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Laura Crespi “Ser humanos nos está costando caro”

Somos la generación que lo puede todo… menos detenerse. Trabajamos más, sentimos menos y confundimos movimiento con progreso. En un mundo que idolatra la productividad, ser humanos se volvió un lujo. Lo más irónico: la productividad emocional —la que sostiene la motivación, la empatía y la creatividad— ni siquiera figura en los balances. Por Laura Crespi, Estratega en Marketing y Psicología Social.

Laura Crespi “Ser humanos nos está costando caro”
Laura Crespi “Ser humanos nos está costando caro” | CONTENTPERFIL

Estamos cansados, pero seguimos corriendo

Vivimos en una época que romantiza la velocidad. Se venera el multitasking y se presume del cansancio como si fuera una medalla profesional. Pero detrás de ese culto a la exigencia hay una verdad incómoda: estamos agotados, y, aun así, seguimos apretando el acelerador como si no existiera otra forma de vivir.

Nos despertamos con notificaciones y nos dormimos con pendientes. Medimos los pasos, el sueño, el agua y hasta el humor con aplicaciones que prometen bienestar, pero que en el fondo solo nos recuerdan que no llegamos a nada. Todo tiene un KPI, incluso la felicidad.

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Corremos con la sensación permanente de que; si frenamos quedamos afuera, si aflojamos perdemos oportunidades, si descansamos somos menos valiosos. El miedo a no rendir se convirtió en la nueva forma de esclavitud moderna.

La tecnología, que prometió liberarnos del esfuerzo, terminó multiplicando las exigencias. Hoy trabajamos más, más rápido y más lejos de nosotros mismos.

Humanos en modo automático

Nos convertimos en expertos en optimizar procesos, pero principiantes en gestionar emociones. Vivimos en modo operativo, pero emocionalmente en pausa. Nuestra capacidad de sentir quedó atrapada en la agenda. Y mientras la Inteligencia Artificial avanza, no es la IA la que nos está reemplazando: es nuestro propio desapego de lo humano.

El desgaste emocional silencioso es más letal que cualquier crisis económica. No aparece en los tableros de control, pero se percibe en los pasillos, en la apatía de las reuniones, en las bromas que ya no generan risa, en los vínculos superficiales, en las decisiones apuradas.

“La desconexión emocional es hoy uno de los mayores costos ocultos de las organizaciones. Y, sin embargo, casi nadie la mide…”

La productividad emocional no figura en los balances

Durante décadas, las empresas midieron todo lo medible: ventas, ticket promedio, productividad por hora, margen, stock, eficiencia operativa. Pero jamás midieron lo que realmente sostenía a las personas que hacen posible esos indicadores.

Sin embargo, esos factores invisibles determinan si un negocio prospera, estanca o implosiona desde adentro.

Cuando alguien trabaja desmotivado, cada tarea cuesta el doble.

Un líder se quiebra emocionalmente, la cultura completa se resiente.

Cuando no hay cuidado emocional, la rotación aumenta, la comunicación se distorsiona, la innovación se aplasta y la creatividad se apaga.

La productividad emocional es la que paga todas las cuentas. Un equipo emocionalmente agotado puede ejecutar, pero no pensar. Puede cumplir, pero no crear. Puede sostener, pero no transformar.

“Sin transformación, ninguna organización está preparada para lo que viene”

El precio de ignorar lo humano

La exigencia de ser funcionales en todo —trabajo, familia, redes, vida social— está dejando un saldo de agotamiento crónico.

En la carrera por la eficiencia, olvidamos algo elemental: la emoción también produce valor. Un equipo inspirado vende más, un líder empático retiene mejor, una cultura saludable atrae talento y genera confianza.

El sistema actual recompensa al que no se quiebra, no al que piensa. Aplaude al que llega primero, no al que llega bien. Por eso abundan profesionales brillantes y vacíos, talentosos y tristes, veloces y agotados.

El verdadero desafío: volver a sentir

La Inteligencia Artificial puede escribir textos, aprender patrones, analizar datos y anticipar comportamientos. Pero no puede sostener vínculos, no puede reemplazar sensibilidad y no puede crear confianza emocional.

Esa sigue siendo nuestra ventaja competitiva. Y, paradójicamente, es la que estamos perdiendo más rápido.

Recuperar lo humano no es retroceder; es evolucionar con conciencia:

  • Implica entender que las emociones no son ruido, sino información.
  • Que el cansancio no es flojera, sino señal.
  • Que la pausa no es pérdida de tiempo, sino calibración de energía.

Volver a sentir es volver a elegir. Es mirar, escuchar, registrar. Es recordar que no somos máquinas que piensan, sino seres que sienten.

“Ser humanos nos está costando caro, pero deshumanizarnos cuesta más. Ningún algoritmo reemplaza la intuición, la sensibilidad o la autenticidad que mueven al mundo.”

La próxima revolución no será tecnológica: será emocional. Quienes aprendan a medir la energía —no solo el rendimiento— serán los verdaderos líderes del futuro.

En definitiva, no se trata de trabajar menos: se trata de sentir más y mejor.

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