ESPECTACULOS
ENRIQUE BELLANDE

“Uno hace las películas para poder conocer cosas”

El director de documentales regresa a la pantalla grande con el estreno comercial de La vida a oscuras, un retrato sobre la figura de Fernando Martín Peña, nombre crucial del cine argentino y responsable de una forma de ver el medio que responde a su cuidado, sus obsesiones y su sacrificio.

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Regreso. El documentalista posee una de las miradas más poderosas en el cine local. | Nestor Grassi

Fernando Martín Peña es un nombre crucial del cine argentino. Uno de los más importantes. Su forma de ver el cine ha fundado no tanto una escuela, si no una forma de vivir el cine, una de, lamentablemente, resistencia. Su curadía en el Malba, y otros rincones, su Filmoteca en la TV Pública, su paso por la gestión pública en la dirección de grandes festivales y su rol como periodista, maestro y más: Peña es, para caer en el cliché, un luz dentro del cine. Enrique Bellando, director de Ciudad de María y Camisea, es otra persona cuya mirada ha generado hitos en nuestro cine. Pocos documentalistas tienen su sensibilidad, y aunque filma con menos frecuencia de la deseada, su regreso con un documental sobre Fernando Martín Peña, La vida a oscuras, es un hecho para celebrar. El mismo Bellande habla sobre su vínculo con Peña y porque hacerlo protagonista de su mirada: “Lo Conozco desde 1991. Lo difícil a la hora de este documental fue pasar un poco del otro lado. Hay algo de todo el universo que se ve en la película que él lo tiene, medio así, escondido, pero como él es medio huraño tenía ese miedo. Pero también entendí que él se despliega mucho de forma pública, de una manera muy fuerte, es decir, de cierta forma, en su universo, lo conoce todo el mundo a Fernando. Pero me interesaba quizás más esa otra parte, donde yo me doy cuenta que él necesita su espacio y entonces ahí podemos ver su casa y otras cosas, como que no trabaja con otras personas ni en su casa o en la cabina, como si fuera celoso de sus lugares. Su casa era como su universo, eso lo sospechaba por cosas que él iba escribiendo y que yo conocía. Pero, bueno, también era un poco descubrirlo y para eso uno hace las películas: para conocer cosas.

—¿Qué cosas fueron apareciendo entonces en el rodaje que te sorprendieron?

—La película tardó mucho en terminarse. Algunas cosas nos sorprendieron en el medio del rodaje, por ejemplo el cierre de Cinecolor fue algo que por un lado estaba largamente anunciado que pasaría, pero puntualmente pasó cuando yo ya estaba filmando. De hecho, me avisó eso Fernando justo un día que íbamos a filmar con él: tuve que cancelar lo que íbamos filmar porque conseguí que me dejen entrar al último día de Cinecolor. Un poco lo que me interesaba de Fernando fue también eso, como él medio se terminó haciendo cargo de tanto a la hora de la preservación del material que se tiró en ese momento. Me parece como que él se había puesto en una especie de misión de rescatar todo, casi solo, y era una locura. 

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—También hay algo que implica dejar en claro la constancia del trabajo de Peña y lo que representa.

—La ética de trabajo de Fernando es algo que uno cree que conoce, pero cuando entras a la casa y ves la magnitud de ese material y con la energía y la disciplina que lo va recorriendo en todas sus facetas (digo desde cuidarlo, encontrarlo en un lugar, catalogarlo, hasta verlo, pensarlo, escribirlo, programarlo). Todo eso implica una ética de trabajo insuperable. No conozco a nadie que pueda producir tanto. Tan consistentemente. Encima con un material que es muy difícil, o sea, la laboriosidad que implica simplemente presentar una película es mucho: del traslado del material al armado para poryectarlo. Sobre todo confirme, pero no sé si es algo que yo descubría y sino que lo confirmé. que esas acciones permiten dimensionarlo un poco mejor. Todo lo que hace permite que la vida de la película sea más larga. Termina la proyección todo el mundo se va y Fernando se queda rebobinando la película viste para guardar. Hay mucho en ese acto.

—En ese sentido ¿qué sentís que representa lo que hace Peña y lo que dice sobre la conservación y ciudado del cine en Argentina?

—Es un modelo de trabajo y de amor. A veces, digamos las instituciones, no llegan tampoco a tener, al menos de esta forma, con está metodología. Peña es alguien a quien no le importa más que eso, que su trabajo. Él fue muy consistente con lo que hizo, y con todo lo que. Para mí se lo ve mucho como un preservador.  Pero para mi es también un programador, alguien que difunde el cine. Yo veo las películas de Peña desde hace 30 años, veo todo lo que él muestra en el programa de televisión y veo todos los lugares donde fue programando. Veo todo un sistema donde antes él era uno más y hoy es el único que queda. No hay nada más hoy. Lo único que queda es nómas Fernando. Digo, entiendo hay otros, la Lugones y más, pero en cantidad y variedad me parece que todo está bastante atrás lo que produce en soledad Fernando, con su modo medio de cabezadura (¿viste es una persona contra instituciones?). 

—¿Sentís hay una crisis en lo que puede verse en el cine?

—Cada semana y en todos los lugares, no hay nada para ver. En Buenos Aires hay muy poco y era una ciudad que era un paraíso cinéfilo, con muchas pantallas interesantes. Yo no quería hacer una biografía de Fernando. Sabía que eso no me interesaba. Tampoco quería ser una película llorona. Creo que la película no es una película llorona pero sí que da cuenta del paso del tiempo, de los cambios de formatos, de algo que es bastante crudo y devastador. La película no se pone melosa, en esas cosas. Otro límite también era no endiosar a Fernando: mantener una distancia, digamos, no hacer una geografía de Fernando, sino hacer un retrato justo, balanceado, con la posibilidad de acercarnos y alejarnos simultáneamente, de mantener cierta distancia. Y después estaban los otros límites, los que ponía él, hasta donde te deja entrar.

—¿Cómo definirías tu mirada como autor?

—Querés estar al lado de donde pasan cosas que te resultan fascinantes y que no terminas de entender. Buscas darles una dirección. En este caso, quería contar en la película sobre la experiencia de ir al cine, que es algo que amo, que me importa, que me gustaría que siga vivo. que siga existiendo. Entonces, la idea era llevar un poco a los espectadores a ese lugar a valorarlo.

 

Los tiempos del mirar

—¿Cómo fue el proceso de trabajo en términos de tiempo, del rodaje?

—Empecé primero muy cautelosamente, muy de a poquito: filmé mucho en el, creo, 2015-2016 y en esos dos años filmamos el grueso de la película. Bastante buena parte se filmó ahí, después me costó seguir el hilo en la película, además la hice en buena parte solo, o sea la produjé yo y muchas veces iba y filmaba y hacía sonido yo solo. A veces me acompañaron algunos amigos, siempre diferentes, entonces no tenía una estructura armada y así la fui dejando, pero en esos años sí agarré algunas cositas. Hasta que la agarré el año pasado y la cerré de una vez, o sea, casi ya nos faltaba nada, hice unas cositas muy chiquitas y la terminé, pero bueno, eso pasa porque en el medio tuve que trabajar para vivir y no tenía el espacio para hacer la película.

—¿Cuán difícil es hacer un documental en Argentina cuando uno filma lo que quiere?

—Para mí lo más difícil que para mí fue poder vivir de eso. Ese es como el primer obstáculo, es todo lo que hay que hacer en el medio para vivir. y tenes que postergar. Me gustaría cambiar eso de trabajar solo la verdad, es un poco desgastante y necesitas ayuda. Yo siempre terminé haciéndolo así, pero fue involuntario y me gustaría cambiarlo. Siempre es difícil verse en el espejo, creo que aprendí a generar cierta distancia de las cosas. Muchas veces dicen que está película es observacional y varias veces como que se usaba el término y siento que son términos que se ponen de moda, creo que se refieren a esa distancia de la que te hablo. Acá hay cierta voluntad narrativa con materiales, por supuesto no una voluntad clásica.