es complicado o bello o perverso. En el caso de un monólogo hay que hacerlo con mucha intensidad y se debe administrar muy conscientemente la energía. No soy una actriz racional, pero tengo la suficiente intuición. Creo como para poder estar alerta y sentir lo que está sucediendo a mi alrededor.

—Fuiste la última actriz argentina en ser dirigida por Peter Brook: ¿qué te dejó?

—Él subrayaba que había que despojar de todo artificio teatral, para llegar justamente a una teatralidad más íntima y expresiva. El público y el texto que una está interpretando y aparte la conciencia del conjunto. En “La Tempestad” éramos siete intérpretes y él siempre trabajaba para armonizar y comunicar el trabajo entre nosotros.

Buscaba una comunicación, como si estuvieras hablando de frente al público y diciendo el texto, dejando de lado lo que no es importante y necesario. Debíamos tener los poros bien abiertos y huir del aburrimiento de esos actores que quieren lucirse.

—Actriz, también directora e incluso coreógrafa: ¿qué preferís?

—La coreógrafa apareció cuando era muy joven y estaba en el Instituto Di Tella. Hicimos espectáculos con Ana Kamien, porque me inicié como bailarina. La dirección surgió ante un texto tan movilizador como el de Ariana Harwicz –“Mátate, amor”– y con una actriz tan llena de matices y de libertad, como es Erica Rivas. Lo mismo me pasó con Diego Velázquez y la obra de Roberto Arlt. El texto de Arlt parece escrito ayer, a pesar de ser de la primera mitad del siglo pasado. Hasta ahora tuve dos actores excepcionales. Tanto Harwicz como Arlt tienen esa insolencia, con el humor argentino y su ironía.

—¿Los argentinos tenemos un humor particular?

—Si, a mí me parece fundamental. Es justamente lo que hace llevaderas situaciones críticas como se han vivido y se viven en la historia argentina. Nuestro humor es una mezcla bastante importante entre el judío y el inglés. Tiene esa característica, esa posibilidad de reírse de sí mismo como lo hacen los judíos y la ironía que tienen los ingleses. Fui amiga de Antonio Seguí (artista plástico) que como cordobés demostraba siempre su particular humor en toda conversación, era una delicia estar con él.

—¿Cómo ves al feminismo hoy en el mundo?

—Hay muchas opiniones encontradas también en Europa, porque estamos viviendo una situación en la cual las voces oscuras aparecen en todo el mundo. Aquí en Francia la decisión de la interrupción voluntaria del embarazo está muy presente. Pero dentro de poco esta ley va a estar dentro de la constitución. Es un derecho que existe gracias a la lucha de quien fuera ministra de Salud: Simone Veil. A las mujeres nos han negado los lugares, durante mucho tiempo. Todavía hay que luchar. No sé por qué cuando son evidentes nuestras capacidades e iguales a las de los hombres. 

—¿Cómo se viven las dos guerras en Europa?

—Lo terrible es que aparece en lo cotidiano como noticia. Lo que se vive en Ucrania y los acontecimientos en Medio Oriente son sangrantes, dolorosos e injustos para la gente, los humanos y ciudadanos. Es una lucha de poder social y económico. Se trata de tener empatía hacia la situación del otro. Es mucho más fuerte que la sed de entenderse y de comunicarse, que no hay.