Aaa aa, Aaa aa”, el alarido resuena inconfundible y único. Viene del medio de la jungla, entre vegetación y animales salvajes. Ese grito de guerra volverá a resonar este jueves en los cines con el estreno de La leyenda de Tarzán, una nueva versión del personaje creado por Edgar Rice Burroughs que se crió desde bebé en la selva africana, junto a los simios.
Lejos de los sets creados en Leavesden Studios de Warner, que en pleno Reino Unido simularon los más inexplorados parajes del Congo, Alexander Skarsgard, el nuevo Tarzán, estuvo en Buenos Aires y en un lujoso hotel de Recoleta reflexionó sobre esta interpretación que significa su primer protagónico en cine, tras ganar notoriedad luego de siete años en la piel del vampiro Eric Northman en la serie True Blood.
Nacido en Estocolmo, Suecia, Alexander, de 39 años, es hijo del también actor Stellan Skarsgard –quien trabajó con Ingmar Bergman– y comparte su pasión por la actuación con dos de sus hermanos, Gustaf y Bill. Desde pequeño, dice, supo de la existencia de Tarzán, por la atracción que su padre tenía por el famoso personaje. Un poco por él, confiesa, decidió interpretarlo. “Mi padre creció en un pequeño pueblo de Suecia, y todos los sábados en la matiné de los cines veía las películas de Tarzán de los años 30 y 40, en blanco y negro, protagonizadas por Johnny Weissmüller”, recuerda. “Así es como se enamoró del personaje, y desde entonces Tarzán es su máximo ídolo. Yo me sentaba junto a él, lo veía y Tarzán me parecía fabuloso. Me encantaba la jungla, me fascinaba el personaje... Cuando era chico me gustaban los superhéroes pero, al mismo tiempo, me parecía increíble esa especie de crudeza. Tarzán era un superhéroe pero no tenía poderes, no venía de otro planeta. Nada de artilugios, nada de artefactos, sólo poder natural, nacido de la necesidad de sobrevivir en la peligrosa jungla. Todo eso me encantaba”, dice el actor con sus 1,94 metros acomodados en un sillón, de traje, bien afeitado y prolijo, más parecido a Lord Greystoke, el “tarzán civilizado” que compone el comienzo del film que al hombre animal que lleva adentro.
—En el personaje que interpretás en “La leyenda de Tarzán” coexisten las dos partes del ser humano, la civilizada y la animal. ¿Cómo funciona esta dualidad en tu vida?
—Creo que tratamos de mostrar nuestro lado civilizado. Eso es lo que queremos que la gente vea y así es como queremos presentarnos ante el mundo. Pero el animal nunca deja de estar dentro. La pregunta es dónde y cuándo se manifiesta, ¿no? Hace un rato fuimos a pasear por La Boca, y al regresar vimos dos conductores que se bajaron de sus autos y empezaron a pelear entre ellos. Y ahí vi cómo se manifestaba su lado animal: ya no eran tan civilizados. Creo que parte de la fascinación que despierta Tarzán se debe a esa dualidad hombre-bestia y al hecho de que todos podemos relacionarnos con ella. Todos tenemos esa dualidad dentro y siempre es interesante ver cómo ese lado animal que tratamos de mantener dentro a veces sale a la luz, a todos nos pasa. Fue muy divertido como actor explorar esa faceta, con este personaje que al principio es Lord Greystoke, un individuo muy civilizado y luego al final es Tarzán y sólo Tarzán. Y el Lord ya no existe.
—Además del argumento principal, la película introduce el tópico de la esclavitud en el siglo XIX. ¿Cómo creés que este comportamiento se manifiesta en la actualidad?
—La película transcurre a finales de 1880. Pero creo que trata temas muy relevantes y de gran importancia que resuenan en el presente, cuando se trata de cómo nos tratamos entre nosotros, la falta de respeto, como algunas personas se sienten superiores a otras. Y no sólo eso, sino también cómo tratamos a los animales. Se ve brevemente en la película el daño que les estamos haciendo a los elefantes. A finales de 1880 en Africa había 19 millones de elefantes, y hoy hay sólo medio millón... Entonces, me parece que es un problema grave que tenemos que abordar en algún momento, porque hay muchos animales que están al borde de la extinción. Y además, el planeta mismo está en peligro. Espero que cuando la gente vea la película pueda experimentar la belleza de la jungla, la belleza de estos animales en la jungla, y la importancia de respetar eso y de preservarlo.
—Cambiando de tema, trabajaste con Lars von Trier en “Melancolía” (2011). ¿Es realmente tan difícil rodar bajo sus órdenes?
—¿Lars von Trier tiene esa fama, no? No, para nada. Fue una de las mejores experiencias de mi carrera. Nunca me sentí más libre. La primera escena que filmamos es una junto a Kirsten Dunst y vamos en limusina a un casamiento. Lars la filmó casi toda él mismo. Y estaba en la parte de atrás de la limusina. Me dijo: “podés improvisar un poco el diálogo, y en algún punto te bajás para ayudar al conductor, porque se va a atascar el coche”. Y le dije: “OK. ¿Por qué puerta preferís que salga?”. Y contestó: “No sé, ¿cuál preferís vos?”. Y normalmente esas cosas suelen estar pautadas, son de una manera y ya, y con Lars fue al contrario. “Depende de vos, hacé lo que mejor te parezca. No te preocupes por mí, yo te sigo”, me dijo. Y creo que eso, de alguna manera, marcó el tono de todo el proceso de filmación junto a Lars. Fue increíblemente liberador. Podés hacer lo que quieras, lo que sientas, cualquiera sea el impulso que tengas, Lars va a estar ahí con la cámara. Así que definitivamente no es un dictador ni nada de eso.
—Después de haber finalizado la séptima temporada de “True Blood” (HBO) hace un par de años, ¿qué extrañás de la serie?
—Fue un lujo trabajar con los mismos colegas por siete años. Es difícil lograr eso en esta industria. Normalmente tenés relaciones más intensas, trabajás un par de meses, luego pasás a otra cosa y probablemente no los volvés a ver más, o cinco años después o en otro trabajo. Fue agradable de alguna manera crecer juntos en Hollywood. Experimentamos muchas cosas juntos y crecimos con eso y con la mayoría aún mantengo amistad. A veces extraño estar en el set con ellos.